Mauricio Ramírez Núñez y Juan Carlos Chacón Redondo
“Estamos fritos, no hay gente que mire geopolíticamente”. Pepe Mujica
La geopolítica, al igual que la geografía, son saberes estratégicos para la toma de decisiones. Esta primera, fue considerada durante el siglo XX como una ciencia maldita, ya que fue el instrumento utilizado por los totalitarismos, así como por aquellos países con ambiciones imperiales, para justificar bajo la doctrina del espacio vital su expansionismo en el mundo. No podemos olvidar que esto causó dos grandes guerras mundiales y una Guerra Fría que culminó hasta principios de los años 90, con el colapso de la antigua URSS.No obstante, la geopolítica adquiere en el siglo XXI nuevamente una importancia primordial, su método de analizar el mundo y entenderlo, a través de una manera sistémica y no lineal, permite entender cómo todos los fenómenos políticos y económicos planetarios pueden estar de una forma u otra conectados por variables estratégicas que hacen mover o moldear el comportamiento del estado y demás actores internacionales. Esta ciencia se caracteriza por estudiar la relación entre el Estado y el territorio, además de los otros factores que interactúan en ese proceso a lo largo del tiempo: historia, cultura, economía, política.
Para ella son “estratégicos” aquellos espacios que, por su nivel de relevancia económica y política, resultan de gran interés para los tomadores de decisiones mundiales y locales. Antes de la revolución industrial, las regiones estratégicas eran las zonas conocidas hoy como “rurales”, ya que la agricultura era el motor que movía las economías de los estados. Sin embargo, después de la revolución industrial, lo decisivo pasó a ser la ciudad, porque en ésta se encontraban los grandes centros de producción, y por lo tanto de poder. Para hoy, estos detalles siguen siendo de gran relevancia sin duda alguna, pero no podemos olvidar que la importancia geopolítica de un país, una región o un continente, siempre necesariamente va a estar marcada, por la ubicación de las fuentes de energía y materias primas demandadas por el mercado y la subsistencia de las naciones. El control de pasos y rutas marítimas son también indispensables y poseen mucho valor. Esta es la razón por la cual todos los grandes conflictos de nuestros días se desarrollan en zonas ricas en recursos naturales tales como: agua, petróleo, gas, minerales y biodiversidad en general.
Como el conocimiento se encuentra siempre en constante evolución-construcción según se mueve la sociedad y cada época histórica, existen autores que incluso hablan ya sobre biogeopolítica, al referirse a la relación entre la vida y el espacio, donde ambos se encuentran totalmente unidos, y, por ende, el control del espacio implica a su vez el control sobre la vida. Es dentro de este espacio de nuevas realidades y exigente innovación teórico-académica en la que la realidad nos exige buscar nuevas categorías analíticas que permitan acercarse a las problemáticas actuales desde perspectivas alternativas, de ahí la relevancia que cobra la idea de hablar sobre agrogeopolítica.
El concepto no es para nada nuevo, en 2018 un artículo publicado por el Instituto Argentino para el Desarrollo Económico, hablaba sobre la agrogeopolítica global de China y sus implicancias para Argentina. El autor explica que dicha idea tiene que ver con la relación existente entre inversiones (mercados) agrícolas globales, políticas agropecuarias internas , así como todo lo referente al abastecimiento (desde el interior y exterior) y producción agrícola para garantizar la supervivencia de una nación. Algo que, junto con la actual crisis de salud que enfrentamos y sus consecuencias respectivas, nos pone sobre la mesa nuevamente, la no postergable discusión sobre el tema de la seguridad y la soberanía alimentaria.
En pleno siglo XXI, la mencionada hecatombe holística– pues sin duda alguna, ha generado consecuencias en la mayoría de los ámbitos (sino es que en todos) – que enfrenta el mundo, pone a prueba las capacidades de los diversos actores del Sistema Internacional, aunque más importante aún, representa un llamado de atención a la humanidad y una clara evidencia de que es posible vivir sin muchos de los componentes del actual engranaje sistémico. Esto, a su vez, ha permitido esclarecer la vitalidad de otros temas que no necesariamente se han priorizado en la agenda global, sino que más bien se han ido dejando de lado, de un modo fatídico.
