Suecia y la crisis de la socialdemocracia europea

Göran Therborn

La crisis de gobierno en Suecia -renuncia y regreso con escaso margen del primer ministro Stefan Löfven- deja ver un declive más amplio del proyecto socialdemócrata a escala europea. Con su peor resultado desde 1911 en 2018, los socialdemócratas suecos no son una excepción: en varios países europeos, incluida Alemania, el alguna vez vigoroso socialismo democrático se enfrenta a una caída de votos y a una crisis de identidad.

Suecia y la crisis de la socialdemocracia europea

El lunes 21 de junio cayó el gobierno sueco. Era una coalición extraña, que fue impugnada por otra coalición extraña. El gobierno estaba dirigido por el Partido Socialdemócrata(SAP, por sus siglas en sueco), con el ex-líder sindical del ala derecha del partido Stefan Löfven como primer ministro. Incluía al más pequeño de los partidos parlamentarios, el Partido del Medio Ambiente/Los Verdes, y se sustentaba en un acuerdo de confianza con dos de las agrupaciones más neoliberales del país: el Partido del Centro y Los Liberales. Su mayoría parlamentaria también dependía de los votos del Partido de la Izquierda, que una semana antes retiró su apoyo y se unió a los tres partidos conservadores –el Partido Moderado, Demócratas Suecos y Demócratascristianos– para aprobar una moción de censura. El centro y los liberales se abstuvieron.

Suecia tiene un sistema parlamentario basado en la representación proporcional de circunscripciones plurinominales, con un umbral de representación establecido en 4% de los votos a escala nacional. En el Parlamento tienen presencia actualmente ocho partidos. La explicación de los extraños juegos políticos de las últimas semanas fue un impasse en el que ni la centroizquierda –compuesta por los socialdemócratas, la izquierda y los verdes– ni el bloque burgués tradicional de los moderados, centristas, democratacristianos y liberales pudieron alcanzar una mayoría.

Hasta no hace mucho tiempo, el tercer partido más grande –Demócratas de Suecia, un partido xenófobo con raíces en los movimientos neonazis y de supremacía blanca de las décadas de 1980 y 1990– era considerado marginal. En los demás países nórdicos, los partidos xenófobos han formado alianzas de gobierno o han sido invitados a participar de coaliciones burguesas. Pero Suecia sigue siendo más abierta y tolerante que sus vecinos y tiene una población inmigrante significativamente mayor. En 2018, los socialdemócratas tuvieron su peor resultado electoral desde la introducción del sufragio masculino casi universal en 1911: obtuvieron solo 28,3% de los votos. Sin embargo, siguió siendo el partido más grande, 8% por delante del Partido Moderado. Tras cuatro meses de negociaciones, se llegó a un acuerdo de gobierno que mantuvo afuera a la extrema derecha y sumó el apoyo del centro y los liberales a cambio de un compromiso de 73 puntos específicos.

Estos puntos incluían mantener la lógica del beneficio privado en los servicios sociales; desmantelar las agencias públicas de empleo que alguna vez fueron el eje de la política de pleno empleo de los socialdemócratas; reformar la legislación laboral para facilitar el despido en ciertos tipos de empleos; y abolir el control sobre los alquileres en nuevos proyectos de vivienda. La lista también contenía algunas políticas sobre cambio climático poco ambiciosas, más recursos para las regiones y los municipios y una propuesta socialdemócrata específica una «semana familiar» que otorga tres días a padres y madres para pasar con sus hijos durante las vacaciones escolares.

El pacto de gobierno fue un logro importante para el centro y los liberales, quienes lograron que el SAP aceptara una cantidad de políticas que habían sido rechazadas por la coalición liderada por el Partido Moderado de 2006-2014. A cambio, los socialdemócratas consiguieron dividir al bloque burgués y nombrar al primer ministro. La Izquierda no obtuvo nada, fuera de una cláusula insultante que establecía que no podría tener influencia alguna en las decisiones presupuestarias. No obstante, su apoyo parlamentario era necesario para el nuevo gobierno, y finalmente se doblegó ante el SAP luego de intensas conversaciones con Löfven.

