Una autopsia al Hombre de la Sábana de Turín

En combate

Marcelo Prieto

Santo sudario

Es ampliamente conocida la encendida polémica sobre la Síndone de Turín, la Sábana Santa que, para los creyentes cristianos, y especialmente para los católicos, fue el lienzo con el cual se amortajó el cuerpo de Jesús para enterrarlo en el sepulcro proporcionado por José de Arimatea.

Una y otra vez, la autenticidad de la Sábana Santa ha sido razonablemente cuestionada, y una y otra vez, los cuestionamientos han sido también razonablemente rebatidos o puestos en suspenso. Así ocurrió con la datación con carbono 14 efectuada hace pocos años, que pareció resolver la cuestión, pues los resultados del análisis demostraban que la tela se remontaba a la Edad Media, por lo que durante años recientes se consideró a la Sábana como una falsificación medieval…hasta que un nuevo análisis determinó que los trozos de muestra utilizados para la datación provenían precisamente de una parte del lienzo que había sido restaurada en la Edad Media.

Con el asunto de la autenticidad de la Sábana Santa la polémica parece seguir ampliamente vigente, comenzando por la enorme interrogante siempre sin respuesta satisfactoria, sobre cómo se imprimieron las imágenes sin que exista rastro de tintura alguna, lo que las convierte en verdaderas “fotografías” en negativo.

Pero no es el propósito de este pequeño artículo ahondar en el tema de la autenticidad del lienzo, sobre lo que se ha debatido durante decenios con ríos de tinta, y se seguirá debatiendo en el futuro. Mi propósito es dar cuenta de un interesante ejercicio especulativo efectuado hace varios años, con participación de patólogos forenses y especialistas de varias universidades, y cuyos resultados fueron ampliamente difundidos por una popular revista española de divulgación histórica y paracientífica. El ejercicio consistió en tomar los datos y las muestras incuestionadas presentes y reflejadas en la Sábana Santa, y realizar con esa base la autopsia figurada del cuerpo cuya imagen está impresa en el lienzo. ¿Cómo murió el hombre de la Sábana? ¿Qué nos puede decir la patología forense sobre las circunstancias de su muerte?

Como esa información casi no circuló en nuestro medio, y el público ahora está más familiarizado con esos procesos de investigación, por la popularidad de varias series de televisión protagonizadas por investigadores de la escena del crimen (CSI), me he permitido hacer un resumen de los datos que yacen en esa vieja y olvidada revista de divulgación de enigmas históricos. He confrontado los datos con el mejor y más serio resumen periodístico sobre la Sábana Santa, el libro de la periodista española Carmen Porter (La Sábana Santa, EDAF, Madrid, 2005).

Ignoro si los datos y los términos científicos, médicos o técnicos que incluyo en este resumen son efectivamente correctos, pertinentes o válidos desde el punto de vista de la medicina forense. Los tomo tal y como fueron publicados, para reconstruir lo que me pareció un ejercicio apasionante. Debe señalarse de entrada que, en ausencia del cuerpo, el análisis forense ha sido hecho con base en tres elementos: las dos “fotografías” en negativo del cadáver, impresas en la Síndone de Turín, los demás datos físicos que arroja la Sábana misma, presumiblemente utilizada para amortajar el cuerpo, y finalmente, algunas referencias básicas sobre el lugar y el momento del crimen, conocidas por todos y aceptadas por la vía de la hipótesis: que la muerte del hombre amortajado en la Sábana se produjo presumiblemente en Jerusalén y hace, más o menos, dos mil años.

Y ya aquí hay un primer dato de interés: según las investigaciones textiles, la trama del lino -denominada “torción en Z”-, es típica de la forma de trabajar de los tejedores de la zona de Palmira, hace dos mil años. Lienzos de este tipo eran mercadería común y frecuente en los mercados del Oriente Medio, en la época de Jesús.

