Enrique Gomáriz Moraga
En esta entrega, correspondiente al 40 aniversario de la revista, he ensayado sobre las dificultades del movimiento europeo por la paz, en relación con su propia naturaleza. La experiencia muestra que, para que un movimiento social tenga influencia sobre la sociedad en que nace, necesita contar con tres elementos convergentes: 1) existencia de organizaciones directamente preocupadas por la coyuntura de paz y seguridad (organizaciones pacifistas); 2) presencia de aliados naturales, como otros movimientos proclives (ecologismo, feminismo, etc.) así como movimientos y partidos políticos dispuestos a colaborar en tal sentido (como lo fue la socialdemocracia nórdica, por ejemplo); 3) disposición y permeabilidad de la sociedad civil para captar el mensaje que prioriza el valor paz.
Como puede apreciarse, ninguno de esos tres elementos ha tenido mucha presencia en esta coyuntura. Las organizaciones pacifistas, convencidas de que con la conclusión de la guerra fría el peligro de conflictos armados había descendido, sobre todo en Europa, se disolvieron o se dedicaron a la paz positiva (asistencia humanitaria, ayuda al desarrollo, etc.). Apenas algunas veteranas organizaciones por la paz (en Inglaterra, Holanda, España) pudieron mantenerse funcionando. Por su parte, los aliados naturales del pacifismo se dividieron ante la naturaleza compleja del conflicto o bien se sumaron al reforzamiento del bloque occidental, como sucedió especialmente en Alemania y los países escandinavos (que abandonaron su neutralidad tradicional). Y el valor paz en la sociedad civil se vio subordinado a otros valores, positivos y negativos, (seguridad, rechazo de la crueldad del invasor, etc.) que aumentaron la complejidad de priorizar la búsqueda de la paz.
De este modo, las opciones partidarias de la respuesta militar han liderado la opinión pública europea. Han formado un bloque en que convivieron quienes usaban la fuerza para garantizar el derecho a la legitima defensa del país invadido y quienes buscaban resolver la guerra mediante la derrota militar de Rusia (principalmente en Estados Unidos, Inglaterra y el complejo militar industrial). Desde está dinámica se ha ido formando una corriente belicista en el continente que aceptaba el liderazgo norteamericano. Pero la llegada al gobierno de Trump ha cambiado las cosas. La sensación de orfandad del belicismo europeo ha tratado de compensarse con la idea de que lo que necesita Europa es convertirse en una potencia militar más.
En este contexto, la figura del reconocido pensador Jürgen Habermas ha tenido relevancia. Habermas ha sido uno de los aliados naturales más prominentes del movimiento por la paz en Europa. Lo fue respecto a la campaña European Nuclear Disarmament (END) en los años ochenta y no ha dejado de serlo desde entonces. Sin embargo, su último ensayo sobre Europa y su seguridad está siendo interpretado como un posible cambio de posición del pensador.
En efecto, así pareciera al leer la edición que hace el diario El País del mencionado ensayo. Ya desde su título “Llamamiento a Europa: por una fuerza militar disuasoria común”, (El País, 29/3/25), resulta difícil saber si Habermas aboga por convertir a Europa en una superpotencia militar. Y el diario agrega como sumario: “La UE tiene que reforzar y unir sus ejércitos para seguir siendo un actor con peso político en el escenario global. Pero esto solo se puede defender si se da un paso adelante en la integración europea”. Sin embargo, cabe la pregunta ¿refleja ese sumario la posición del ensayo de Habermas?
Al revisar el texto hebermasiano, la respuesta es más que dudosa. El filósofo alemán continúa insistiendo en que era posible evitar la invasión rusa atendiendo el malestar repetidamente manifestado por Moscú y que una vez iniciada esta, la respuesta europea no era sumarse al tren del belicismo occidental. Dice Habermas: “En lugar de agitar banderas y gritar consignas de guerra y de aspirar a la victoria sobre una potencia nuclear como Rusia, habría sido mas apropiado reflexionar de forma realista sobre los riesgos de una guerra prolongada”. La independencia de juicio de Europa también tendría que haberse ejercido frente al gobierno ucranio: “es decir, que sin sentar objetivos propios y sin orientación propia (los dirigentes europeos) se prestaron a apoyar incondicionalmente la estrategia bélica ucrania”.
Resulta difícil confundir el sentido de la reflexión de Habermas. Fue posible una estrategia propiamente europea, no belicista, que hubiera evitado la guerra y que, una vez iniciada esta, hubiera operado en una perspectiva doble: apoyar a Ucrania para evitar su aplastamiento, pero al mismo tiempo usar todos los recursos europeos para detener la guerra. El presidente Macron defendió esa postura varios meses.
Desde esta perspectiva, lo que propone Habermas no es la conversión de Europa en una potencia militar, sino la posibilidad de construir una capacidad defensiva común, de carácter estrictamente defensivo, que sea parte de la necesaria autonomía estratégica de Europa, sin abandonar los rasgos constitutivos de su verdadera naturaleza: una potencia valórica, económica y comercial. Y no oculta que ese sistema defensivo común es extremadamente difícil en la Europa actual, tanto materialmente como políticamente. Por eso afirma que eso “solo puede defenderse” si se avanza en la integración política europea.
En su extenso ensayo, Habermas se refiere a otros temas urgentes, sobre todo en cuanto al debilitamiento de las instituciones democráticas en Estados Unidos y otros países de occidente. Pero su preocupación principal alude a un asunto muy alemán: la tendencia a reconstruir una capacidad militar propiamente alemana, superior a la del resto de países europeos. “Me asusta ver desde qué sectores, de manera irreflexiva o incluso expresamente con el objetivo de reavivar una mentalidad militar que se creía superada con razón, se está apoyando al Gobierno alemán, que ahora se dispone a llevar a cabo un rearme sin precedentes del país”.
No, definitivamente, Habermas no se ha sumado al militarismo emergente. Tampoco al belicismo europeo. Sigue siendo un convencido del espíritu de la Carta de Naciones Unidas, que muchos parecen haber olvidado, claramente opuesto al viejo aserto de si quieres la paz prepárate para la guerra.