Enrique Gomáriz Moraga
Ya se sabe que los medios de comunicación no crean la realidad social, pero pueden contribuir a reproducirla de manera ampliada. Esa constatación tiene una modalidad especial en tiempos de guerra: los medios tienden a reproducir los relatos parcializados de las partes contendientes. Y parece difícil que ese posicionamiento no afecte la rigurosidad del análisis, lo que lleva con frecuencia a realizar balances sesgados del pasado e incapacidad de ver el futuro más allá de los signos del combate actual.En la Rusia de Putin eso tiene lugar mediante un amordazamiento comunicativo que guarda relación con los rasgos autoritarios del régimen; el cual, no nos olvidemos, tiene todavía como base normativa la Constitución democrática de 1993. En Europa y Estados Unidos, donde los medios no sufren esa intervención directa, la parcialidad de la información se produce por el desarrollo de una corriente de opinión volcada hacia una de las partes contendientes. No es la primera vez que eso se produce en Europa. Baste recordar la información que transmitían los diarios franceses sobre la invasión alemana de Francia al inicio de la segunda guerra mundial. Según los principales medios galos, el invencible ejército francés contenía a su enemigo en la frontera oriental, cuando en realidad los tanques alemanes ya habían alcanzado las afueras de París. La desinformación e intoxicación es una necesidad fundamental en tiempos de guerra.
En este contexto, las percepciones sobre el sentido de las actuaciones del pasado también se parcializan. Para la mayoría de los medios informativos europeos hoy pareciera que nunca existió la clara distinción que hacía una buena parte de la ciudadanía entre la orientación de la OTAN y la de la Unión Europea en materia de seguridad. Como también quedaron en el olvido las conferencias de Estocolmo, Paris o Viena, donde la CSCE abrazó plenamente la doctrina de la seguridad compartida, abandonando sin ambages la doctrina de la disuasión militar, para promover activamente la distensión y el desarme en toda Europa, incluyendo la nueva Federación Rusa.
Para cualquier persona que lea o escuche los medios de comunicación europeos en torno a la invasión de Ucrania, observará que la crítica que ahora se hace a la UE consiste en que no abrazó con suficiente rapidez la ruda doctrina de la disuasión militar que representa la OTAN. Y esa percepción no sólo empapa las líneas de los diarios conservadores, sino las de algunos que se consideran liberales o progresistas.
Como antiguo colaborador del diario El País en asuntos de paz y seguridad, nunca esperaba encontrarme con editoriales como las que este periódico publicó sobre Europa en los días pasados (“UE: una potencia geopolítica” del 28/02/22 o “Hacia donde va Europa”, del 4/03/22). Claro, en los años ochenta y noventa del pasado siglo, este diario
estaba abierto a las iniciativas de la distensión y el desarme. Hoy es posible que las vea como ideas románticas del pasado.
Al desprenderse de esos atavismos, según ese diario Europa surge finalmente como “una potencia geopolítica”. Algo que se describe con claridad: “El proyecto en marcha significa una novedad radical en la historia del plan europeo: convertirse en una comunidad transnacional capaz de financiar con cargo al presupuesto común material militar de combate destinado a un país extranjero. El tabú que ha caído, en palabras de Josep Borrell, abre una nueva etapa al aprobar Bruselas una ayuda de 450 millones de euros para enviar armamento a las fuerzas militares ucranias”. Desde esa perspectiva, sólo puede aplaudirse con entusiasmo lo sucedido con Alemania: “El canciller Scholz, por su parte, daba un giro radical ese mismo día en su política exterior desde el Bundestag con un discurso histórico en el que anunciaba que aumentaría su gasto militar a más del 2% de su PIB.”
