Crónicas interculturales
Por Remy Leroux Monet
Creo que vale la pena advertir a mis compatriotas (hombres y mujeres) sobre las reglas que aplican los ticos en el momento de subirse a un taxi.Es muy marcado y respetado: las mujeres se suben a un taxi para ocupar el asiento de atrás mientras que los hombres lo hacen delante. Punto.
Y —según mis observaciones nada científicas— es tan marcado que al hombre que se sube atrás le pondrán en duda su hombría. Hasta silbidos se podrán escuchar…
Mientras que a la mujer que se sube adelante a la par del chofer podría ser vista con malos ojos, por considerarla machona o floja de cadera…
Siempre pensé que si la mujer se sienta atrás es como para protegerse del fervor amoroso eventual del chofer.
Pero, ¿cómo es la situación o postura del varón? ¿Sería todo lo contrario?…
Las reglas para montarse en un taxi son bien diferentes según las culturas.
En Francia, el asiento libre de adelante a la par del chofer en realidad no está libre para pasajeros. Es como el espacio privado del chofer. Hagamos el inventario: termo con café, algo de comida, a veces una mascota, papeles, periódico del día, celular, etc. Y, aún si legalmente es un asiento para viajeros, la mala voluntad del chofer para liberarlo será tan pesada que uno renuncia a la carrera para buscar otro carro.
Otro ejemplo: Londres. Es bien conocido desde decenas de años y no apareció con la pandemia. Hay una separación física transparente entre los pasajeros y el chofer que maneja solito adelante. Además el vehículo está construido con solo un asiento delantero. No hay campo a la par de él. Es lo más anti-convivial que he visto. Se le paga deslizando el dinero en una hendija.
Creo que, en el mundo, los taxis que no hacen diferencia entre los sexos de sus pasajeros son los más numerosos. Y sentarse a la par del chofer en un país extranjero permite un primer acercamiento con dicho país, recogiendo las últimas noticias. Siempre lo he hecho cuando visitaba Costa Rica desde París. Nunca me ha pasado algo…
– Remy Leroux Monet, ciudadano francés, visitó por primera vez Costa Rica en 1978, y desde entonces no se ha separado nunca de nuestro país. En 1993 migró definitivamente. Siendo un atento observador de su entorno, tiene por afición resaltar diferencias entre sus dos países, el de nacimiento y el de adopción.