Felipe se equivoca de nuevo en materia de paz y seguridad

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Felipe González se ha convertido en un referente político que no puede desconocerse. Algo que se ha puesto de manifiesto nuevamente en su última aparición en el programa El Hormiguero la pasada semana. Sigue mostrando un planteamiento alternativo de la forma de hacer política en democracia con una coherencia notable.

Conocí por primera vez a Felipe con motivo de una entrevista solicitada por la revista Zona Abierta, cuando todavía no era presidente de Gobierno. Nos recibió en su despacho de la calle Santa Engracia a los tres representantes de la revista, Fernando Claudín, Ludolfo Paramio y el que suscribe. En aquel encuentro se puso de manifiesto la capacidad del entrevistado para tratar de la política nacional, más en el plano táctico que desde una perspectiva teórica. Mas tarde, al comentar la entrevista, Fernando y Ludolfo destacaron la sagacidad política de Felipe, mientras que, de mi parte, aunque compartía esa percepción, me sorprendió su desconocimiento de los debates teóricos de la izquierda europea de ese tiempo. Por ejemplo, reconoció con franqueza que ignoraba quien era Ralph Miliband y su polémica con Nicos Poulantzas. En realidad, sólo después de abandonar sus intensas ocupaciones en la Moncloa, pudo Felipe profundizar en tareas conceptuales, como se comprobó cuando coordinó las reflexiones sobre el cambio epocal en el contexto de la Internacional Socialista.

He de admitir que, todavía a fines del pasado siglo, teníamos una percepción sesgada de lo que debía ser un líder político: presuponíamos que también debía ser un intelectual de primer nivel, autor de varios libros. Además, yo estaba condicionado por mi apabullante encuentro con el canciller austriaco Bruno Kreiski, considerado el último de los dirigentes socialdemócratas al estilo clásico. Kreiski había accedido a concederme una entrevista en Viena sobre asuntos de paz y seguridad, aunque acabamos hablando por horas (incluyendo el tiempo que duró su sesión de diálisis) de otros muchos temas, desde los debates de teoría política hasta sabrosos temas culturales. Resultó que el canciller era un especialista en el novelista Robert Musil, así que disfruté de agudas observaciones sobre los secretos de El Hombre sin Atributos.

Por cierto que, desde su perspectiva de neutralidad, tenía una visión de largo alcance sobre el debate en España acerca de su integración en la OTAN. Era claramente contrario al ingreso y lo explicaba en términos estratégicos. Cierto, decía, España podría estar interesada en ingresar por razones tácticas referidas a su homologación en el contexto europeo, pero objetivamente dicho ingreso fortalecía a la Alianza y eso en el largo plazo significaba el fortalecimiento de los bloques militares, algo que era contrario a la Carta de Naciones Unidas. Puede que, por intrincados caminos, el tiempo le haya dado la razón al entonces canciller de la Austria neutral.

Mientras tanto, los vientos habían comenzado a cambiar en el PSOE. Recuerdo la manifestación en la Ciudad Universitaria de 1981 con un sabor agridulce. Llegaba yo exultante de la reunión de Roma, donde se consolidaba el comité de enlace de la campaña European Nuclear Disarmament (END), cuando detrás de la tarima de la manifestación me llevé un alegrón de burro. Visiblemente afectado, el vicesecretario general Alfonso Guerra me informaba que se estaba produciendo un giro en Felipe González. Ya no era partidario de que su partido liderara la opción de la no permanencia, sino de que el partido se atuviera al resultado de un referéndum que se realizara al efecto. Como es sabido, finalmente Felipe se inclinó por defender la permanencia en la OTAN en esa consulta popular. Recordando a Kreiski, se había logrado un beneficio táctico para España, a cambio del fortalecimiento estratégico de uno de los bloques militares en Europa. Todavía no está claro si eso resultaría un buen trato para el continente.

En esta oportunidad, la intervención de Felipe en El Hormiguero me parece que presenta una mezcla similar: hace una defensa robusta e inteligente del funcionamiento sano de un sistema democrático, pero se vuelve a equivocar en materia de paz y seguridad. Repite acertadamente que las mayorías parlamentarias son solo un elemento de la democracia, pudiendo resultar toxicas, si están basadas en alianzas con grupos desinteresados en el bien común de España y recuerda que él fue coherente con la forma sana de hacer política, convocando elecciones en cuanto no pudo aprobar los presupuestos del Estado.

Sin embargo, en ese mismo programa se muestra partidario del rearme de Europa, llegando a repetir la frase del más rancio belicismo, que sostiene que, si Europa no se arma, la Rusia de Putin acabará llegando a Lisboa. Cierto, como buen andaluz cambió Lisboa por Algeciras, pero la idea es la misma. Una idea falaz, por cierto. Además de que, desde el punto de vista comunicativo, es radicalmente contraproducente. Porque repetir algo que es inverosímil puede ser usado para mil propósitos. Y no me creo que Felipe no sepa que es inverosímil. Alguien puede responder que también creímos inverosímil la invasión rusa de Ucrania, pero si no se guardan las proporciones de las cosas se pierde el sentido de la reflexión. Aunque solo fuera por el hecho de que varios países europeos poseen armas nucleares, la invasión rusa de Europa es una distopia, cuando no una simple boutade.

El planteamiento de la seguridad europea requiere de parámetros un poco más consistentes. En primer lugar, es necesario plantearlo como algo más amplio que la defensa militar. La seguridad no debe basarse sólo en la disuasión sino en el establecimiento de un sistema que incremente la seguridad de todas las partes implicadas. Es la perspectiva de la seguridad compartida, planteada por Olof Palme y operacionalizada por la OSDE. Es en este escenario que hay que vislumbrar el fortalecimiento de la seguridad de Europa y no en el de una distópica invasión militar rusa.

Desde luego, este enfoque no es incompatible con una defensa militar propiamente europea, pero con dos condiciones básicas: a) se trata de una defensa militar de carácter estrictamente defensivo y no en la idea de convertir a Europa en una potencia militar más con aspiraciones de competencia hegemónica global; b) debe ser una defensa propiamente europea, lo cual exige el avance hacia una verdadera unión europea y no un conglomerado de países en un espacio territorial como es en la actualidad, porque de lo contrario estaríamos ante un escenario de países con fuerzas militares disimiles, con el riesgo de retroceder hacia la Europa de hace un siglo.

En suma, es absolutamente necesario saber con precisión de que se habla cuando se plantea robustecer la defensa europea. Una política de defensa que siempre esté subordinada a una política de seguridad que se inscriba en el espíritu y la letra de la Carta de Naciones Unidas. De otra forma, se contribuirá a construir un futuro belicista, donde la carrera de armamentos y la solución militar de los conflictos sean las pautas de desempeño. ¿Ese es el mundo que queremos?

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