El Partido de la Izquierda sueco surgió del Partido Comunista, que desde 1964 había sido una formación pionera «eurocomunista» avant la lettre: democrática, crítica de la Unión Soviética, heterodoxa e intelectualmente comprometida (invitó a los editores de New Left Review a uno de sus seminarios en la década de 1960). Siendo un partido pequeño, con un porcentaje de 4%-5%, fue rápidamente desbordado por la coyuntura que le eran hostiles en el ámbito internacional: la invasión de Checoslovaquia (que el partido condenó), el avance del maoísmo y el neocomunismo post-1968.

No obstante, el partido sobrevivió en medio de estas dificultades y desde 1990 comenzó un proceso de socialdemocratización, que se completó después de casi dos décadas de conflicto interno y bombardeo externo anticomunista. En la actualidad, se ve como el heredero de una forma temprana de socialdemocracia, aunque no sigue el internacionalismo independiente y radical de Olof Palme y adhiere a una perspectiva liberal convencional. Jonas Sjöstedt, su líder entre 2012 y 2020, se convirtió en uno de los políticos más populares del país, mientras que su sucesora, Nooshi Dadgostar –nacida en Suecia y de ascendencia iraní– ganó respeto como resultado de sus enfrentamientos con el SAP. Con un porcentaje de votos de 8% en la elección de 2018 y un programa reformista socialdemócrata de izquierda, feminista y ecológico, el Partido de la Izquierda ha tenido un mejor desempeño que sus pares eurocomunistas de Italia, Francia y España.

Con la firma del acuerdo con Löfven, el Partido de Izquierda lanzó una advertencia: si el gobierno alguna vez intentaba cambiar la legislación sobre seguridad laboral o abolir el control de alquileres, convocaría de inmediato a un voto de censura. Los socialdemócratas evitaron hábilmente la controversia sobre los derechos laborales cuando lograron que los dos principales sindicatos firmaran un nuevo acuerdo con los empleadores que flexibilizaba la estabilidad laboral a cambio de otras medidas: el derecho a un puesto de trabajo permanente luego de tres años de empleo temporario y la financiación pública del derecho a la capacitación permanente y el «desarrollo de competencias». El tema del control de alquileres apareció en la agenda cuando una comisión parlamentaria propuso alquileres a precio de mercado para los nuevos desarrollos inmobiliarios. Los socialdemócratas sostuvieron que estaban en principio a favor del control de alquileres, pero aceptaba la recomendación de la comisión debido a su compromiso de 73 puntos con los partidos neoliberales.

Para sorpresa de Löfven, la Izquierda le recordó su línea roja de 2019 y preparó una moción de censura. En una maniobra oportunista, los partidos conservadores de oposición –que están a favor de los precios de mercado para los alquileres– se unieron a la iniciativa, y así detonó la crisis política. En estas circunstancias, la Constitución sueca le daba al primer ministro dos opciones. Podía renunciar, lo que impulsaría negociaciones arbitradas por el presidente del Parlamento para encontrar un primer ministro con consenso (lo que le daría a Löfven la posibilidad de rearmar una mayoría); o podía convocar a elecciones anticipadas. El 28 de junio presentó su renuncia.

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La crisis parlamentaria de Suecia plantea varias cuestiones respecto al estado de la política de centroizquierda, el destino de la socialdemocracia europea y la debilidad de la izquierda, que aquí solo se pueden describir en forma somera. Mientras que la socialdemocracia se encuentra en una crisis generalizada que tiene su origen en las mutaciones del capitalismo financiero, los partidos de centroizquierda enfrentan en la actualidad problemas y perspectivas muy diferentes. Es posible comprenderlo ubicando a los partidos en sus distintos sistemas políticos.

