La Europa que se traicionó a sí misma

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Resulta conmovedor escuchar los llantos de medios políticos y periodísticos europeos ante el desprecio geopolítico del nuevo gobierno de Washington. Ciertamente, no es fácil aceptar que este sea el pago por años de subordinación estratégica, especialmente respecto de la guerra en Ucrania. Por eso fue tan doloroso escuchar la respuesta del enviado especial de Trump para Ucrania, el general Keith Kellogg, ante la pregunta en rueda de prensa de si habrá un asiento para los europeos en la mesa de negociación sobre Ucrania: “No” respondió sin dudar Kellogg.

Pocos días después se producía el efecto pertinente en el propio Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos y Rusia firmaban una resolución sobre el planteamiento para detener la guerra en Ucrania (primera vez que el Consejo de Seguridad aprobaba una resolución al respecto) que dejaba por fuera a Europa y al gobierno de Kiev. Ver para creer.

Sin embargo, no esta claro que Europa haya aprendido la lección. La posición de la Unión Europea ante la invasión rusa de Ucrania debió partir de las propias condiciones y características de Europa, que no es una potencia militar, sino una potencia valórica, productiva y sociopolítica. De hecho, las primeras propuestas de Macron y otros lideres europeos se orientaban en concordancia con la esencia de Europa: apoyo a Ucrania sin abandonar la mesa de negociaciones con Rusia para detener la guerra. Pasaron tres meses antes de Bruselas se plegara por completo a la dinámica militarista de Washington y Londres (que consiguieron torpedear las negociaciones de un alto el fuego) para que el planteamiento europeo fuera subordinado a la estrategia de la derrota militar de Rusia en suelo ucranio, que, desde luego, era esgrimida por la OTAN y parecía enteramente ganadora. Hoy, el giro geoestratégico del nuevo gobierno de Washington deja al seguidismo belicista de Bruselas con el culo al aire.

No obstante, el impulso que tomó el belicismo europeo le impide apearse del burro. La alternativa para Europa, dicen, consiste en convertirse en una potencia militar más. Algo que es un sinsentido por dos razones sólidas. En primer lugar, porque Europa no puede y en segundo porque no debe. La Unión Europea no tiene tiempo para convertirse en una potencia militar efectiva, que tenga alguna relevancia en la presente coyuntura. No tiene las capacidades ni el consenso para hacerlo. Ya va siendo hora de abandonar las fantasías al respecto. Pero tampoco debe hacerlo: convertirse en una potencia militar mas no parece la mejor forma de cumplir con los compromisos de la Carta de Naciones Unidas, que rompe radicalmente con la vieja formula belicista de si quieres la paz, prepárate para la guerra.

No hay que confundir los términos: puede que el desaire de Trump sirva a Europa para entender de una vez que necesita una dinámica geopolítica propia, pero no a través de su conversión en una potencia militar más, sino para construir una dinámica estratégica efectivamente independiente, a nivel valórico, económico y político, lo que implica dar el paso para consolidarse también como bloque institucional. Todo ello, sin abandonar la necesidad de mejorar sus condiciones de seguridad, también en el campo de la defensa.

Y desde esa dinámica propia, posicionarse para detener la guerra en Ucrania. En primer lugar, abandonar de una vez la quimera de que esta guerra finalizará con una derrota militar de Rusia en Ucrania. Si eso era seguro antes del regreso Trump, ahora es abiertamente evidente. Comprender eso significa tomar distancia del numantinismo de Kiev. No es realista pensar en que los territorios prorrusos de Ucrania regresen bajo la autoridad de Kiev, al menos a corto plazo. Por otro lado, también hay que separar la pertenencia de Ucrania a la OTAN de las negociaciones para incorporarse a la Unión Europea. Finalmente, respecto a lo de componer una fuerza de control del alto el fuego que sea enteramente o mayoritariamente europea, es necesario ser prudente. En realidad, esa es una tarea que correspondería a la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), donde podrían conformarse efectivos sobre la base de negociaciones ad hoc, según la conveniencia operativa al respecto.

Europa debe dejar de traicionarse a si misma. Su determinación geopolítica debe concordar con su naturaleza y características, sin copiar ni subordinarse a otras dinámicas, como la Estados Unidos, que tienen sus propios parámetros internos y externos. Tal vez sirva de lección el bofetón propinado por el impresentable Trump.

Investigador de FLACSO en Chile y otros países de la región. Fue consultor de agencias internacionales (PNUD, IDRC, BID). Estudió Sociología Política en la Univ. de Leeds (Inglaterra) con orientación de R. Miliband.

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