El «impuesto global» del 15% de Biden y los 40 años de «juego sucio» con el impuesto a las empresas

Jack Rasmus

viento sur

En estos últimos días, los principales medios de comunicación retomaron y volvieron a presentar el acuerdo negociado hace varias semanas por la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, para que más de 100 [136, de hecho] países firmaran e implantaran un impuesto mundial de 15% a las empresas [El 5 de abril de 2021, la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, propuso «poner fin a la carrera hacia la baja» en el impuesto a las sociedades. El principio es simple: si una multinacional paga menos del 21% de impuestos en el extranjero, su país de origen recuperará la diferencia. El acuerdo del 15% se refiere a las empresas con un volumen de negocios global de más de 20.000 millones de euros y una rentabilidad superior al 10%, lo que excluye a una empresa con una rentabilidad inferior, como Amazon, cuya rentabilidad declarada fue de alrededor del 6%].

Pero, ¿por qué los medios de comunicación vuelven a hablar de esto ahora? ¿Se trata acaso de atenuar el golpe de la supresión de la propuesta de Joe Biden, durante la era Trump, de aumentar el impuesto a las sociedades estadounidense del 21% al 26%? ¿Era de 35% antes de Trump? [01] ¿O hay algo más para explicar por qué los medios de comunicación publican esta noticia de hace varias semanas sobre el impuesto mundial?

El respaldo internacional al impuesto mínimo global del 15% de Biden, anunciado hace algunas semanas, debería supuestamente impedir que las grandes empresas transnacionales manipulen a los gobiernos buscando y obteniendo acuerdos fiscales especiales [acuerdos de conveniencia] en algunos países a costa de otros.

Un ejemplo notorio es el de Irlanda, donde las empresas estadounidenses y otras transnacionales establecen sus sedes y registran sus contribuciones fiscales globales con la tasa más baja del impuesto a las empresas, con un promedio de sólo el 2% al 3% para la mayoría de las empresas.

Irlanda es también el lugar preferido para lo que se conoce como la laguna fiscal de la inversión [traslado de la sede fiscal de una empresa mediante la adquisición de otra situada en un país con una legislación fiscal más favorable]. En virtud de esta posibilidad, las transnacionales estadounidenses venden productos o servicios en grandes cantidades en otros países, pero contabilizan sus beneficios en Irlanda simplemente porque tienen allí la sede de su empresa. En muchos casos no ganan nada en Irlanda, pero pagan el impuesto a las sociedades a un índice mucho más bajo en Irlanda, en lugar de los niveles impositivos mucho más altos de los países donde la empresa realmente fabrica y vende bienes y servicios.

Los mayores beneficiarios de esta laguna fiscal de la inversión son las empresas farmacéuticas, tecnológicas, financieras y de consultoría empresarial estadounidenses, entre otras muchas. Bajo el mandato de Bill Clinton [1993-2001], las empresas estadounidenses podían utilizar este vacío legal simplemente marcando una casilla en los formularios del impuesto a las sociedades.

Pero Irlanda no es la única vía de escape para el impuesto nacional sobre las sociedades. Hay una multitud de posibilidades. Recordemos a Luxemburgo y a los Países Bajos, en Europa. Y a otros países fuera de Europa.

La laguna fiscal de la inversión permite a las empresas estadounidenses, en particular, comparar un país con otro y elegir aquél con las tasas más bajas para trasladar así sus sedes y contabilizar sus beneficios globales según las tasas más bajas.

La inversión fiscal no es la única táctica utilizada por las transnacionales estadounidenses para trasladar los beneficios y pagar menos impuestos fuera de Estados Unidos.

Otra de las tácticas favoritas de las transnacionales estadounidenses es la manipulación de los precios internos o de transferencia. Una empresa manipula sus precios entre sus filiales mundiales: por ejemplo, cobra a sus empresas con sede en EE UU los bienes y servicios que compra a sus filiales extranjeras [o los royalties de patentes adicionales] a un precio más elevado [formalmente a precios independientes de los del mercado].

