¿Flexibilidad o retroceso?

Una reflexión necesaria sobre la jornada laboral

Luis Fernando Acuña Loaiza

Luis Fernando Acuña

Si el tema de las 12 horas diarias es tan importante para algunas empresas por su giro comercial, ¿por qué no aprobarlo manteniendo la compensación de horas extras actuales y reduciendo la jornada ordinaria semanal, como se ha hecho en otros países? La discusión no debería centrarse en flexibilizar únicamente para beneficio empresarial, sino en cómo lograr un equilibrio justo que respete los derechos laborales sin sacrificar la competitividad.

Lo que más disgusta es la hipocresía de quienes afirman que “los trabajadores deben decidir”, mientras se les priva de una decisión fundamental como es la de conservar la remuneración que hoy obtienen gracias al cálculo de horas extra. Si la libertad de elegir es el argumento, ¿por qué no permitir que los trabajadores también opten por seguir ganando lo que merecen por su tiempo adicional?

No será hora de buscar de verdad un ganar/ganar. No se trata solo de crear condiciones propicias para el sector privado, sino de abrir espacios de diálogo donde participen también los sindicatos, los movimientos sociales y otras fuerzas que representan a las grandes mayorías. En vez de convocar únicamente a las cámaras empresariales para buscar una “solución”, ¿por qué no sentarse también con los representantes de los trabajadores? Hasta se ha perdido la vergüenza: hoy no da pena decir que se negocia exclusivamente con los patronos, obviando a quienes representan al pueblo trabajador. Es un mal precedente, sin duda, y una señal preocupante de hacia dónde se inclina el poder.

Hoy, 6 de julio, se cumplen 107 años de la huelga de carpinteros y artesanos de 1918, la primera en Costa Rica donde se planteó, con fuerza y convicción, la jornada laboral de ocho horas como un derecho irrenunciable. Aquel movimiento marcó un antes y un después en la historia social del país. No fue una ocurrencia ni un favor del poder, sino una conquista fruto de la lucha y la organización popular.

No se trata de oponerse al desarrollo ni de cerrarse al cambio. Pero el cambio debe construirse desde el diálogo genuino, no desde la imposición. Las transformaciones que perduran son aquellas nacidas del consenso social, no las que se aprueban a espaldas del pueblo trabajador. Si una empresa requiere flexibilidad, también debe estar dispuesta a pagar justamente por ella.

Ignorar la historia y las luchas que nos trajeron hasta aquí no es solo un error, es un acto de irresponsabilidad política. La jornada de ocho horas fue un logro civilizatorio, no un capricho. Renunciar a ella sin garantías ni diálogo es más que un retroceso: es una claudicación ante una lógica que prioriza la rentabilidad sobre la dignidad.

Ojalá nuestros diputados y diputadas recuerden su verdadero mandato, que es defender el bienestar de las grandes mayorías. Como decía don Pepe Figueres, hay que proteger a quienes menos pueden defenderse, porque los ricos siempre tienen cómo hacerlo.

Abogado

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