Urgente cambiar la naturaleza de la educación

Carlos Manuel Echeverría Esquivel

Carlos Manuel Echeverría

Andrés Oppenheimer nos contó hace poco de la respuesta que una ministra finlandesa le dio en una reciente conversación sobre cuál es el principal ingrediente para que un país progrese sostenidamente: ella respondió con una sola palabra repetida tres veces: “educación, educación, educación”.

Ciertamente el tener recursos naturales y otras ventajas comparativas como la cercanía a los mercados juegan un papel importante en el progreso sostenido de un país. Pero eso no es suficiente. En la lucha entre las naciones por su sustento y por la necesidad de satisfacer las necesidades traducidas en deseos de los ciudadanos influenciados por la globalización de “todo” prácticamente, es necesario desarrollar ventajas competitivas, más dinámicas que las comparativas, como bien lo demuestran Nueva Zelanda y Singapur, así como Costa Rica hasta cierto punto.

El dinamismo de las ventajas competitivas y una ciudadanía dispuesta al cambio para no perder competitividad es una actitud fundamental que no se genera simplemente capacitando a los ciudadanos. Capacitar es enseñar destrezas para cumplir una función productiva o de consumo específica. Ciertamente necesitamos capacitación, destrezas sistémicas y sistemáticas orientadas hacia satisfacer las necesidades de supervivencia. Sin embargo y sin querer ser peyorativo por supuesto, el adquirir esas destrezas es, guardando las proporciones del caso por supuesto, como las que se le enseñan a un caballo o una yunta de bueyes para que sirva y se gane su vida. ¿Una persona capacitada puede ser excelente para producir, pero qué del resto de su existencia y cómo defiende sus derechos individuales y sociales más allá de un ingreso?

El Ser Humano, por su condición como tal, para facilitar su máximo desarrollo personal y por el positivo impacto social a generar, merece ser educado mucho más allá de ser capacitado.

¿Qué implica la educación? Implica ante todo, el adquirir las destrezas que le permitan razonar en abstracto, entender su entorno, analizar la información que recibe, procesada o no, para desarrollar su propio pensamiento y ser capaz de transmitirlo. Esa capacidad de razonar en abstracto es lo que hace a la gente capaz de defender sus derechos y entender sus deberes como ciudadano, de generar mejores formas de “hacer las cosas”, de ver más allá de lo inmediato y así, promover transformaciones o influenciar procesos que hagan más fácil y sostenible el progreso hacia el desarrollo (estado de equilibrio pero nunca estático que facilita el BienSer individual y social, sin sacrificar el futuro por el presente)

Desgraciadamente, en la Costa Rica de hoy, no predomina el que estemos educando. Empezamos muy bien con el “gefe” Juan Mora Fernández y su afán porque cada municipio tuviera una imprenta; destaco el golpe de timón de don Jesús Jiménez. Luego algo se nos quedó de camino.

Costa Rica se ha desarrollado vertiginosamente a partir de los años cincuenta del siglo pasado, claro está, sustentándose en abundantes ventajas comparativas y un incipiente desarrollo de las ventajas competitivas. Sin embargo, perdimos la calidad educativa quizás por la masificación propia de una sociedad que pasa de ser esencialmente agraria a desarrollar sus sectores secundarios (industrialización) y los terciarios (comercio y servicios), para consolidar un modelo de consumo no siempre sostenible ni accesible para todos. De hecho, un tozudo 22% de la población, vive en condiciones de pobreza; una vergüenza social.

Tenemos que volver y rápido, especialmente en los niveles primarios, secundarios y una parte de la educación superior privada sobre cuya calidad podríamos tener dudas en cuanto a contenido técnico y formación ética, por supuesto viendo a futuro y aprovechando los avances tecnológicos. Un esquema educativo que capacite mejor pero que fundamentalmente enseñe a razonar con profundidad a los educandos, para que sean mejores ciudadanos, ávidos de practicar el pensamiento crítico y de expresarlo. Capaz también de promover nuestra cultura, pues sin ella perdemos identidad como nación. Como ejemplo de lo que no conviene: hoy en día mucha gente joven y hasta sus padres están abandonando algo tan característico en nosotros como es el “voceo” por el “tuteo”.

¿Por dónde empezar? A mi juicio por la formación integral, en cada campo técnico y en valores y comportamiento social aceptable, de quienes preparaban el pensum de formación de maestras y maestros y de allí, iniciar un proceso formativo en escalera que no requiere mayor explicación. El problema es que quienes se harían cargo de esa primera etapa son producto del deficiente sistema actual, lo que en ningún sentido condiciona a quienes, siendo especialmente inteligentes, pueden entender la necesidad de escalar a niveles de excelencia educativa ausentes. Seguramente será necesario atraer versiones actualizadas de los “Juan Fernández Ferraz”, nuestro respetado pedagogo de antaño, canario de nacimiento formado en su España de antaño. La OCDE estará en disposición de apoyarnos. Pero más que otra cosa, se requiere de la voluntad política con respaldo ciudadano y del propio gremio docente para dar ese enorme salto cualitativo que necesitamos.

Ex viceministro de Planificación y consultor.

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