Más allá de victorias gloriosas y resistencias heroicas
Enrique Gomáriz Moraga
Finalmente, este lunes 16 de mayo ambas partes han dado por concluida la batalla de Mariúpol, con la rendición de los últimos efectivos ucranianos refugiados en los túneles de la acería Azovstal. Han pasado más de dos meses de intenso asedio de la ciudad portuaria de Mariúpol por parte de las tropas rusas hasta que ambos contendientes aceptaran su caída en manos de Moscú.En realidad, la ciudad ya estaba en poder del ejército ruso desde hacía tres semanas, pero la resistencia en la acería era aprovechada por el gobierno de Kiev para asegurar que todavía se combatía en Mariúpol. Sin embargo, el 9 de mayo, la televisión rusa, además de mostrar los actos en Moscú sobre la conmemoración de la derrota del ejército alemán en 1945, pudo exhibir esa misma celebración rusa en Mariúpol mrdiante la portación de una bandera kilométrica que recorrió el centro de la ciudad. Desde luego, el Kremlin hubiera preferido que también se celebrara la caída de acería para que fuera una victoria completa, pero ha tenido que esperar una semana para lograrlo.
Con la conclusión de la resistencia ucrania en la acería, ambas partes del conflicto se han empeñado en construir una narrativa favorable a partir de este hecho. Según Moscú se trata de un punto de no retorno de la guerra que anticipa su victoria en toda la cuenca del Donbás. Para Kiev, ha sido la resistencia en Mariúpol lo que ha supuesto un punto de inflexión que ha permitido salvar a Kiev y a Jarkov de su caída en manos rusas. Ambas narrativas son medias verdades que forman parte de la guerra psicológica que acompaña a los hechos de armas en todas las guerras modernas.
Lo cierto es que el combate por Mariúpol muestra que: 1) no puede considerarse una victoria militar gloriosa de parte de Moscú y 2) la resistencia en la ciudad de Mariúpol y sobre todo en la acería, además de numantina, muestra el punto más alto de la guerra interna que se libra en Kiev entre los pragmáticos y los ultranacionalistas fanáticos del batallón Azov, del Pravy Sektor y otros grupos similares.
Desde luego, la toma definitiva de Mariúpol tiene para Moscú una importancia considerable. Al controlar esa ciudad portuaria, no sólo le arrebata a Kiev una salida importante de mercancías al mar de Azov, sino que le permite establecer un corredor que conecta la península de Crimea con las repúblicas separatistas del este del país. La relevancia estratégica de la victoria rusa en Mariúpol no puede subvalorarse. Pero el excesivo esfuerzo bélico que le ha costado lograrlo no formará parte de los casos exitosos en los libros de las academias militares rusas.
El plan inicial consistía en una operación combinada de tres semanas, mediante una guerra relámpago por tierra y un desembarco arrollador desde el mar. Pronto fue evidente que las fuerzas ucranias habían asegurado la costa, incluyendo armas -como los lanzacohetes contra carro- que hubieran hecho de las unidades de desembarco rusas un entretenido tiro al blanco. Pronto el comando ruso comprendió que no había más remedio que tomar el puerto de Mariúpol desde tierra. Pero sólo a comienzas de abril, el ejército ruso logró penetrar en la ciudad.
El avance hacia la villa había tenido que superar la resistencia de las pequeñas ciudades y pueblos situados al norte de Mariúpol, ocupando mucho más tiempo del calculado. Por eso, la única forma de asegurar el avance quedó en manos de la artillería rusa, que literalmente arrasó la ciudad mediante bombardeos terrestres y aéreos. De esta forma, una ciudad de cerca de medio millón de habitantes redujo su población en un mes a 150 mil vecinos, estimándose que 20 mil fallecieron y el resto logró huir de la ciudad. Fue hasta el 17 de abril que las fuerzas rusas dieron el primer ultimátum a la resistencia militar en Mariúpol de deponer las armas para salvar sus vidas. Y la respuesta del batallón Azov consistió en refugiarse en la acería para continuar combatiendo.