La soberanía alimentaria desempeña un rol determinante en términos de agrogeopolítica, ya que entiende al mundo y sus riesgos, y se nutre de la esperanza que precisamente hoy se requiere para subsistir de la mano de la resiliencia, pues ésta debe ser el pilar de la propia producción en sentido estricto, no viéndola desde términos estrictamente económicos como lo plantea la seguridad alimentaria en la actualidad, sino más bien desde lo político y como parte de la seguridad nacional, apuntando a la dirección de la lucha original, la campesina, aquella que se centra en lo verdaderamente esencial, los derechos de los pueblos y las comunidades para con la tierra. La correlación del binomio soberanía-seguridad para el tema alimentario debe figurar entonces como una que garantice al pueblo su arroz y frijoles (como se dice popularmente) en toda circunstancia, bajo un esquema que considere los escenarios impredecibles y que no discrimine ni desfavorezca a nuestros productores.
Los fanáticos del mercado que hablan de liberalizar los precios de los alimentos y demás en estos momentos, no toman en cuenta factores ambientales, conflictos, pandemias, nacionalismos, entre otros, que en lo volátil de la actualidad pueden detener el flujo del ”libre comercio” mundial y poner a cualquier país de rodillas sin tener de dónde echar mano para alimentar a su pueblo. Este no es un tema de cerrarnos o abrirnos al mundo, tampoco si debe ser el Estado o el mercado quién produzca alimentos, entiéndase que estamos hablando de pragmatismo y sentido común de cara a lo que se vive y puede venir con el tiempo. Necesariamente el Estado deberá jugar de nuevo un rol rector, donde planifique algunas cosas básicas y que, como el arbitro en un partido de fútbol, con las reglas claras y la cancha bien delimitada, fiscalice la sana y verdadera competencia, asegurando un “fair play” que no afecte o ponga en peligro a la mayoría de la población para beneficiar solo a unos cuantos.
En esta era post-hiperglobalización es indignante e inaceptable que aún se debata sobre la adquisición de alimentos por “eficiencia” y no por la correcta gestión y distribución de los recursos, el desenvolvimiento del comercio local, el equilibrio en términos de desarrollo sostenible, la agroecología y en esencia, el derecho de las personas por una alimentación digna y coherente moldeada a sus necesidades y requerimientos nutricionales. En un contexto tan convulso, no debe renunciarse a la base de la producción (racional y no superflua) y de esto ya nos advierte el filósofo político británico John Gray, cuando determina que el argumento de una nación para eliminar la agricultura y depender de otros, “se desechará como el disparate que siempre fue”. Don Pepe Figueres decía: “no nos asustemos por conceptos”, en la práctica, la soberanía hoy, como la plantea Gray significa “la capacidad de ejecutar un plan de emergencia completo, coordinado y flexible como los que han aplicado el Reino Unido y otros países”. A esto solo le agregaríamos que de ésta depende el control, acceso o defensa de los recursos naturales con valor estratégico con que cuente un país.
En esta coyuntura, Costa Rica puede asumir liderazgo en la materia, ya que contamos con el potencial para predicar con el ejemplo, levantar la voz y dotar de esperanza a aquellas personas que de una u otra forma la han perdido. En nuestro país tenemos tierra fértil, cooperativas, emprendimientos e instituciones como el CNP que podemos reestructurar y un clima que se presta para que volvamos a la tierra y recuperemos el sector agro. Enfoquémonos en darle prioridad a la producción nacional, que con gran esfuerzo y valor están intentando salir adelante en medio de la crisis, y de la cual dependen tantas familias. Esto tiene que ser un esfuerzo país, el mundo demuestra que estas crisis pueden paralizar los mercados, eso ya quedó en evidencia, pero la vida no se detiene, en cambio, la producción alimentaria y el manejo adecuado de los recursos naturales sí determinan la vida y por consiguiente, nuestra propia existencia.
El planeta nos está hablando, no podemos seguir viendo la producción y generación de riqueza como la única razón de ser de la civilización, el presente señala que es tiempo de valorar otras alternativas, de buscar nuevos horizontes y de encaminarnos a rumbos innovadores; no bajo la añeja lógica neoliberal del mercado, cuyos supuestos terminan totalizando la vida y reduciéndola en simple mercancía, sino bajo la del bien común, en aras de combatir las problemáticas que se han aplazado y acumulado, con objetivos reales y concretos, no con metas inalcanzables y surrealistas como las propuestas aplazables de organizaciones internacionales que han demostrado ser insuficientes. Es momento de hacer lo nuestro y de volver a nuestras raíces, literalmente, a cosechar los frutos del mañana y a luchar por un mundo más equitativo, más solidario y más empático. Entonces: ¿qué elegiremos? La decisión es nuestra, no desaprovechemos la oportunidad que tenemos en nuestras manos para construir una nueva utopía que se transforme en realidad.
Mauricio Ramírez Núñez es Académico y Juan Carlos Chacón Redondo Internacionalista