Carlos Revilla Maroto
Al leer a doña Sandra, me vinieron a la memoria otros festivales macabros que -desgraciadamente- se han dado en esa región del mundo.
Como se dice para muestra un botón, el de Itamar Ben-Gvir, político y abogado ultraderechista israelí, de ideología supremacista judía y antiárabe, que se desempeñó como ministro de Seguridad Nacional entre 2022 y 2025. Y que además, es miembro de la Knéset y líder del partido político Otsmá Yehudit (Poder Judío).
En 2015, Ben-Gvir, vestido de blanco, asistió en Jerusalén a la boda de una joven pareja de su entorno. Tras la ceremonia, la música continuó y los hombres se pusieron a bailar en éxtasis, sosteniendo en alto no solo al novio, sino también cuchillos, rifles de asalto y lo que parecía ser un cóctel molotov, pasándoselos de mano en mano. A continuación, uno de los invitados levantó la foto de un bebé y otro la apuñaló repetidamente con un cuchillo. El bebé se llamaba Ali Dawabsheh, que había muerto cinco meses antes en el pueblo cisjordano de Duma, a manos de unos pirómanos judíos que prendieron fuego a una casa palestina, matando al bebé Ali y a sus padres e hiriendo gravemente a su hermano de cuatro años.
Lo anterior es solo un ejemplo, pero desgraciadamente hay otros, y cada vez son más estos festivales macabros, de los que nos habla doña Sandra.
Y sobre esto que sucedió en Israel me pregunto, al igual que lo hace doña Sandra con Hamas, ¿dónde está la indignación de los defensores de los derechos humanos? ¿dónde el clamor por la justicia? Aquí no hay empatía, no hay duelo, no hay compasión. Y lo que es aún más alarmante: tampoco hay miedo. ¿Será que el mundo ha empezado a aceptar como normal la descomposición moral impuesta por la ultraderecha de Israel?
Transcribo una parte del último párrafo del artículo de doña Sandra:
“Estimado lector, por un momento dejemos de lado las posturas políticas. Vayamos al terreno de lo moral, al que usted y yo reconocemos como base de los derechos humanos. Ese espacio donde la vida se respeta y donde nadie debería glorificar la muerte ni prometer el cielo a quien asesina en nombre del odio…”
Solo me queda decir que, de nuevo, estoy de acuerdo con doña Sandra.