Fernando Berrocal
En la moderna Costa Rica, construida en estos últimos 80 años, a partir de la Reforma Social de los años 40, la fundación de la II República y la Constitución Política de 1949, ha primado una visión reformista y progresista, no conservadora, que se pone de manifiesto en nuestro Estado Social de Derecho.Pero, desde los orígenes de la Independencia, un conservadurismo a la costarricense ha estado también presente, como contrapeso e incluso para equilibrar y fortalecer otros factores necesarios del desarrollo nacional. El país ha sabido siempre caminar por el centro y con diálogo entre todos los sectores.
En los principios democráticos, la tolerancia política y la libertad de prensa, coincidimos reformistas y conservadores. Esa es la base del acuerdo nacional no escrito entre socialdemócratas, socialcristianos, conservadores y liberales.
Se trata de un centro activo y en movimiento, a veces progresista y en otro conservador, pero siempre de inspiración democrática. Así somos los costarricenses y así nos hemos diferenciado de otros países de América Latina.
Esa visión que define nuestro “ser costarricense” no la podemos perder.
En donde sí diferimos es en el grado de intervención del Estado o el grado de fortaleza y libertad del mercado y en el orden de las prioridades y su implementación en la realidad, para resolver los problemas institucionales, económicos, sociales y políticos del país. No en la libertad y la democracia.
A nadie cuerdo, en este país, se le ocurre que el modelo a seguir es Cuba o Venezuela o Nicaragua, ni que las soluciones estén en el populismo de derecha o el populismo de izquierda. El camino costarricense es todo lo contrario.
Lo que sí es cierto, y debemos enfrentar, es que como país perdimos el rumbo y que, según todos los indicadores e investigaciones serias, atravesamos por una situación crítica que afecta a una inmensa mayoría social desempleada y en condiciones de mucha pobreza, coincidiendo con burbujas económicas de exclusión y privilegio, en el sector público y privado. Ahí es en donde estamos.
Sobre esa realidad, en este mes de setiembre, si tuviéramos un Gobierno responsable y serio, se debería haber desarrollado un gran diálogo nacional, en ocasión de las celebraciones del Bicentenario de la Independencia.
Así, enfrascados en un amplio, franco y constructivo diálogo, a nivel nacional y con la participación de muchos actores, deberíamos haber celebrado estos 200 años y debatido sobre el camino costarricense y las soluciones necesarias en lo económico y social, tanto como en la reforma del Estado Costarricense.
Pero no fue así. Este Gobierno se acabó sin pena ni gloria. Ni siquiera se les ocurrió algo inteligente para convocar y celebrar los 200 años. Tan solo unos triquitraques y juegos artificiales y superficiales en el Estadio Nacional. Nada más, y era el Bicentenario de Costa Rica. Se retrataron de cuerpo entero.
No fue una efeméride. Lamentablemente fue una gran oportunidad perdida.