Los que tienen por delante un terreno más llano son los partidos laboristas de Australia, Reino Unido y Nueva Zelanda, que representan a uno de los bloques en un paisaje (en buena medida) bipartidista, fortalecido por sistemas electorales de mayorías relativas en circunscripciones uninominales (en Nueva Zelanda ahora con sistema proporcional). Con estas reglas, una vez que un partido ha ganado un sitio en la mesa bipartidista, es probable que tarde o temprano gane poder. Puede perder su posición, como sucedió con los liberales británicos, pero eso requiere el surgimiento de una nueva clase cohesionada y consciente de sí misma (por ejemplo, la clase obrera industrial de comienzos del siglo XX), y los partidos laboristas del mundo anglosajón ya tienen en la clase media un seguro contra cualquier repetición de este proceso. En octubre de 2020, el Partido Laborista neocelandés logró 50% de los votos totales, un crecimiento de 13% desde 2017.

Otra apuesta aceptable por el futuro de la socialdemocracia es el modelo ibérico, donde la centroizquierda puede afirmar que representa la transición democrática. En España y Portugal, los principales opositores de derecha al gobierno tienen dimensiones similares al oficialismo y operan en un sistema de representación proporcional. En ambos casos los socialdemócratas han superado recientemente el tabú liberal contra la cooperación con la izquierda radical, con lo que ganaron cierta autonomía respecto de la centroderecha.

Mientras tanto, quienes alguna vez fueran los poderosos constructores del Estado de Bienestar nórdico han perdido su supremacía parlamentaria, muy probablemente para siempre. Su porcentaje de votos ha descendido hasta alcanzar entre 20% y 30%, y menos aún en el caso de los finlandeses. Pero compiten con un conjunto dispar de partidos de centroderecha, lo que a veces les permite ocupar una posición clave a pesar de los débiles porcentajes de adhesión en las encuestas: de ahí que los socialdemócratas lideraran coaliciones en Dinamarca, Finlandia y (hasta hace poco) Suecia. Estas agrupaciones también han mantenido algo de sus raíces en la clase obrera y los sectores populares, más que otros partidos hermanos.

Los partidos de coalición de Europa central –en Bélgica, Países Bajos, Suiza– se ubican en sistemas políticos policéntricos de representación proporcional y están acostumbrados a formar parte del gobierno. Estos partidos participaron en el desarrollo de Estados de Bienestar locales y nacionales, si bien en forma limitada y subordinada. Es probable que mantengan este modesto rol, pese a que en el caso particular del Partido Laborista holandés ha habido un descenso en el respaldo: obtuvo solo 5,7% de los votos en las dos últimas elecciones.

Dos importantes partidos socialdemócratas –en Austria y Alemania– están en grandes problemas al enfrentar bloques burgueses unificados de la democracia cristiana (principalmente católica). Sin la protección de un sistema electoral al estilo Westminster, están en peligro de ser relegados al estatus de tercer partido. Las encuestas alemanas muestran en la actualidad al Partido Socialdemócrata (SPD, por sus siglas en alemán) ubicado muy por debajo de Los Verdes. Es improbable que el núcleo histórico de la socialdemocracia europea juegue algún papel en el liderazgo político local en un futuro cercano.

La socialdemocracia retornó a Europa del Este gracias sobre todo a los comunistas conversos, pero su principal contribución a la sociedad postsoviética ha sido una eurofilia liberal y una OTAN-ización, más que reformas realmente socialdemócratas. Este desequilibrio entre la política exterior y las preocupaciones populares internas les ha costado caro a los conversos. Las cuestiones sociales se han transformado en la reserva de los conservadores de la derecha dura, cuyo apoyo popular se ha incrementado en forma constante. Casi todos los partidos socialdemócratas de Europa oriental se han visto también involucrados en escándalos de corrupción al más alto nivel. Solo en los países más pequeños y pobres de la periferia balcánica –en particular Albania y Macedonia del Norte– la socialdemocracia podría llegar a conservar una influencia significativa en los años venideros.

Por último, tenemos las bajas: partidos heridos de muerte en Italia, Francia y Grecia. En los tres, pero sobre todo en Italia, el completo de partidos en su conjunto se ha vuelto voluble e inestable. En Italia, tanto el Partido Comunista (PCI) como el Partido Socialista (PSI) se disolvieron a comienzos de la década de 1990. Los socialistas prácticamente desaparecieron, mientras que la prolongada disolución del comunismo italiano prácticamente ha cortado sus raíces en el movimiento obrero. Sin embargo, el Partido Democrático –con sus cambiantes posicionamientos políticos– sigue siendo un jugador relevante en los juegos de alianzas de un fracturado sistema partidario.

