Ágora*
Guido mora
guidomoracr@gmail.com
Además de las expectativas y los deseos de un Año Nuevo lleno de prosperidad y salud, es realmente satisfactorio ver, en las redes sociales, las caras de orgullo y satisfacción de estudiantes de escuelas, colegios y universidades, que concluyen las diversas etapas en sus estudios.
En los niños de escuela, se ve la ilusión de concluir la educación primaria; en sus padres, el orgullo de que ese chiquitín cada día se va haciendo más responsable: ese niño va creciendo. Pero, por otra parte, los padres -y ese fue en su momento, mi sentimiento-, albergamos una profunda preocupación por los nuevos peligros, las tentaciones y los retos académicos que enfrentarán estos muchachos, al iniciar su periodo colegial.
En los muchachos que terminan el colegio, la ilusión de iniciar su formación profesional, muchos de ellos con cupo en universidades públicas, la mayoría, en universidades privadas. En ambos casos, el Estado debe garantizarles una formación competitiva y de calidad.
Y finalmente, la cara de ensueño de estudiantes que, habiendo concluido su formación universitaria, aspiran a iniciar su experiencia laboral, para poder formar una familia, cuyas necesidades económicas, sean satisfechas con el fruto de su trabajo.
Esta faceta constituye un gran orgullo que, como país, podemos mostrar al mundo.
La otra cara de la moneda la constituye la visión, en las calles y cerca de nuestros barrios, de los rostros y las preocupaciones de miles de jóvenes que, pasan los años y, por razones económicas o por falta de conciencia familiar, no logran coronar sus ilusiones de tener un título técnico o profesional, que les respalde en su desempeño laboral.
Nuestra responsabilidad ante estos grupos es muy diferente: por una parte, con quienes estudian, el Estado debe incentivar y promover la creación de empresas y emprendimientos, que permitan a estos jóvenes, realizar sus labores profesionales, colocarse en el mercado laboral y transformar en realidad la promesa de que el estudio constituye un mecanismo de ascenso social y que, con el cumplimiento de esta meta, lograrán satisfacer sus requerimientos económicos y de realización profesional dentro de la sociedad. Con los que no pueden o no logran estudiar, la obligación, a nivel familiar, de generar el compromiso -cuando están pequeños- y de estimular los deseos por superarse académicamente; generar la expectativa y el deseo de vincularse a los centros de enseñanza pública alternativa -colegios nocturnos e institutos-; y luchar por cerrar el círculo de la pobreza, en que muchas familias caen estrepitosamente.
La sociedad del futuro, la del conocimiento, se basa en la formación y educación de los ciudadanos. El tercer año o el bachillerato, no son alternativa laboral para los costarricenses del Siglo XXI.
Tenemos la obligación, como sociedad, de hacer entender a los muchachos que la formación técnica o profesional, es la clave para construir un futuro mejor.
En este siglo, no basta con tener un oficio. Es indispensable respaldar el desempeño laboral con títulos e idiomas, esta es la llave que abre las puertas a una vida mejor.
Como padres, a nivel familiar y como sociedad, a nivel colectivo, esa es la mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos: los ciudadanos de la Costa Rica del Siglo XXI, el Siglo del Conocimiento.
* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.