Enrique Gomáriz Moraga
Este lenguaje laudatorio solo provocaría rubor si no tuviera un fondo extremadamente peligroso para la autonomía estratégica de Europa y la estabilidad normativa de la comunidad internacional. En realidad, la victoria política de Trump en la OTAN tiene otra lectura: el presidente de Estados Unidos ha logrado liquidar la poca autonomía geoestratégica que le quedaba a Europa. Porque lo cierto es que el incremento del gasto en defensa que está forzando Trump en Europa (Washington no modifica su actual porcentaje del PIB), no significa que tenga la menor intención de dejar de manejar la Alianza a su antojo. Ya lo dice su consigna política: “Estados Unidos primero”.
La cuestión es que este comportamiento vergonzoso de Rutte creíamos que solo se practica en la Rusia de Putin. Es decir, que hemos descubierto que los países occidentales no se diferencian en nada de las actitudes poco edificantes que se practican en la Federación Rusa. Dicho de otro modo, hemos perdido el relato moral.
El problema es que ello conduce a un giro geopolítico peligroso. Solo unos días antes de iniciarse la cumbre de la OTAN, Estados Unidos atacó instalaciones nucleares en Irán. La reacción en medios de Naciones Unidas fue inmediata: esa acción de fuerza contradice el derecho internacional y choca directamente con el espíritu y la letra de la Carta de Naciones Unidas. Sin embargo, cuando los medios preguntaron al secretario general de la OTAN, Mark Rutte, éste respondió que la acción militar de Washington era compatible con el derecho internacional.
Aunque los medios no lo digan abiertamente, esta es una línea roja que Rutte nunca debió traspasar. Porque significa dar carta blanca a un comportamiento basado en la fuerza y no en las normas internacionales que todos los países deben respetar. En otras palabras, esta mentira ontológica (la intervención armada de Trump no es una trasgresión al derecho internacional) abre la puerta a justificar lo injustificable, por ejemplo, la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin.
En realidad, la Alianza Atlántica podría ser una alianza defensiva nacida ante la amenaza de la Unión Soviética y su Pacto de Varsovia, que, luego de la caída de la URSS, funcionara cabalmente con ese carácter (defensivo) para proteger occidente de sus posibles enemigos externos. El terrorismo armado podría ser uno de ellos.
Pero la OTAN es algo más que eso. Siempre fue un bloque militar que subordina los parámetros de seguridad a los de defensa, pero desde la caída de la Unión Soviética adoptó una dinámica expansionista y, con la intervención de Rusia en Ucrania, agudizó su dinámica armamentista hasta convertirse progresivamente en un nicho de ebullición militarista, políticamente reaccionario. Si alguien estuviera grabando las conversaciones militaristas y machistas que tienen lugar en el cuartel general de la OTAN y se hicieran públicas, eso convertiría (en clave doméstica) a Koldo, Ávalos y Cerdán en unos angelitos del cielo, rabiosamente feministas. Y un aviso para navegantes: el hecho de que sea necesario denunciar la dinámica de la OTAN por una cuestión de dignidad europea, no obliga a ponerse del lado de la forma de hacer política de Pedro Sánchez, que se niega a aceptar la subida al 5% el presupuesto de defensa no por discutirle nada a Trump, sino por miedo a que sus socios a la izquierda dejen caer su gobierno en España en caso de una moción de censura.