De esta manera, las operaciones en EE UU tienen costos más elevados y por lo tanto, beneficios más bajos. Esto se debe a los precios más altos que cobra a sus empresas con sede en Estados Unidos. Al mismo tiempo, su filial obtiene mayores ingresos por ventas y beneficios. Pero esta última paga un porcentaje de impuestos más bajo sobre las operaciones en el extranjero. En resumen, a través de unos precios de transferencia inteligentes, la transnacional estadounidense reduce sus beneficios y con ello la carga impositiva en Estados Unidos, mientras aumenta sus beneficios y los impuestos a tasas bajas en el extranjero, con lo que los pagos netos de impuestos internacionales se reducen.

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El gobierno de Biden ha extrapolado las ventajas de un impuesto mínimo global del 15% a las empresas como forma de obligar a las mayores empresas estadounidenses a pagar la parte que les corresponde, para que paguen sus impuestos aquellas que evitan los impuestos deslocalizando sus actividades, que utilizan las grietas fiscales de la inversión o simplemente practicando técnicas de precios de transferencia. Algunas de ellas no pagan nada a pesar de facturar miles de millones de dólares. Pero la propuesta del 15% de Joe Biden no afecta en absoluto a las empresas que manipulan los precios de transferencia y tampoco evita la práctica de las inversiones.

La carrera a la baja del impuesto a las sociedades a nivel mundial, que el impuesto mínimo del 15% de Biden pretende solucionar, es similar al juego de la carrera a la baja fiscal que las empresas estadounidenses han venido jugando entre los 50 Estados de EE UU durante décadas. Desde hace años, las empresas estadounidenses trasladan su sede de un Estado a otro para reducir sus impuestos, o amenazan con hacerlo para que los Estados y las ciudades les concedan exenciones fiscales especiales para que se queden allí [esta práctica de competencia fiscal vinculada al federalismo fiscal se da, con detalles, en Suiza, Canadá, etc.]. Sólo que no las llaman inversiones cuando se llevan a cabo dentro de Estados Unidos. En los últimos años, las transnacionales estadounidenses también han exportado y adaptado esta estrategia fiscal al ámbito mundial. El impuesto global de Biden está pensado para intentar remediarlo en el ámbito internacional, pero sin hacer nada en Estados Unidos.

El mínimo del 15%pretende evitar que las empresas manipulen los sistemas fiscales de los países. Al menos eso es lo que nos dicen Biden y el Tesoro estadounidense. Pero no debemos confiar en lo anunciado el 8 de octubre [en el G20 de Venecia y en el marco inclusivo de la OCDE, conocido como BEPS: Base Erosion and Profit Shifting]. La concreción [para enero de 2023] de un impuesto mínimo global del 15% sobre los beneficios de las empresas transnacionales no existe todavía. He aquí tres razones por las que tal impuesto puede no coincidir con lo anunciado.

En primer lugar, es posible que el impuesto del 15% de Biden nunca vea la luz. Los más de 100 países -incluido Estados Unidos- tendrán que adoptar una verdadera legislación fiscal tras el reciente acuerdo del 15%.
El tratado del 15% sólo dice que estos países se comprometen a hacer el esfuerzo. La mitad de ellos tardarán años en aprobar la legislación de habilitación.

En segundo lugar, el impuesto mínimo global del 15% recientemente anunciado es un tratado negociado. Esto significa que, según la Constitución del Estado, primero debe ser ratificada por el Senado de EE UU (incluso antes de que se presente un proyecto de ley de habilitación en el Congreso). ¿Quién puede realmente creer que el actual Senado estadounidense aprobará este tratado, siendo que acaba de hacer todo lo posible para impedir la financiación de cualquier proyecto de ley de reactivación, cancelando los recortes fiscales de Trump?
[En efecto, mientras que el impuesto global del 15% (segundo pilar) puede ser introducido directamente por cada Estado en su legislación, la asignación de los beneficios excedentes (primer pilar) requiere un convenio multilateral. La OCDE debe elaborarlo en 2022 y luego deben ratificarlo todos los parlamentos nacionales, incluido el Congreso estadounidense.]

