Peer Teschendorf
El descontento entre la población rusa va en aumento. En las últimas elecciones parlamentarias, el Partido Comunista creció en votos y obtuvo el segundo lugar, seguido por los liberales de Alexei Navalny. Pero aun con una leve caída, el poder de Putin sigue firme.
La estabilidad es un gran bien, el máximo, a juzgar por los líderes rusos. Es así que los resultados de las elecciones para el Parlamento de toda Rusia, la Duma Estatal, muestran un cierto equilibrio. No podían caber dudas de la victoria del partido «Rusia Unida» en los comicios. Aunque esta vez el triunfo fue por un porcentaje algo menor, probablemente será suficiente para lograr la mayoría en la legislatura.
Sin embargo, ha habido cambios de matices. Los comunistas son claramente más fuertes. Los candidatos del Partido Comunista estaban representados de manera desproporcionada en la campaña en virtud del «voto inteligente» (votar por el opositor mejor posicionado sea del partido que fuere) impulsado por el disidente Alexei Navalny, actualmente encarcelado, gracias al cual pudieron reunir votos de protesta adicionales. Pero quizás haya sido más gravitante el hecho de que estaban en mejores condiciones que todos los demás para estar a la altura del descontento causado por la creciente desigualdad social, la alta inflación y la lenta evolución de los salarios. Además, este partido patriótico conservador y más bien tradicional había logrado recientemente reclutar a varios jóvenes talentos políticos con posiciones claramente más de izquierda, que crearon una cierta sensación de renovación del Partido Comunista. También hay un nuevo partido en la cámara baja de Rusia. El recién llegado al Parlamento Gente Nueva es uno de los partidos más nuevos que obtuvieron reconocimiento legal de manera muy veloz. Se cree, por lo tanto, que estos partidos fueron puestos en carrera por el propio Kremlin para absorber votos de protesta.
Sin embargo, no hay cambios importantes. Las elecciones para la Duma tampoco son elecciones que realmente puedan cambiar algo en las relaciones de poder en el país. El Parlamento es relativamente débil en la estructura institucional rusa. Incluso con una potencial mayoría de la oposición, el poder de acción del presidente no se vería sustancialmente comprometido. Sin embargo, desde el punto de vista del Kremlin, las elecciones parlamentarias cumplen una función gravitante: son un símbolo del nivel de apoyo popular al poder presidencial y, por lo tanto, le dan legitimidad a Putin.
Precisamente esta legitimidad es la que pretendía erosionar la campaña por el «voto inteligente» de Navalny. El referente opositor designó para cada distrito al candidato con más posibilidades de vencer al candidato del partido de Putin, Rusia Unida. De esta forma, la campaña eludió el problema de la siempre dividida oposición y creó una oportunidad para lograr un voto de protesta efectivo. Sin embargo, también encontraron apoyo los representantes de la oposición sistémica, es decir, de partidos que se presentan como opositores pero que, en momentos decisivos, acompañan con su voto al partido en el poder. Lo único decisivo en la campaña era entonces si un candidato debilitaría a Rusia Unida. Muchos de los que se ven a sí mismos como una oposición real y quieren ejercer el poder político critican esto. Como resultado de esta agudización, se pierde de vista que también hay candidatos de la oposición con una agenda propia, que quieren implementar prioritariamente proyectos concretos para sus respectivas regiones y están menos interesados en los grandes alineamientos políticos. También se pasa por alto el hecho de que hay miembros de la Duma que intervienen ante los problemas, promueven leyes y aclaran problemas mediante pedidos de informes. Si la elección se reduce a la pregunta «¿Está usted con el poder o contra el poder?», estos pequeños éxitos del trabajo político podrían dejar de existir.
Pero ¿tiene realmente motivos el Estado para sentir temor ante esta cuestión? Prácticamente no. Porque a pesar de la creciente insatisfacción con el oficialismo, una gran parte de la población sigue votando por Rusia Unida. Esto se debe, por un lado, a que una gran cantidad de personas son empleadas directamente por el Estado o por empresas ligadas al Estado, así como a que muchos dependen de prestaciones estatales tales como pensiones o subsidios. Por otro lado, estas son personas que quieren cualquier cosa excepto una repetición de los difíciles años 90. Prefieren votar por una estabilidad un poco deprimente antes que por un futuro incierto. Pero también hay votantes satisfechos con el statu quo. Lo que cuenta para ellos es que la economía se mantenga estable, que Rusia vuelva a ser una potencia mundial respetada y que Crimea se haya convertido en parte de Rusia. Aunque estas personas no tengan acaso un buen concepto del partido Rusia Unida, votan por él porque están a favor de un Estado fuerte y de la política del presidente.
A pesar de esta relativa seguridad, el Kremlin parecía muy preocupado por el resultado. En comparación con elecciones anteriores, mostró una actividad desproporcionada para lograr los resultados deseados. Una de las razones de su preocupación por las elecciones tiene que ver con la política exterior, que domina todos los campos políticos en Rusia. El modelo de política exterior rusa ve al país rodeado de enemigos que aprovechan cada punto débil para desestabilizarlo. Esta preocupación es expresada una y otra vez por los políticos. Es por eso que muchos defensores de esta versión ven las elecciones como una amenaza para la estabilidad. Teniendo en cuenta las denominadas «revoluciones de colores» durante las últimas décadas y los acontecimientos actuales en Bielorrusia, de lo que se trata, según esta lógica, es de no permitir ambigüedades o protestas que permitan la intromisión de potencias extranjeras. Por tanto, las elecciones deben ser claras.
Desde esta perspectiva se puede explicar la lucha sin cuartel contra la campaña del «voto inteligente» de Navalny. Existe un gran desinterés por la política entre la gran mayoría de la población. Activar a un grupo pequeño pero diligente contra las políticas del Kremlin es considerado, por lo tanto, un peligro para la estabilidad del país.
Lo arriesgado de este conflicto es que las elecciones se precipitan cada vez más a la pregunta «¿Estás con el Estado o contra el Estado?». El ya casi inexistente discurso político sobre contenidos alternativos se vuelve, así, completamente imposible. Mediante la creciente dinámica amigo-enemigo en las elecciones también aumenta la inestabilidad que tanto teme el Kremlin. El mejor antídoto sería un animado debate con la participación de la extremadamente diversa oposición.
Fuente: IPG vía nuso.org
Traducción: Carlos Díaz Rocca