Esa decisión no contaba con la aprobación de Kiev. De hecho, tenía lugar dos días después (15 de abril) de que el subcomandante del regimiento Azov emitiera un comunicado en que acusaba al gobierno de Kiev de haber entregado Mariúpol a las fuerzas rusas y de haber condenado al destacamento de Azov en la ciudad a refugiarse en los túneles de la acería hasta su sacrificio final. Esta divergencia venía a sumarse a una cadena de hechos que han reflejado la guerra interna entre pragmáticos (liderados por Zelenski y sus hombres más próximos en el gobierno) y los ultranacionalistas profundamente incrustados en el Servicio de Inteligencia Nacional (SBU) y acogidos en la estructura militar, bajo el paraguas de la Guardia Nacional. Ya en marzo Zelenski tuvo que descabezar el SBU (generales Olehovych y Olelsandrovych), a los que acusó de traición, poco tiempo después de que el negociador del gobierno, Denis Kireev, fuera asesinado en Kiev por la SBU, acusado de no ser lo suficientemente duro con Rusia en las negociaciones.
Para aprovechar en términos militares el fanatismo del regimiento Azov, al mismo tiempo que para tratar de controlarlo, el gobierno de Kiev le colocó en la vanguardia de las batallas más enconadas, una de ellas la de Mariúpol. Pero cuando cayó la ciudad y Azov se parapetó en la acería, se agudizó el largo y agotador forcejeo entre los ultranacionalistas y el gobierno de Kiev. La disensión también incorporaba la decisión de Azov de hacerse acompañar por una población civil de cerca de mil personas. Los medios rusos subrayaron el carácter de escudos humanos que adquiría esa población. Y cuando lograron que los civiles comenzaran a abandonar los túneles, emergió una realidad incómoda, que los medios ucranios censuraron con gran esfuerzo: algunas de las mujeres declararon que habían sido los militares de Azov quienes les habían impedido salir de la acería. Sólo pocos medios occidentales citaron esas declaraciones de los civiles, agregando que Kiev las había negado. No hay duda de que la guerra de contrainformación está funcionando con ímpetu en ambos lados.
Con su insistente rechazo a entregar la acería, Azov cometía también una trasgresión de una ley aceptada de la guerra: el derecho a la rendición honrosa. Y su constante afirmación de que resistirían hasta el último hombre, forzó a Zelenski a ratificar ese supuesto públicamente. El aprovechamiento de la situación por parte de los medios rusos, aumentó la presión de representantes occidentales sobre Zelenski para que solucionara la situación creada en la acería. Al parecer, para ello tuvo que destituir primero al comandante de las Fuerzas de Defensa Territorial, Yuri Halushkin, para poder dar una orden directa al destacamento de Azov de deponer las armas. Al hacerlo y salir del refugio, el comandante de Azov ha declarado que se entregan a las fuerzas rusas “por orden superior” y, por si acaso, ha agregado no estar personalmente seguro de que “esa decisión sea acertada”.
Pero al entregarse al ejército ruso, el destacamento Azov ha producido una verdadera convulsión mediática y política en Moscú. Pese a que el mando militar ruso en la zona ha dicho que los combatientes de Azov serán intercambiados por soldados rusos apresados, varios miembros de la Duma rusa han planteado que ese intercambio de prisioneros debe excluir a los miembros del Batallón Azov. La Corte Suprema rusa está estudiando la posibilidad de enjuiciar por terrorismo y crímenes de guerra a los efectivos del destacamento Azov apresados en Mariúpol. No sería de extrañar que Moscú aproveche la oportunidad de mostrar un ejemplo ilustrativo de la nazificación del ejercito ucranio y de las atrocidades que también ha cometido el bando ucraniano en esta guerra.
Y lo cierto es que la responsabilidad indudable de Rusia de haber iniciado la agresión no supone la extensión de un cheque en blanco moral al país agredido. Así, es perfectamente posible que un análisis más profundo de lo sucedido en Mariúpol muestre que, en vez de una victoria gloriosa, sea simplemente una muestra de la destrucción y muerte de una guerra de agresión, y que tampoco sea una expresión de resistencia heroica, sino que constituya un caso de conducta inhumana producto de un fanatismo ultranacionalista numantino. En suma, que la batalla de Mariúpol, lejos de ser una celebrada victoria o un símbolo de valor y resistencia, constituya uno de los ejemplos menos edificantes de una guerra que hay que detener cuanto antes para evitar que estas situaciones se repitan.