En tercer lugar, aunque los parlamentos de EE UU y de los países (136) que firmaron el tratado adopten el 15%, ¿qué garantías existen para evitar que cada país adopte también otras medidas fiscales para evitar ese 15%, con exenciones, excepciones, créditos fiscales compensatorios, etc.?
40 años de juego del cubilete con el impuesto sobre las compañías

Este juego de manos, o sea el hecho de cambiar el régimen fiscal de las empresas gracias a una serie de vacíos legales, y luego cambiar los vacíos legales por tasas más bajas, son practicados desde hace años, sobre todo en Estados Unidos.

Estos maquillajes, que llevan cuatro décadas [el punto de inflexión de los años 80 destacado por Gabriel Zucman, véase la nota 1 y el texto que sigue], se producen cuando la opinión pública se entera de que se han creado enormes lagunas jurídicas y exige que éstas se supriman, el Congreso aprueba una legislación parcial para cerrar algunas de estas escapatorias y exenciones, pero luego baja el porcentaje del impuesto a las empresas.

Basta con observar el sistema fiscal estadounidense desde 1980: cada vez que el impuesto a las empresas era demasiado bajo y que la opinión pública manifestaba su indignación, el Congreso subía parcialmente el tipo nominal del impuesto a las empresas, pero en la misma legislación aumentaba el número de escapatorias, exenciones, etc. Esta tendencia es evidente con los recortes de impuestos de Reagan en 1981, seguidos por los recortes de impuestos de 1986, luego los recortes de Clinton en 1997, una serie de recortes de impuestos de Bush Jr. en 2001-2004, y luego de Obama en 2012-2013.

Sin embargo, Trump acabó con las pretensiones de este juego del cubilete en 2017 al recortar masivamente los índices del impuesto a las empresas sin molestarse en eliminar los vacíos legales. También puso fin a cualquier indicio de impuesto mínimo alternativo para las empresas. Las empresas estadounidenses recibieron una ayuda triple. Con Trump, desapareció el juego del cubilete. ¡En lugar de ahora lo ven, ahora no lo ven, aquí está, aquí no está, tuvimos un ahora lo ven, y ahora lo ven aún mejor!

Este juego que consiste en cambiar los porcentajes por lagunas fiscales que permiten la evasión fiscal hace que, a lo largo del tiempo, las empresas paguen cada vez menos impuestos netos en total. En los años sesenta, el impuesto a las empresas de Estados Unidos representaba más del 20% de los ingresos fiscales del país; hoy apenas alcanza el 5%.

Con la propuesta de Biden de un impuesto mínimo de sociedades del 15%, el engaño continúa. Las transnacionales estadounidenses podrán deshacerse fácilmente de ella y seguirán manipulando sus precios internos (precios de transferencia) entre sus operaciones en Estados Unidos y sus filiales en el extranjero; esto continuará mientras siga existiendo el vacío legal de las inversiones. El porcentaje del 15% parece positivo en teoría, pero, por diversas razones mencionadas anteriormente, es casi seguro que no entrará en vigor hasta dentro de muchos años, si es que llega a aplicarse. Si el tratado no se aprueba en el Senado, si Estados Unidos no lo aplica, es obvio que otros países no lo harán tampoco.

La empresa como conducto capitalista de la desigualdad

Lo que los principales medios de comunicación no mencionan cuando promocionan el impuesto mínimo global (o cualquier otro recorte crónico del impuesto a las empresas durante décadas) es el papel que desempeña el impuesto en la desigualdad de ingresos y riqueza, cada vez más acelerada, en Estados Unidos en la actualidad.

La empresa es el medio que permite distribuir cantidades masivas de ingresos y riqueza a los accionistas capitalistas. En la última década, las empresas estadounidenses distribuyeron más de 12 billones de dólares a sus accionistas bajo la forma de recompra de acciones [02] y de pago de dividendos. Durante los años de Obama, estas distribuciones combinadas pasaron de 700.000 millones de dólares al año a casi un billón de dólares al año. Bajo el mandato de Trump, de 2017 a 2019, la cantidad promedio fue de 1,2 billones de dólares al año. Este año, en 2021, bajo el mandato de Biden, se calcula que llegará a 1,5 billones de dólares. La distribución masiva de la renta enriquece a los capitalistas individuales, que luego la reinvierten principalmente en acciones, bonos y otros valores financieros -es decir, formas de riqueza-, lo que da lugar a la desigualdad de la riqueza, además de la desigualdad de ingresos. Los activos patrimoniales (es decir, acciones, bonos, etc.) generan entonces aún más ingresos, ya que las recompras y los dividendos aumentando aún más.