Pero ya en la escena de los hechos, lo primero que notaría el profiler, -es decir, el especialista que en el sitio del crimen define el perfil preliminar del asesino-, es que el cuerpo amortajado en la Sábana no fue enterrado por el propio asesino, los asesinos o terceros desinteresados. No. El cuerpo fue amortajado y sepultado por alguien que lo trató con respeto y cuidado: depositó el cuerpo sobre el lienzo, previamente colocado sobre una superficie lisa, cruzó las manos sobre el tronco, fijó la cabeza con vendas y le cubrió los ojos, para finalmente tapar todo el cuerpo con el resto de la sábana. Hay restos de aloe en el lienzo, lo que revela que se efectuó una limpieza apresurada del cuerpo, pues no fue posible lavarlo en forma completa. Todo esto concuerda con los datos de la tradición: Jesús murió un viernes a media tarde, y su sepultura debió realizarse a toda prisa -apenas se obtuvo el permiso para descender el cadáver de la cruz-, pues no debía violarse la ley judaica que prohibía dar sepultura en sábado, es decir, a partir del atardecer del viernes. El cuerpo fue sepultado apenas dos o tres horas después del momento del deceso.

¿Cuánto tiempo duró el cuerpo amortajado en la Sábana? Según la autopsia, alrededor de 36 horas. En primer lugar, no se aprecian signos de descomposición, los que comienzan a aparecer entre 24 y 40 horas después del deceso, y que se manifestarían en primer lugar como presencia de amoníaco en torno a los labios. Sí hay rasgos de rigor mortis, que se presenta en el rostro aproximadamente a las 6 horas, y en el resto del cuerpo unas 12 horas después de la muerte. Esa rigidez cadavérica comienza a desaparecer entre 24 y 36 horas después del fallecimiento. En abono a lo anterior, se suma la análisis de la textura de las huellas hemáticas, en este caso con un estado correspondiente a entre 30 y 40 horas después de la muerte. En consecuencia, la autopsia nos indicaría que, si el hombre de la Sábana fue sepultado al atardecer del viernes, el momento en que se produjeron las imágenes que quedaron estampadas en la Sábana ocurrió más o menos 36 o 40 horas después: precisamente en la madrugada del Domingo de Resurrección.

El informe fisiológico de la autopsia revela que el cuerpo amortajado correspondería a un individuo de poco más de treinta años y complexión musculosa, con una estatura de cerca de 1.75 metros y un peso de 75 kilogramos. El análisis antropométrico de la relación entre el tamaño del fémur y la tibia, induce a afirmar que se trata casi con seguridad de un individuo de raza judía, según el índice antropométrico de relación usual.

El tipo de sangre presente en el lienzo es AB, escaso en el mundo, pero frecuente en Palestina. La sangre tiene una alta concentración de bilirrubina, que puede tener su explicación en las condiciones traumáticas de la muerte del sujeto y el altísimo estrés a que fue sometido durante sus últimas horas de vida. A ese factor se debería también el “sudor de sangre” que sufrió Jesús según la tradición; y en la autopsia, esa hematohidrosis se identificó en el rostro del sujeto amortajado en el lienzo.

El análisis patológico nos revela las fuertes lesiones sufridas antes de morir, las que debieron provocar un insoportable trauma y una agonía cruel.

A lo largo del cuerpo del hombre de la Síndone se revelan múltiples rastros de flagelación, con especial presencia en la espalda. El cuerpo recibió por lo menos ciento veinte azotes que dejaron otras tantas heridas compatibles con el flagrum taxillatum, el látigo de flagelación romano, usado en este caso por dos ejecutores, uno a cada lado de la víctima, lo que se revela por la dirección de los golpes. Eran verdugos entrenados, que evitaron la zona del pericardio para no causarle la muerte. El rostro del hombre de la Sábana presenta múltiples golpes y heridas, especialmente un golpe brutal en el pómulo, con una gran hinchazón y la ruptura del cartílago nasal, lo que debió provocar severas dificultades respiratorias durante sus últimas horas de vida. Además, presenta alrededor de 50 heridas en el cráneo y cuero cabelludo, lo que provocó una intensa y sostenida hemorragia que perjudicaría sin duda el riego sanguíneo de órganos vitales. Esta hipovolemia debió tener una influencia decisiva en el en desenlace final.

