Carles Brasó Broggi, UOC – Universitat Oberta de Catalunya
Para algunos historiadores, 1989 fue el último año del siglo XX, un siglo que comenzó con la Revolución Rusa y que finalizó con la caída del muro de Berlín, el inicio de las transiciones democráticas en la Europa del Este y la desaparición de la Unión Soviética.
Sin embargo, algunos historiadores van más allá e interpretan estos hechos históricos trascendentales como una señal de lo que se denominó el final de la historia. Pensaban que, ante el colapso del bloque soviético y el desenlace de la Guerra Fría, la democracia liberal y el capitalismo se acabarían imponiendo globalmente como el único sistema posible.
Ningún analista hizo la previsión, en cambio, de que treinta años después, el país más poblado del mundo (y la segunda potencia económica global) estaría gobernada por un partido comunista que sumaría más de 90 millones de miembros, siendo el partido con más afiliados del mundo (y quizás de la historia). Nadie duda de que 1989 fue un año clave y un punto de inflexión en la historia contemporánea. Pero no fue el final de la historia.
Por otra parte, el bloque comunista, a pesar de parecer que se derrumbaba de manera conjunta, nunca fue del todo monolítico. Los dos países más importantes, la Unión Soviética y China, prácticamente no tuvieron relaciones políticas tras la visita oficial de Nikita Kruschev en Beijing en agosto de 1958.
Tensiones diplomáticas
Aquella visita fue conscientemente saboteada por Mao Zedong, que recibió al dirigente soviético literalmente en bañador en su piscina particular, después de haberse sentido humillado en Moscú ante Iósif Stalin. Poco después, las relaciones diplomáticas bilaterales se interrumpieron y pasaron tres décadas hasta que Mijaíl Gorbachov y Deng Xiaoping decidieron organizar otro encuentro de alto nivel entre la Unión Soviética y la República Popular de China. Fue en Beijing el mes de mayo de 1989.
El Partido Comunista Chino estaba dividido entre una mayoría reformista y una minoría que quería continuar con el radicalismo maoísta, heredero de la Revolución Cultural y las continuas campañas de agitación y violencia. Entre la mayoría reformista también había quién proponía un incremento liberal y aperturista (Deng Xiaoping, Zhao Zhiyang, Hu Yaobang) y un grupo más conservador que apostaba por limitar y moderar las reformas (Li Peng o Chen Yun).
Ya hacía una década que habían comenzado las políticas de reforma y apertura impulsadas por Deng Xiaoping tras la muerte de Mao Zedong y China había cambiado visiblemente: el surgimiento de mercados donde los productos agrícolas y las pequeñas manufacturas podían ser comprados y vendidos libremente había permitido un incremento de los ingresos rurales y una mejora en la alimentación de la población urbana. Así empezó en las zonas rurales de China el proceso de reducción de la pobreza más relevante que se ha producido jamás en la historia.
Un partido comunista chino con planteamientos divergentes
Pero las reformas de Deng Xiaoping también acarrearon consecuencias menos positivas: los estudiantes y los trabajadores de las empresas públicas, que antes habían tenido un trabajo fijo de por vida, aunque fuera en las comunas rurales, ahora veían que su futuro podía ser incierto.
La introducción de mecanismos de mercado en la economía china provocó fenómenos nuevos, como la inflación y el paro urbano, que eran desconocidos y que provocaron inquietud.
Por otra parte, la apertura de Deng Xiaoping generó corrientes intelectuales que reclamaban, tanto una mayor apertura hacia el bloque occidental y capitalista, como una reedición de las experiencias reformistas que tuvieron lugar en el bloque comunista (en Checoslovaquia, Polonia y Hungría). En este ambiente surgió una potente cultura vanguardista que destacó en diferentes ámbitos artísticos y literarios. Estas corrientes se manifestaron públicamente en la capital de China, ya desde 1985.
Una sociedad que comenzaba a reivindicarse
Las manifestaciones eran una amalgama de diferentes reivindicaciones. A diferencia de Gorbachov, las reformas de Deng Xiaoping se centraron en el ámbito económico, pero la transición política quedó fuera de la agenda oficial, a pesar de que algunos líderes chinos, como Hu Yaobang, eran proclives a considerarla.
En 1987, Hu Yaobang fue destituido por las presiones conservadoras y las protestas aumentaron, en un contexto en el que algunos países vecinos de China, como Taiwán o Corea del Sur, también se encontraban iniciando reformas democráticas. La muerte de Hu Yaobang el 15 de abril de 1989, un mes antes de la visita de Gorbachov, movilizó a la población que simpatizaba con sus ideas.
Cuando llegó el líder soviético a Beijing, los manifestantes que se habían instalado en la plaza Tiananménya se habían multiplicado, ante la creciente preocupación del gobierno chino. La llegaa de los medios de comunicación de todo el mundo para cubrir la visita oficial convirtió aquella manifestación en una noticia internacional de primer orden.
El 20 de mayo el gobierno chino decretó la ley marcial y movilizó las primeras unidades del ejército, pero las manifestaciones no se detuvieron y algunos estudiantes radicalizaron sus protestas, con huelgas de hambre y otras medidas reivindicativas.
Además, la plaza llevaba semanas ocupada y comenzaban a producirse problemas de higiene y orden público.
Una imagen que dio la vuelta al mundo
Finalmente, la noche del 3 al 4 de junio, el ejército chino comenzó a disparar contra la multitud. Los accesos a la plaza quedaron cerrados y lo que sucedió a continuación sigue siendo objeto de debate.
El número de víctimas mortales difiere según las fuentes, entre pocos centenares y miles, pero parece que la violencia se extendió por toda la ciudad (hubo víctimas mortales también fuera del área de la plaza). Además, las manifestaciones y la posterior violencia también se reprodujeron en otras ciudades chinas, aunque no con la misma intensidad. Estos hechos tuvieron un gran impacto internacional y provocaron una grave crisis en el gobierno chino.
Las reformas económicas quedaron momentáneamente en suspense, una victoria de la facción conservadora de Li Peng, partidaria de la represión contra los manifestantes. Finalmente, Deng Xiaoping pudo reconducir la situación y las reformas económicas se retomaron unos años después. Jiang Zemin, el alcalde de Shanghai, que había sabido negociar con los manifestantes y las fuerzas de seguridad, evitando la violencia, fue premiado, situándose al frente del partido como sucesor de Deng Xiaoping, que ya tenía 85 años.
De esta forma, las reformas económicas en China continuaron a un ritmo cada vez más vertiginoso, mientras que los hechos de Tiananmén quedaron proscritos de la memoria histórica.
Una versión de este artículo se publicó en la web de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Carles Brasó Broggi, Doctor en Historia. Investigador Ramón y Cajal, UOC – Universitat Oberta de Catalunya
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