En Francia, el Partido Socialista que llevó al poder a François Mitterrand se formó recién en 1971, y en la elección presidencial de 2017 su candidato obtuvo un raquítico 6,4% de los votantes. Sin embargo, es probable que tarde o temprano se establezca un nuevo y potencialmente significativo partido de centroizquierda, integrado por las clases medias educadas –los «brahmanes» de los que habla Thomas Piketty. Este podría surgir de los verdes como de los restos del PS. En Grecia, el Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK, por sus siglas en griego) está tratando de reagruparse sumando a algunas corrientes de la centroizquierda para formar el llamado Movimiento para el Cambio. Abanderado de la decadencia de la centroizquierda, el PASOK es el único partido socialdemócrata de Europa que fue claramente superado por un oponente más progresista –con la excepción quizás del Partido Laborista de Irlanda, que ahora languidece a la zaga de Sinn Féin–.

En este siglo, solo en el sur de Europa han surgido nuevos partidos y movimientos de izquierda de relevancia, aunque también han aparecido nuevos partidos de izquierda en Bélgica, Dinamarca y Holanda, por ejemplo: Syriza en Grecia, el Movimiento 5 Estrellas en Italia, Francia Insumisa, Podemos en España, el Bloque de Izquierda en Portugal. Pero por ahora su avance parece limitado. Sin una mayoría a la vista para cualquiera de estos partidos, las maniobras parlamentarias y la política extraparlamentaria son el único futuro predecible.

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La crisis sueca de mediados de verano boreal se saldó con una estrecha reelección de Löfven, con 175 votos contra a 174, sobre la base de una frágil alianza de gobierno de los socialdemócratas y los verdes y el apoyo parlamentario condicionado de la izquierda y el centro. El control de los alquileres está fuera de la agenda, pero no está claro que el gobierno pueda aprobar su presupuesto en el Parlamento. El centro ha obligado a Löfven a no negociar el presupuesto con la izquierda, pero sin el apoyo de ambas fuerzas el gobierno pierde la mayoría. Las elecciones parlamentarias ordinarias se celebrarán en septiembre de 2022.

La crisis sueca demuestra que todavía hay margen para la maniobra política entre los representantes de una socialdemocracia nórdica inserta en un sistema multipartidario con partidos de derecha y centroderecha divididos. No obstante, la actual distribución parlamentaria del poder en los sistemas europeos de representación proporcional genera dilemas para los socialdemócratas tradicionales, como así también para las agrupaciones de izquierda más jóvenes: dilemas entre, por un lado, negociaciones pragmáticas, compromisos e influencia, y por el otro, programas sólidos, principios y aislamiento. La política eficaz en estos contextos requiere de una dosis de cada parte, pero un equilibrio estable entre ambas resulta algo esquivo.

La socialdemocracia europea tuvo una segunda oportunidad en el poder en la década de 1990, luego de la primera onda de choque neoliberal tanto en el Este como el Oeste. Tras algún éxito inicial, desaprovechó esta oportunidad –quizás para siempre– debido a adaptaciones neoliberales obtusas. La Tercera Vía dio origen a un populismo xenófobo y a una nueva derecha dura, al mismo tiempo que mostraba la debilidad y la estrechez de miras de la izquierda. En Suecia, la invocación que hace Dadgostar de una socialdemocracia propia de la sociedad industrial puede presentar alguna ventaja táctica a corto plazo, pero difícilmente sea una respuesta adecuada a los complejos desafíos que debe enfrentar cualquier proyecto socialista en el siglo XXI. Si estos partidos desean superar los dilemas que conllevan los parlamentos fragmentados, será necesaria más creatividad.

Nota: este artículo fue publicado originalmente en inglés en Sidecar, el blog de la New Left Review con el título «Red lines» y fue actualizado en esta versión en español. Puede verse la versión original aquí. Traducción: María Alejandra Cucchi. Foto: Jen Ohlsson.

Fuente: nuso.org

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