Sobre el encumbramiento de mitos poco edificantes

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Hay veces que para hacer un comentario crítico sobre algún asunto conviene aclarar desde qué lugar se hace. Ese sería el caso para hablar sobre el encumbramiento de Diego Armando Maradona, antes y después de su muerte. Para comenzar, soy aficionado al futbol, deporte que he practicado mucho tiempo, y en ese contexto soy un admirador de Maradona como jugador, al que considero uno de los mejores del mundo. A continuación, creo importante señalar que conozco un poco la mecánica cultural argentina y en particular la porteña. He vivido en Bueno Aires mas de dos años, primero en una residencia de estudiantes en Belgrano, y después, al regresar, en un apartamento pequeño en el centro (Oro con Santa Fe). Soy admirador del nivel cultural argentino (desde la literatura de Borges a la música de Piazzola, pasando por su cine, sus artes plásticas y su teatro). Y en el plano intelectual que sigo, la sociología política, me ufano de haber tenido gratas conversaciones con Guillermo O¨Donell, Marcelo Cavarozzi, Juan Carlos Portantiero, Oscar Oszlak o Ernesto Laclau.

En suma, soy futbolero y admirador de la gran nación argentina. Para que nadie se confunda.

Desde esa perspectiva, me apena el encumbramiento de un personaje como Diego Maradona, por varias razones. Ante todo, porque se ha producido un paso que considero negativo: Maradona no es sólo un héroe deportivo, sino que se ha transformado en un icono social y cultural de la Argentina. Y para que ese paso opere positivamente es necesario que la excelencia en su disciplina vaya acompañada también de un comportamiento social edificante. Es conocido el caso de compositores, escritores, artistas plásticos, deportistas, que han sido unos genios en su disciplina y luego fueron un verdadero desastre en su vida personal, cuando no unos malos bichos en general. Pero el buen juicio sobre estas personas debe hacerse distinguiendo una cosa y la otra. No se puede poner en cuestión la genialidad de Picasso por ser un soberano machista en su vida privada. Y, al contrario, su maestría como pintor no puede ocultar su tendencia a la depredación personal. Lo que me parece imprudente, cuando menos, es cerrar los ojos ante cualquiera de ambas facetas y, en ese sentido, considerar que Maradona representa como un todo el icono argentino por antonomasia.

Un politoxicómano, capaz de hacer un anuncio contra las drogas cargado hasta las cejas de cocaína, socio de la familia Giuliano, jefes de la Camorra en Nápoles, profeta de la desmedida: coca y cabarets de noche y entrenamientos en el día, inmensamente inculto y un tanto patán, agresor de mujeres y de si mismo, este personaje ¿puede ser el símbolo patrio de la Argentina?
Puedo comprender el disgusto y aun la rabia de muchos argentinos ante semejante despropósito. En realidad, su encumbramiento refleja bien el síndrome doloroso de una sociedad postrada por demasiado tiempo. Y quienes tratan de justificarlo no presentan argumentos convincentes. Se justifica su vida poco ejemplar por sus orígenes humildes. Como si eso lo justificara todo. Hay legión de futbolistas estupendos que proceden de barrios terribles y no han optado por ese camino. También se alude a que fue un bálsamo para una sociedad sometida a una dictadura y derrotada en una guerra innecesaria por la soberbia británica y la traición de Estados Unidos. Y desde luego que lo fue. Creo que el jugador no fue entendido realmente, cuando respondió al periodista sobre el gol tramposo metido a Inglaterra en cuartos de final, “es la mano de Dios”, dijo. En efecto, era la gracia divina que quería compensar a la Argentina por tanta humillación sufrida en los últimos cinco años. Pero por eso ¿había que aceptar cualquier cosa que reivindicara el país, procedente del plano simbólico? Argentina tenía y ha tenido otras fuentes nutritivas igual o más poderosas. Y tampoco había que aceptar cualquier actitud del extraordinario jugador. Claro, si en una realidad paralela, se le califica de Dios, como se dice en el diario El País, “A Dios no se le discute”.

En realidad, lo verdaderamente preocupante no es el personaje sino la cultura cívica de buena parte de la ciudadanía argentina. Y de quienes promueven su endiosamiento, incluyendo a su presidente actual, Alberto Fernández, al que no le ha costado nada darle a la maquina populista: hay que exasperar los sentimientos nacionales mediante la exaltación de un jugador de futbol. Como dicen muchos, Argentina no se merece esto. No en el siglo XXI. Porque una cosa es realizar un homenaje a un futbolista extraordinario y otra cosa es hacerle una despedida en la Casa Rosada como si fuera un padre de la patria. Los cientos de miles de exaltados que se agolpan en la Plaza de Mayo no solo son una muestra de su fanatismo, sino que reflejan la irresponsabilidad cívica en medio de la pandemia. La próxima semana los hospitales rebosarán todavía más de enfermos que no pueden ser atendidos.

Hay una divergencia entre quienes dicen que con la muerte del jugador llegará también la muerte del mito y quienes aseguran que la mitificación de Maradona no ha hecho más que comenzar. Pero lo importante es el mensaje que transmite el mito, sobre todo a la niñez y la juventud de Argentina y América Latina: juega bien al futbol y todo te será permitido. Y luego habrá quien se queje de que la frustración de las expectativas vitales incremente la violencia social y la baja cultura democrática.

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