Enrique Gomáriz Moraga
El gobierno de Nicolas Maduro fue uno de los pocos en la región que felicitaron a Daniel Ortega por su victoria electoral en los pasados comicios presidenciales. Ahora, el gobierno de Ortega le devuelve a Maduro la gracia. En realidad, ambos sátrapas se congratulan mutuamente de haber encontrado el modo de burlar la democracia ante la vista y paciencia del resto del mundo. Y lo hacen usando un modelo que tiene sus similitudes, cuyos elementos principales pueden identificarse.1. Se parte de una pequeña base electoral de apoyo, minoritaria, pero capaz de movilizarse. Tanto en Nicaragua como en Venezuela, los sondeos indican que esa base está formada por un 20% del electorado, que incluye la militancia partidaria y un conjunto de simpatizantes, que reúne a los convencidos ideológicamente y a los captados por un clientelismo abierto, sobre todo en medio de graves dificultades económicas.
2. Esta base minoritaria se combina y se blinda mediante la represión de opositores y candidaturas alternativas. Tanto en Nicaragua como en Venezuela, las opciones opositoras son perseguidas ad ovo o simplemente sufren el encarcelamiento de sus representantes, sobre la base de acusaciones groseras pero eficaces: alguna modalidad de traición a la patria soberana.
3. Este voto duro y cautivo (del 20%) funciona mejor en medio de un elevado abstencionismo, por cuanto su tamaño crece en términos proporcionales. Con una participación del 40%, como ha sucedido en las elecciones regionales de Venezuela, el 20% cautivo representa el 50% del total emitido. Claro, siempre queda la otra opción de falsificar los datos de participación, como hizo Ortega en las pasadas presidenciales.
4. Resulta decisivo tener enfrente una oposición dividida y mendaz, algo que se ha evidenciado dramáticamente en ambos países, dando lugar a candidaturas divididas, que incluso compiten duramente entre sí, como acaba de suceder en Venezuela. La división de la estrategia opositora entre la participación electoral y el llamado a la abstención es el mejor escenario en que opera el autoritarismo populista.
5. Este modelo necesita también de apoyos cómplices. En estos momentos, esos apoyos son de distinta naturaleza. Por un lado, se manifiesta un apoyo político directo minoritario, tanto a nivel diplomático, procedente en la región de regímenes como Cuba, Bolivia y los suyos propios (Nicaragua y Venezuela), así como de potencias externas que compiten por la hegemonía continental, como Rusia, China y otros menores (Irán, Siria); como también un apoyo político de los partidos y movimientos de extrema izquierda y populistas en Europa y Estados Unidos (el ejemplo de Podemos en España es ilustrativo).
6. Además de ese apoyo político directo, este modelo se beneficia de los apoyos colaterales que pueda lograr en los países de democracia establecida. El caso del expresidente de Gobierno español Rodríguez Zapatero es paradigmático. Representa la cobertura del régimen de Maduro respecto del otro componente de su estrategia: el simulacro de negociación política con la oposición. Se alzan muchas voces en Europa señalando que Zapatero no denuncia las violaciones de los derechos humanos en Venezuela. La respuesta del exdirigente español es clara: si hago esas denuncias, pierdo el papel de mediador que me permite reunirme con Maduro. Hasta ahora el resultado es persistente: el autoritarismo fortalece ese flanco y Zapatero tiene otro motivo para sentirse satisfecho de sí mismo.
7. Desde luego, este flujo de movimientos propiamente políticos tiene lugar en medio de una ciudadanía con evidentes debilidades en cuanto a su cultura política. Quizás eso es mas claro en Nicaragua que en Venezuela, pero en ambos casos el bolsón de ciudadanía formal, aquella que se desentiende por completo del sistema político, es bastante voluminoso. Un complemento involuntario, pero que estos regímenes utilizan bien, refiere a los movimientos migratorios que provocan. En Costa Rica están preocupados por las miles de personas que llegan pidiendo el estatus de refugiado. Pero, en términos matemáticos, si los cinco millones de venezolanos que han salido de su país bajo el régimen chavista, hubieran votado en las recientes elecciones, el partido de Maduro habría cosechado una rotunda derrota.
8. Ahora bien, tampoco hay que olvidar y despreciar el otro tipo de complicidad ideológica que embarga a buena parte de la izquierda latinoamericana: la idea de que la democracia sólo es un instrumento para generar desarrollo social y combatir la pobreza, y que, por tanto, no tiene valor en sí misma. Es decir, el valor sustantivo de la democracia, como el sistema menos malo para procesar las decisiones colectivas, es algo borroso y difuminado. Así, existe un hilo conductor que enlaza al régimen cubano, los partidos leninistas y populistas y que afecta incluso a buena parte de la socialdemocracia. Como he insistido, es necesario reconocer la doble dimensión de la democracia: como un instrumento para el bien común y como un sistema para tomar decisiones colectivamente. Sin poner en valor esta segunda dimensión, las tropelías de gobiernos como los de Ortega y Maduro pierden importancia y relieve. Y esa visión conceptual de la vida social, donde la democracia es algo segundario, se convierte en una plataforma de complicidad ideológica y moral para este tipo de gobiernos.
Lamentablemente, hay que decir que, por más nefasto que parezca, este modelo está mostrando su consistencia. Desde luego, el resultado no varía: mantener en pie regímenes no democráticos. Es curioso que muchos de los que critican la democracia electoral de los modelos conservadores, no se den cuenta del electoralismo rampante de estos regímenes populistas, que usan los mecanismos electorales para luego desconocer las bases elementales de un gobierno democrático: respeto de los derechos humanos, división básica de poderes, libre competencia de agentes políticos, seguridad jurídica previsible, libertad de información, etc. En efecto, las elecciones son una base fundamental de la democracia, pero no son la única. Algo que todavía se agrava cuando esa base es arteramente manipulada. Veremos hasta cuando dura este modelo sin sufrir un desgaste decisivo. Un asunto que depende también de los demócratas en el resto del mundo.