Si la empresa es el canal institucional a través del cual circulan cada vez más ingresos y riqueza hacia la clase capitalista, el truco del impuesto a las empresas es el dinero que circula por ese canal.

A medida que los inversores capitalistas acumulan más ingresos y riqueza a través del aumento de las distribuciones hechas por las compañías gracias al juego del cubilete de los impuestos, los inversores capitalistas individuales ricos también pueden conservar una parte cada vez mayor de lo que la empresa distribuye. Los porcentajes de los impuestos individuales y las lagunas legales se amplían también para que los capitalistas individuales puedan quedarse con más de lo que sus empresas les distribuyen a través recompra de acciones y bajo forma de dividendos.

Los incrementos del impuesto sobre las empresas como marketing político

Este juego del cubilete no terminará con el impuesto global del 15%. Y tampoco acabará con las recientes propuestas de un impuesto individual a los multimillonarios o un impuesto a las empresas con miles de millones de dólares de beneficios, que los demócratas proponen ahora para financiar el plan «Reconstruir mejor» [«Build Back Better»] de Biden. El impuesto global es de la misma especie, pero de un carácter diferente. Todos están diseñados para crear una fachada que les permita decir a los políticos que están haciendo algo con el sistema fiscal, un sistema que sigue enriqueciendo a los ricos y sus empresas.

Las recientes propuestas de Biden de elevar un poco el impuesto de sociedades en Estados Unidos, del 21% de Trump al 28% (y luego al 26%) contribuyeron seguramente a revertir la tendencia. Lo mismo ocurre con la propuesta de Biden de aumentar el impuesto sobre la renta de las personas más ricas al 39%. Antes de Trump, el tipo del impuesto de sociedades era del 35%, luego lo redujo al 21%. Biden había propuesto originalmente aumentarlo en parte al 28%. Luego lo bajó al 26%. Ahora lo abandonó por completo en su último programa marco para el proyecto de ley «Reconstruir mejor».

Pero las propuestas de aumento real de las tasas impositivas sobre las empresas y los capitalistas individuales fueron abandonadas la semana pasada por Biden y los demócratas, los que capitularon ante los grupos de presión [lobbyistas] y sus propios representantes en el Senado (Joe Manchin, demócrata de Virginia Occidental, y Krysten Sinema, demócrata de Arizona) y en la Cámara de Representantes (Henry Cuellar de Texas).

Ahora, en lugar de un aumento real de los impuestos sobre los beneficios de las empresas estadounidenses, tenemos la cortina de humo de la tributación de los multimillonarios y el impuesto mundial a las empresas del 15%, cuya eficacia es sólo teórica. Seguramente, las propuestas para hacer que los ricos y sus empresas paguen sean abandonadas paulatinamente y sustituidas por aumentos de impuestos aparentemente buenos, pero que los políticos saben que nunca producirán ingresos reales.

Es necesario revisar radicalmente el sistema fiscal estadounidense. Según mis cálculos, este sistema ha proporcionado a las empresas estadounidenses y a sus accionistas, así como a los ricos especuladores financieros, nada menos que 15 billones de dólares en recortes fiscales totales desde 2001. Ya no hay lugar para «reformas». La transferencia de ingresos y de riquezas a través del actual sistema fiscal ha alcanzado proporciones tales que no basta con hacerle retoques. Necesitamos algo más fundamental. Pero esa es otra historia.

http://alencontre.org/ameriques/americnord/usa/etats-unis-la-taxe-mondiale-de-15-de-biden-et-les-40-ans-du-jeu-de-passe-passe-de-limpot-sur-les-societes.html

Traducción: Rubén Navarro para Correspondencia de Prensa

Artículo original en https://jackrasmus.com/2021/) vía vientosur.info

* Jack Rasmus es el autor de The Scourge of Neoliberalism: US Economic Policy from Reagan to Trump, Clarity Press, enero de 2020. Enseña economía en el Saint Mary’s College de California. Tiene un blog en jackrasmus.com y presenta el programa de radio semanal Alternative Visions en la Progressive Radio Network.

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