Rodrigo Chaves y la amenaza a nuestra tradición democrática

Guido Mora

Guido Mora

Leía hace unos días el pronunciamiento emitido por los expresidentes de la República.

Sin entrar en consideraciones sobre si en su momento compartimos o no las concepciones de gestión política o las acciones realizadas durante sus respectivas administraciones, resulta imprescindible subrayar la capacidad de convertir el diálogo en el principal instrumento para la construcción de consensos y, por ende, en el mecanismo idóneo para la definición y el alcance de sus objetivos.

La vocación democrática, columna vertebral del sistema político costarricense ha demostrado, a lo largo de nuestra historia, que sólo mediante el diálogo y la negociación, ha sido posible lograr los acuerdos que moldearon nuestra institucionalidad y que sirvieron de norte a nuestros líderes históricos, para forjar el sistema democrático que nos caracteriza ante el mundo y del cual nos hemos sentido siempre muy orgullosos.

Tal como lo expone el documento de la Organización de los Estados Americanos “EL DIÁLOGO Y LA GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA EN LAS AMÉRICAS”, publicado en marzo de 2004: “La democracia supone la confrontación pacífica y constructiva de intereses, ideas y criterios entre distintos actores de una sociedad… Fieles a este postulado, y conscientes de que “la democracia y el desarrollo económico y social son interdependientes y se refuerzan mutuamente…, resulta imprescindible reconocer que es por medio del diálogo y la concertación, que se han logrado consensos y acuerdos políticos, temáticos y regionales en aras de la consolidación de la gobernabilidad democrática… En este contexto, el diálogo, surge como un mecanismo clave para contribuir al fortalecimiento de la gobernabilidad, toda vez que se trata de un proceso dinámico que permite reunir a múltiples actores y sectores de una sociedad para abordar problemas complejos que no han podido ser resueltos adecuadamente … De tal manera que, fortalecer la gobernabilidad supone, por un lado, reforzar las instituciones democráticas y los procesos de diálogo que en ellas se desarrollan y, por el otro, propiciar la institucionalización de procesos y mecanismos de diálogo que han surgido como respuestas a situaciones de crisis e ingobernabilidad …. El diálogo como política de Estado tiene una perspectiva mucho más amplia en el tiempo y busca alcanzar objetivos nacionales que llegan a ser parte de la visión y misión de largo plazo de las entidades estatales a todos los niveles y de los sectores organizados de la sociedad civil. Esto hace que los acuerdos y las relaciones forjadas entre los actores de los diálogos impulsados bajo este enfoque tiendan a sobrevivir los cambios de administración y eventualmente se arraiguen en el proceso de discusión y definición de políticas públicas”.

El texto supracitado caracteriza el accionar democrático y participativo con que históricamente han procedido nuestros presidentes: una forma de actuar y ejercer el poder, que constituye el sistema nervioso que norma el comportamiento político en nuestra querida Costa Rica.

Sin duda algo ha cambiado.

Lejos de convocar a la concertación o al diálogo, en absoluta contradicción con la tradición civilista costarricense, a lo largo de estos 25 meses, el actual mandatario ha recurrido reiteradamente a la imposición, la afrenta, los insultos, la persecución, los agravios y la prepotencia, con el fin de inducir a los costarricenses, desde su visión de populista autoritario, a convertir sus propias ocurrencias y las de sus acólitos, en objetivos de la colectividad.

Su gestión se ha caracterizado por un total irrespeto a la normativa jurídica, a la institucionalidad y a la tradición civilista que ha forjado la cultura política de nuestra Nación.

Con esta actitud, Rodrigo Chaves, lejos de unir a los costarricenses en la consecución de objetivos comunes, ha provocado de un lado, una mayor fragmentación de nuestra sociedad, profundizando las divisiones causadas por la crisis del modelo de desarrollo vigente. Por otra, ha restado majestad al cargo que juró, sobre una Biblia -comprada apresuradamente-, con el fin de explotar el simbolismo retórico que le permitiera obtener el favor de una sociedad que, cansada de desigualdad, exclusión, inequidad y pobreza, depositó su esperanza en este falso mesías que, a dos años de gobierno, sigue sin mostrar un solo logro que nos convenza de su capacidad para ejercer la administración del Estado.

La ejecución de esta desacertada forma de gobernar, lejos de permitirle al presidente alcanzar sus metas, atenta contra la gobernabilidad democrática y conduce a crispar aún más los ánimos de la sociedad.

Por otra parte, aleja a los costarricenses de la posibilidad de unificar esfuerzos, en procura de un presente y un futuro promisorio, amén de que, en el mejor estilo del Trumpismo norteamericano, ha estimulado las reacciones violentas y los enfrentamientos entre sus acólitos y un sector ciudadano, formado en la tradición democrática, que adversa y rechaza el autoritarismo, el matonismo, el irrespeto y la prepotencia que ha caracterizado a Rodrigo Chaves Robles, desde el inicio de su administración.

La narrativa violenta, acosadora e intimidante, identifica el accionar de un presidente que pasará a la historia, como el tristemente célebre gobernante, que además de vilipendiar la imagen de Costa Rica, caracterizándola públicamente como una tiranía; ha usado la persecución y la violencia verbal y política, como instrumento para imponer su visión de mundo.

Quedan ya por suerte menos meses de la administración Chaves Robles, vamos por la mitad del gobierno y, afortunadamente, la institucionalidad costarricense es mucho más fuerte que el deseo reiterado y explícito de Rodrigo Chaves Robles, de transgredir la normativa y la institucionalidad vigente.

Esperemos que los costarricenses despierten del encanto del flautista de Guadalupe y retornemos a los caminos del diálogo, del respeto y la concertación, que sí han contribuido al engrandecimiento de nuestro país.

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