Fernando Berrocal
De la literatura clásica española, es bien conocido que varios cortesanos apostaron para ver quién le decía coja a la Reina que, en efecto, padecía de cojera. El más vivo de todos, un andaluz sevillano, se presentó ante la reina con “un clavel y una rosa” en cada mano y, ante la admiración de los otros le dijo: “Entre el clavel y la rosa, su Majestad escoja” y ganó la apuesta.¿Cuál es el límite entre un piropo y un insulto, entre una frase vivaz e ingeniosa a otro ser humano y un agravio, entre el buen manejo del idioma con salero y decirle coja a su Majestad la Reina de España o a cualquier mujer u hombre?
Mi abuelita, que era una mujer muy sabia, cuando los primos y, especialmente los gemelos, se pasaban de la raya y jodían demasiado o se daban de golpes y patadas por cualquier tontería, nos daba un duro jalón de orejas, ponía a todo el mundo en su lugar y decía con solemnidad: ¡Exageraciones tampoco!
Esas reflexiones y recuerdos y la defensa del piropo con salero y buen humor o con galantería, es lo que me ha provocado la iniciativa de varios de nuestros geniales diputados que, con la solemnidad de una ley, han decidido casi que prohibir los piropos de los hombres a las mujeres y castigar con cárcel de seis meses a dos años a todos aquellos caballeros que se pasen en el lenguaje y “ofendan de palabra en su dignidad o decoro a una mujer”, pero no así a los hombres cuando se los humilla o los insulta una mujer, la novia la esposa o exesposa o la amante… que también se dan, y mucho, esos casos en la vida real y verdadera. Eso es, ni más ni menos, discriminación contra los hombres.
Conste que desde que Margarita, como excepcional Primera Dama de la República, convenció a Óscar Arias de proponer la Ley de Igualdad Real de la Mujer, en su primer Gobierno, he estado siempre de acuerdo con esa tesis y he apoyado todas las iniciativas de no discriminación contra las mujeres o contra cualquier ser humano o grupo de seres humanos y así lo practico en mi familia directa, en que hijos e hijas, nietos y nietas, tienen exactamente los mismos derechos y obligaciones y todos son iguales en amor, como debe ser.
Y no solo por valores cristianos. También porque el primer y principal principio jurídico es que “todos somos iguales ante la ley”, seamos hombre o mujeres.
Claro está que, desde siempre, los hombres hemos ejercido un patriarcado inaceptable que, en nuestros tiempos, debe terminar. Por razones de sexo, pero igualmente de orientación sexual, de raza, de religión, de edad, de salarios o de cualquier otra razón… En esto estamos totalmente de acuerdo.
Pero agarrarla por ley contra los hombres, el piropo y el lenguaje con salero… ¡Exageraciones tampoco! … como diría mi abuelita.