Esas pequeñas pero profundas heridas detectadas en el cuero cabelludo del cadáver amortajado en la Sábana de Turín, fueron causadas por la imposición de un gorro o casco punzante, una especie de corona de espinas, que cubría parte de la frente, la parte superior de la cabeza y llegaba hasta la nuca. Probablemente fue confeccionada con una planta de origen sirio muy extendida en Judea, denominada zizziphus spina.

El análisis patológico forense del resto del cuerpo retratado en la Sábana Santa revela otros datos y coincidencias importantes y notables: las manos fueron atravesadas por un clavo u objeto punzo cortante, no en el punto de Destot, sino en una zona próxima a la palma, entre el radio y los huesos pequeños de la muñeca. El sujeto de la Sábana murió con un pie sobre el otro, posición que mantuvo más una hora; pues ambos pies fueron atravesados por un único objeto alargado y puntiagudo, probablemente un clavo metálico grande, de aproximadamente un centímetro de diámetro.

La autopsia no revela la usual práctica romana de la crucifigarum que se aplicaba a los ejecutados en la cruz, y que consistía en la ruptura de una rodilla, de tal modo que el cuerpo colgante se desbalanceara para provocar la rápida muerte por asfixia. En el caso que nos ocupa, esa práctica no ocurrió, pues probablemente el hombre de la Sábana murió antes de lo usual: seguramente la condición de asfixia propia de la crucifixión, sumada a la hipovolemia y al tremendo estrés, produjo el desenlace cardiorrespiratorio final.

Pero además hay otras lesiones, propias de la práctica romana de rematar al reo crucificado: el cadáver amortajado en la Sábana presenta una herida en el pecho de unos 8 centímetros, producida por un objeto punzo cortante, que penetró a la altura del quinto espacio intercostal derecho, con evidente penetración de la pleura, el lóbulo del pulmón y el pericardio hasta alcanzar probablemente la aurícula derecha del corazón. La herida revela que fue producida por una lanza con dos aletas o rebordes, de allí su forma elíptica. El golpe de lanza fue dado en forma casi horizontal, como si hubiese sido descargado por un lancero a caballo, o que blandiera su lanza en alto. La herida manó abundante sangre -aunque probablemente fue infringida post morten-, al haber afectado la aurícula derecha, normalmente cargada de abundante sangre aún en cadáveres recientes, por su conexión con la vena cava inferior.

Pero hay otros elementos significativos en la autopsia. Hay excoriaciones y rastros de múltiples golpes pequeños en las rodillas, producidos por caídas, y en el lienzo, a esa altura, hay muestras de arena. A la altura de los pies, hay muestras de un mineral llamado argonito, muy propio de Jerusalén y toda esa zona de Judea, lo que nos revela que la víctima caminó descalza sus últimas horas.

Y un dato final muy importante: el cuerpo presenta una amplia excoriación sobre sus hombros: en el hombro derecho, en la región supraescrapular y en la región acromial derecha, de forma rectangular; excoriaciones similares se observan en la clavícula izquierda. Los daños se deben atribuir a un instrumento rugoso de considerable peso, entre 50 y 70 kilos, mantenido allí durante un tiempo prolongado aunque en movimiento, como si el hombre de la Sábana hubiese sido obligado a cargar un tronco, un madero grande o una cruz, o más técnicamente, el madero horizontal de la cruz, el patibulum que los condenados a la crucifixión eran obligados a transportar sostenido por ambas manos sobre sus hombros, hasta llegar al lugar del suplicio, donde los esperaba ya clavado el palo horizontal o stipes.

Si unimos los datos de la autopsia con los de la tradición vertida en los Evangelios, encontramos una amplísima coincidencia de detalles que probablemente llevaría a un equipo CSI a afirmar preliminarmente que el Hombre de la Sábana Santa se identifica claramente con Jesús de Nazareth, el Hombre crucificado en Jerusalén.

Aún para los no creyentes como yo, todos estos datos son profundamente significativos y conmovedores, y creo que lo serán igualmente para los que sí lo son, en estos días de respeto y conmemoración.

Compartido por el autor. Publicado originalmente en Tribuna Democrática en el 2011.

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