Por Carola Frentzen (dpa)
Las perlas son las únicas piezas de joyería que crecen en un organismo vivo. Hoy en día, por lo general se cultivan. Kraingsak Ung lleva medio siglo haciéndolo, a pesar de los contratiempos, en el paradisíaco sur de Phuket, la mayor isla de Tailandia.
Las conchas se mecen en largas filas por el cálido mar ante Ao Yon en Phuket. Hacen su trabajo de forma infinitamente lenta: deben producir perlas de alta calidad en todos los sombreados de color, desde el blanco y el crema hasta el rosa, el plateado y el champán.
Las boyas de plástico marcan la ubicación de los crustáceos. Cerca de la orilla, una plataforma oxidada con motor y remos se balancea sobre las olas poco profundas. Sobre la plataforma, se encuentran una silla de plástico, todo tipo de equipos, cubos, redes y cuerdas.
De esta manera, Ung se aproxima a sus alrededor de 10.000 conchas, «para evaluar si se encuentran bien y, más adelante en el año, para buscarlas y cultivar las perlas», relata este hombre de 70 años.
Desde hace 46 años, este grácil tailandés trabaja como cultivador de perlas en Phuket. Y, a pesar de los muchos contratiempos, sigue amando su trabajo.
Ung cría dos especies de ostras perleras: Pinctada Maxima, la mayor de las seis especies de ostras perleras que se utilizan para el cultivo. Y la ostra de ala de pingüino Pteria penguin.
El tailandés explica que una perla surge recién tras unos dos años, y en ejemplares particularmente grandes, recién luego de cuatro años.
Y agrega que no por ello los crustáceos necesariamente mueren: «Una joven ostra que se encuentra en buenas condiciones puede ser utilizada hasta tres veces». Su mirada recorre con orgullo el taller y la joyería contigua de la «Granja de Perlas Ung».
Su esposa Nuanpit lleva varios años diseñando y fabricando joyas con perlas. Ya sean collares, colgantes, pulseras o pendientes, esta mujer de 58 años diseña con mucha imaginación todo lo que puedan desear los aficionados a las perlas.
Hay para todos los bolsillos: los pendientes pequeños cuestan a partir de 500 bahts tailandeses (13 euros o algo más de 15 dólares). La perla más gruesa de la tienda, en cambio, tiene un impresionante diámetro de 16,2 milímetros y cuesta 120.000 baht (3.100 euros).
Pero lo que resulta realmente impagable es el panorama hacia la pintoresca bahía, y el azul del mar de Andamán que disfrutan los clientes. Porque este rincón de Phuket es un secreto bien guardado, que revelan los expertos.
Se cree que las perlas son las joyas más antiguas de la Tierra. Son mencionadas por primera vez en la obra de historia china «Shu Ching»: «En el año 2206 antes de Cristo el rey Yu recibió como regalo de tributo perlas del río Hwai», indica.
Y también son elogiadas en el Viejo Testamento, el Corán y el Talmud, por su belleza y pureza perfectas. Hoy en día se sabe que el origen de una perla no es tan atractivo: se trata simplemente de parásitos y gusanos. Si entran en un molusco, se pone en marcha un mecanismo de protección que recubre de nácar al agente intruso.
Recién en 1893 el japonés Kokichi Mikimoto logró por primera vez cultivar perlas. Sin embargo, tardó en desarrollar su técnica hasta crear perlas cultivadas perfectamente redondas.
El principio sigue siendo el mismo desde entonces: en las conchas se introduce un núcleo de nácar que madura lentamente hasta convertirse en una perla.
«Mi sueño es decorar el cuello de todas las mujeres del mundo entero con perlas», habría afirmado alguna vez el pionero de las perlas del país de la flor de los cerezos.
En cualquier caso, consiguió que casi todas las perlas auténticas del mercado actual sean cultivadas y, por tanto, algo más asequibles que las raras perlas naturales.
Décadas atrás, por ejemplo, Marilyn Monroe recibió un collar de perlas Mikimoto como regalo de bodas de su segundo marido, Joe Di Maggio, en su luna de miel en Japón.
Para obtener perlas impecables, Ung utiliza piezas circulares de caparazón de concha. Se sienta en una pequeña mesa del taller, junto a la cual hay todo tipo de equipos de precisión.
Una de las conchas está fijada en un soporte frente suyo. Con mano experimentada y pinza, el experto introduce el implante. Detrás de él, los tanques están alineados. Allí crecen las crías de concha, la siguiente generación.
Ung es un autodidacta, o sea que aprendió todo por su propia cuenta. «La técnica en sí no es difícil, es todo ‘low-tech’ y bastante sencillo: lo que se necesita para cultivar perlas es tiempo», afirma.
Sin embargo, también sufrió reveses. Principalmente, el del tsunami del 26 de diciembre de 2004, que golpeó a Tailandia de manera especialmente fuerte.
«Fue un domingo», recuerda Ung. La tienda se encontraba cerrada y él se encontraba con su mujer y sus cuatro hijos en la vivienda en el primer piso.
«Esa fue nuestra suerte. Pero el agua volvía una y otra vez y arrastró todo. Solamente la casa en sí quedó en pie». El cultivo en su totalidad se echó a perder. «Tuvimos que empezar todo otra vez desde el principio», evoca.
Y, tras llevar a cabo un duro trabajo, las cosas volvieron a funcionar en algún momento. Pero entonces llegó el coronavirus. «Ahora nuevamente son tiempos duros. Y, sin embargo, el negocio justo estaba marchando».
La sonrisa de Ung da paso rápidamente a la preocupación: «Ya prácticamente no tenemos ingresos». Sin embargo, abre la tienda cada mañana.
En la actualidad, los turistas llegan solo en contadas ocasiones hasta esta apartada playa de ensueño. Desde julio, en el marco de un proyecto piloto, las personas con un esquema de vacunación completo pueden pasar sus vacaciones en Phuket sin necesidad de cuarentena. Pero la afluencia es limitada, debido a la burocracia y a las estrictas normas.
¿Y qué es lo que Ung ama tanto de su trabajo, como para perseverar haciéndolo, a pesar del tsunami y de la pandemia? El tailandés reflexiona por un momento.
«Que puedo trabajar afuera, en estrecho contacto con la naturaleza», responde. Y además la soledad, que su trabajo le aportó sobre todo en un principio. «Antes de mudarme a esta casa, vivía recluido en una cabaña sobre pilotes, justo encima del mar», recuerda, mientras sonríe feliz.
Incluso desde la casa real tailandesa llegaron elogios a su labor. Su esposa Nuanpit muestra orgullosa una plaqueta dorada y una foto del inolvidable momento.
Allí puede verse cómo fue distinguido Ung en 1995, en el Día Nacional de la Agricultura, por el entonces príncipe heredero y actual rey Maha Vajiralongkorn.
Entretanto, el sol va bajando sobre la bahía. Otro día más en el que no apareció ningún comprador. Pero a la mañana siguiente, Ung volverá a abrir el negocio, acomodará las joyas para que queden bien expuestas y esperará que llegue la clientela.
Y es que alguien como Ung, que hace casi medio siglo lleva adelante su particular oficio, no abandona tan fácilmente el cultivo de perlas.
dpa