La valentía del no alineamiento

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz
Después de casi ochenta años de haber adoptado la condición de país neutral, el gobierno de Finlandia ha anunciado su deseo de ingresar en la OTAN, alineándose así con el bloque militar defensivo transatlántico. Y esta decisión gubernamental se corresponde con el considerable cambio de la opinión pública. Finlandia había obtenido reconocimiento internacional en su condición anterior, sobre todo a parir de ser en 1975 la capital del Acta de Helsinki, que dio lugar a la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación de Europa. Incluso mostrando su posición flexible, como cuando, tras la desaparición de la Unión Soviética, decidió integrarse en 1995 en la Unión Europea. Durante todo este tiempo, solo un cuarto de su población era partidario de entrar en la OTAN. Pero, como señala el ministro fines de asuntos exteriores, Pekka Haavisto, “esa situación ha cambiado radicalmente esta primavera y ya más de un 70% se inclina por el ingreso en la Alianza”.

No es difícil identificar la causa. A la vista de la agresión de la Rusia de Putin a Ucrania, la ciudadanía finesa teme por su seguridad. Ello significa que coloca ese valor por encima de la contribución que Finlandia ha hecho hasta ahora a la paz europea. Algo perfectamente entendible. Pero que, igualmente, no resulta una opción obligada. El dilema de tener que elegir entre seguridad militar propia y contribución a la seguridad regional por medios pacíficos ha sido encarado en otras regiones. Un ejemplo. En el 2010 el gobierno nicaragüense de Daniel Ortega amenazó con una invasión militar a Costa Rica por el conflicto de la desembocadura del rio San Juan. En medios costarricenses se alzaron voces para que su país abandonara su condición de neutralidad y reconstruyera un ejército, para enfrentar a Nicaragua. Afortunadamente, Costa Rica prefirió mantenerse en su tradición pacifista y llevar la controversia a los tribunales internacionales. Desde luego, que esa opción entrañaba riesgos, pero no cabe duda de que contribuyó a la seguridad regional y que aumentó su prestigio internacional. Como ha insistido el expresidente y premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, “hace falta mucha valentía para luchar por la paz”.

En el caso de Finlandia (y puede ser que también el de Suecia), además de la preocupación por su propia seguridad, su deseo de alineamiento también se inscribe en el cambio general en la opinión pública europea. No sería exagerado afirmar que, en los últimos veinte años, la amplia simpatía por los valores a favor de la paz ha evolucionado hacia una actitud que confía más en la tesis belicista que dicta si quieres la paz prepárate para la guerra. A nadie se le escapa que ello significa un poderoso impulso de la carrera armamentista y que compone un horizonte futuro poco halagüeño, siempre enfrentados a una potencia nuclear como Rusia (cuando no a un bloque euroasiático de Rusia y China). Pero la evidencia de la guerra injustificada en Ucrania y las atrocidades descubiertas después, empujan decididamente a la opinión mayoritaria en Europa hacia la defensa militar como única opción.

Así es posible entender cómo es que los medios de comunicación europeos, incluidos aquellos que se consideran liberales o progresistas (como el caso del diario El País en España), consideren el periodo de paz y seguridad en las pasadas décadas como una debilidad estratégica de Europa y no como un logro que habría que volver a recuperar. Ahora el debate que interesa se refiere a cuál debe ser el sistema de defensa militar más eficaz contra las posibles amenazas. Varias iniciativas europeas se dedican enfáticamente a esa tarea. Un ejemplo en España lo constituye la asociación de escritores militares españoles (AEME), que se esfuerza por explicar a la opinión publica la conveniencia de fortalecer la OTAN, sobre la base de un pilar europeo mucho más consistente.

El problema de este tipo de planteamientos no reside en su ausencia de lógica interna. La defensa de Europa debe estar presente en las reflexiones sobre paz y seguridad, incluyendo la alianza estratégica con Estados Unidos. El problema que presenta es de una doble naturaleza, orgánica y valórica. En primer lugar, las opciones de defensa tienen que estar subordinadas a los planteamientos sobre paz y seguridad. Reflexionar sobre la OTAN o la Brújula Estratégica europea está muy bien, pero al interior del debate sobre qué sucede con la Organización de Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) o su sustitución por otro sistema consistente de seguridad europea. La defensa se inscribe en la política de seguridad y no al revés. Algo que muchos escritores militares olvidan con frecuencia.

Por otra parte, la seguridad debe estar orientada por los valores de la paz y los derechos humanos contenidos en la Carta de Naciones Unidas. La concepción de “si quieres la paz prepara la guerra”, conduce inevitablemente a la doctrina de la disuasión, que implica que un país se siente más seguro cuanto más poder militar posee para amenazar a los demás. En la era nuclear ya se sabe adonde conduce eso. Por esa causa es que la doctrina posterior tiene la lógica contraria: si quieres la paz prepárate para mantener la paz. Ello dio lugar a la doctrina de la seguridad compartida, según la cual un país se siente más seguro conforme disminuye la amenaza sobre los demás.

Desde luego, es posible comprender los temores y las cóleras que presiden esta coyuntura, sobre todo a partir de la invasión de Rusia a Ucrania. Pero la cuestión sigue siendo cual es el mundo futuro que deseamos. ¿Queremos un siglo XXI marcado por la confrontación geopolítica, que impulsa la carrera de armamentos, enfrentados constantemente a Rusia, siempre con el riesgo de una escalada nuclear, o, por el contrario, queremos un siglo de renovada cooperación, presidido por el control de armamentos, cautelado por un sistema de paz y seguridad estable, donde Rusia esté incluida, aumentando así sus probabilidades de un sistema democrático saneado?

Ahora bien, si se elige esta segunda opción a largo término, no cabe desarrollar a corto plazo una estrategia que opere en sentido contrario (algo que parecen contemplar algunos partidos de pasado pacifista, como los verdes alemanes). Una estrategia coherente con nuestros deseos a largo plazo, significa hoy adoptar una fórmula que es compleja. Es necesario apoyar militarmente a Ucrania, para evitar su aplastamiento, pero prestando atención a la dimensión de ese apoyo bélico, para evitar una derrota inaceptable de parte de Rusia, que pueda agudizar la tentación del uso táctico del arma nuclear en suelo ucraniano. Ya lo ha dicho Macron, no está en el interés de Europa humillar a Rusia. La mejor forma de evitar todos estos riesgos concomitantes es poner fin a la guerra cuanto antes, comenzando por un inmediato alto el fuego. Y todo lo que contribuya a esta perspectiva, lejos de minimizarse, ha de ponerse en valor, incluso si ello exige una buena dosis de valentía para enfrentar los riesgos que pueda provocar.

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