Doña Panchita y la comparecencia del presidente

Cuaderno de Vida

Gustavo Elizondo Fallas

Gustavo Elizondo

La recuerdo como si fuera hoy, señora de cuerpo enjuto, vestida con el hábito Carmelo, un suéter de color negro colocado en forma de capa, un paraguas negro que le servía de bastón y un rostro surcado por arrugas producto de una vida llena de privaciones. Era doña Panchita, asidua visitante de la casa de mis abuelos, junto a muchos otros que encontraban en las manos de mi abuela un trozo de pan y de ternura.

Tenía un parentesco cercano con mi abuelo, aunque este nunca se sintió orgulloso de esa rama de su árbol genealógico, pero allí teníamos a la señora quién se había vuelto hasta exigente en su atención y era normal oírla refunfuñar porque en la casa no se le atendían sus demandas. Todavía mostraba mayor enojo cuando alguno de los fogosos nietos se escondía entre la arboleda a la entrada de la casona de bahareque y le gritaba el sobrenombre, que no repito aquí para no deshonrar sus huesos que hace tiempo yacen en el camposanto de Santa María de Dota. Tengo en mi memoria la vez que recibió una de esas ofensas y llegó ahogada de ira donde mi abuela, quien le ofreció un vaso de agua y Panchita le reclamó molesta, —pero Luisa, usted sabe que a mí la cólera solo se me quita con café, bizcocho y pan casero—.

Otra de las anécdotas se dio una tarde de diciembre, cuando la visita llegó desgalillando desde la calle sus gritos —Luisa, Luisa, tengo una emergencia— mi abuela salió asustada y le consultó —pero Panchita, ¿qué le pasa?— ¡Vengo apurada, estoy a punto de hacerlo en el piso! Enseguida se activó el “protocolo”, ahora tan de moda por la pandemia, lo primero, desalojar de la letrina a un primo que tenía la costumbre de sentarse por largo rato en el sacro santo lugar leyendo sus revistas de “Tarzán de los monos”, lo otro, conseguirle una lámina del periódico ya leído, papel, higiénico no, en ese tiempo era un lujo de los ricos_ ayudarle a Panchita a caminar los 50 metros de la casa al sitio para evitar un oloroso accidente. La impetuosa llegada de la señora había roto la rutina de la casa, había expectativa por salida de la señora, desde el patio trasero que daba a la letrina nos reunimos a esperar; largos minutos después salió doña Panchita aun acomodándose su largo vestido y en el tono de molestia que la caracterizaba dijo en alta voz —¡tanta carrera para una miada y dos vientos! (ese no fue el término, pero lo traducimos a cristiano, para que pueda quedar en este Cuaderno de Vida)

Pero, ¿qué tiene que ver la viejita de la historia con la comparecencia inconstitucional del Presidente Alvarado realizada en el plenario legislativo?, que pasó algo parecido, se convocó con una gran expectativa, en medio de la urgencia de avance en proyectos vitales para el país, ese día fue de “asueto” en la Asamblea, toda la estructura cuyo costo diario ni siquiera imaginamos, enfocada a la presencia del Presidente, diez horas de preguntas sosas y mal intencionadas, los mismos cuestionamientos sobre un decreto derogado horas después de promulgado y las mismas respuestas que se han dado desde hace un año, para al final tener un mínimo valor agregado o sea, que al igual que doña Panchita, tanta alharaca para que al final todo se fuera en agua y en puro viento.

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