Gustavo Elizondo Fallas
Al iniciar un nuevo año, es muy propio de los mortales que habitamos esta tierra, hacer una serie de propósitos personales, familiares y profesionales, que al final nos encuentra en el mes de noviembre sin ningún avance y mucha frustración.
Se me viene a la mente este desaguisado, porque hace unos días escuché la conversación de dos educadoras del pueblo, donde una le decía a la otra _no crea, yo la pasé mal en la huelga, sentía mucha pena y ni al corredor me asomaba por vergüenza con los vecinos_ a lo que la otra replicó _yo no, tranquila, bastante disfruté esos días, me la tiré rico y con más razón sabiendo que iba al cajero y ahí estaba mi platita, yo ya perdí la vergüenza_
¿Como relacionamos ambas circunstancias?, siento que perder algunas cosas negativas en el 2019 es muy loable, podemos perder peso, bajar nuestro número de enemistades, ojo, sin tener que eliminarlas del mapa, solo con un acto de perdón, perder malos hábitos como la dependencia al teléfono celular y a las redes sociales, perder visitas al médico con una mejor calidad de vida, reducir ojalá hasta cero los pensamientos negativos y sustituirlos por buenas vibras, perder el miedo a emprender y asumir la persistencia como estandarte, bajar nuestra ansiedad por el poder y dejar de mirar a los demás por lo que tienen, valorando lo que son en esencia; la lista podría extenderse mucho.
Pero hay cosas, a raíz del comentario de la maestra, que no se pueden perder ni en el 2019, ni en los años posteriores, hasta que nos llegue el último suspiro: la vergüenza y concatenada a ella, la dignidad. La ventaja es que esta virtud, se pierde, pero se puede volver a encontrar, por lo que la distinguida educadora puede iniciar su búsqueda.
Hay que tener presente la frase del filósofo alemán Lichttenberg: “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto.”
Desde la zona de Los Santos, un venturoso 2019 para esta Patria que amamos, para las familias costarricenses y en especial para los lectores de Cambio Político, que han tenido la estoica tarea de leernos.