En efecto, el retorno a la doctrina de la disuasión del atlantismo reciclado no puede hacerse realidad sin lanzarse a la carrera de armamentos y del gasto militar. Hay que ser coherentes, y debemos felicitarnos por ello: “En un breve lapso, Europa ha salido de su zona de confort como potencia normativa y ha decidido por fin desarrollar su potencial geopolítico”. Como de costumbre, el atlantismo confrontativo gusta de simplificar las cosas. Pareciera que Europa no tiene más remedio que elegir entre mantenerse como una potencia normativa o bien pasar a ser una potencia geopolítica, sobre la base de la disuasión armamentista. Desaparece del escenario la posibilidad de mantenerse como una potencia normativa al tiempo que consolidar un robusto sistema de seguridad que incluya su capacidad defensiva en un cuadro de distensión y desarme como el que se propuso en las Conferencias de Estocolmo y Viena. Para qué detenerse en propuestas complicadas y utópicas, herederas de un soñador como Olof Palme, para hacer de Europa una verdadera potencia geopolítica. La alternativa es mucho más simple: regreso a la dinámica de bloques y aumento del gasto militar.
Desde luego, hay que admitirlo, la política de seguridad europea es más compleja que la de la OTAN. La seguridad en Europa debe de armonizar tres elementos disimiles: a) el fortalecimiento de una capacidad autónoma, tanto diplomática como defensiva; b) el mantenimiento de la alianza con Estados Unidos como respaldo geoestratégico; c) el incremento de las relaciones diplomáticas, comerciales y de seguridad con la vecina Rusia, un país europeo por lo demás. La política de la OTAN es mucho más simple: mantenerse como instrumento de la confrontación geoestratégica.
Pero para regresar a la disuasión confrontativa, parece necesario un cierto revisionismo del pasado. Según esta percepción, fue un error mayúsculo acentuar las relaciones comerciales con la Federación Rusa, especialmente en materia energética.
¿Será consciente El País que esta visión constituye un ataque frontal a la gestión de la excanciller Angela Merkel? Una mandataria, por cierto, que fue encomiada por este diario durante todo su mandato.
Propongo un relato alternativo. La política de Merkel con la Rusia de Putin era coherente con la orientación basada en la distensión y el desarme procedente de la Carta de París. El verdadero error de la UE, manifestado en el aquelarre en que se convirtió la pasada reunión de la OSCE en Múnich, a la que no asistió Rusia, ha consistido precisamente en que, al mismo tiempo que aumentaba sus relaciones diplomáticas y comerciales con Rusia, no avanzara seriamente en materia de paz y seguridad. Y así, progresivamente, se ha ido recostando por completo en la disuasión que representa la OTAN (ampliada) y arrinconando paralelamente su preferencia por la OSCE, que hoy sufre de una pobreza financiera franciscana y un desarrollo conceptual y organizativo notablemente borroso.
Solo siendo rehenes de la coyuntura es que tampoco podemos hacer una lectura correcta del horizonte futuro. La única alternativa al regreso a la guerra fría, con sus incrustaciones calientes, es reconstruir un sistema de seguridad como quiso ser, para siempre, la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (hoy OSCE), donde Rusia tiene un espacio sustantivo, pero también Estados Unidos, además del Reino Unido y el conjunto de la UE. Hay que insistir en esa evidencia: la seguridad europea no será jamás posible sin incluir a Rusia. El escenario alternativo ya sabemos cual es: confrontación geoestratégica, ausencia de confianza mutua, carrera de armamentos, visión belicista de la seguridad.
En realidad, apostar en los años anteriores por la renovación de un sistema europeo de seguridad, incluyendo a la Rusia de Putin, habría sido la mejor forma de evitar la escalada actual, incluyendo el nefasto uso político que hace el mandatario ruso de la disuasión militar, capaz, como desafortunadamente sufre hoy la ciudadanía ucraniana, de pasar a la guerra abierta y la invasión de un país soberano. De esta forma, no es lo mismo condenar rotundamente la agresión bélica de Putin como la ruptura de la línea roja fundamental de la doctrina de la seguridad compartida, que sumarse al coro confrontativo del belicismo gozoso que hoy impera en buen parte de los medios de comunicación occidentales.