Costa Rica entre el cinismo y la esperanza

Carlos Revilla Maroto

Chaves

Como sabemos Costa Rica es un país con una tradición democrática fuerte y pacífica. Sin embargo, en los últimos años, hemos visto algunas señales peligrosas que atentan contra esa tradición como el apoyo popular a liderazgos más confrontativos, el malestar con las élites tradicionales, y una narrativa de “ellos contra nosotros”, solo para mencionar algunas señales.

Hay que reconocer que antes de la elección de Rodrigo Chaves, mucha gente en Costa Rica estaba harta. Dos décadas de gobiernos de los partidos históricos (PLN y PUSC) más el PAC, dejaron una sensación de estancamiento: corrupción, promesas incumplidas, desigualdad creciente, y una percepción de que la política era un club cerrado que no resolvía los problemas reales. Aunque su discurso no es al estilo fascista, sí ha habido ciertos paralelismos emocionales y sociales con lo que llevó a otros líderes autoritarios al poder.

Mucha gente sentía (y siente) que el sistema democrático costarricense beneficia solo a una élite: políticos, empresarios, medios de comunicación, burócratas. La figura de Chaves aparece como la del “outsider”, el que va a “limpiar la casa”. Y eso tiene mucho atractivo en tiempos de hartazgo.

Uno de los elementos más preocupantes —y más parecidos a otros casos históricos de estilo fascista— es el desgaste del respeto por las instituciones. Chaves ha cuestionado abiertamente al Ministerio Público, la prensa, la Contraloría, la Defensoría… eso tiene dos efectos: fortalece su figura como líder fuerte (“vean cómo se atreve a enfrentarlos”) y debilita la credibilidad de los contrapesos democráticos. Y mucha gente lo aplaude porque siente que esas instituciones “nunca sirvieron para nada”.

Chaves usa un estilo directo, sarcástico, cínico, mediático, a veces agresivo, señalando enemigos como la prensa “canalla”, la “corte corrupta”, los sindicatos, y la vieja política. Este estilo, lejos de ahuyentar, ha reforzado el apoyo de una base que siente que él dice lo que otros no se atreven. Es una figura más emocional que racional, lo que es una estrategia de polarización muy efectiva con un estilo que le permite conectar con sectores populares, que se sienten reconocidos en su forma de hablar y actuar. Lo ven como “uno de los nuestros”, aunque tenga un historial de élite técnica y académica.

Muchos costarricenses no necesariamente quieren una dictadura, pero toleran ciertos abusos si vienen de alguien “que hace algo” o que “al menos no roba como los otros”. Hay una cierta desensibilización democrática, o lo que es lo mismo, se justifica el debilitamiento institucional si eso significa “resultados”.

A pesar de los roces con instituciones democráticas y escándalos, ha mantenido niveles de aprobación altos, especialmente entre sectores populares. Esto recuerda cómo en otros países, el “hombre fuerte” se sostiene por su conexión emocional con la gente, más que por logros objetivos.

Aunque Costa Rica sigue siendo una democracia, hay señales de erosión institucional: confrontaciones con el Poder Judicial, uso de redes sociales para atacar a periodistas, concentración del discurso en la figura presidencial. Esto va debilitando el tejido democrático, aunque sea de forma sutil. Mucha gente que no necesariamente apoya todas las ideas de Chaves prefiere callar, adaptarse o incluso defenderlo “porque los otros son peores”. El miedo al caos o a perder beneficios crea conformismo.

Aunque Costa Rica no está en un proceso fascista, algunas dinámicas psicológicas y sociales son similares: crisis de confianza en el sistema, líderes carismáticos que se presentan como salvadores, uso del conflicto como herramienta política, y una base ciudadana que, por frustración, se vuelve más permisiva frente a comportamientos autoritarios. Lo anterior representa un gran peligro

Desgraciadamente la oposición política frente a Chaves ha sido, en general, débil, fragmentada y reactiva, lo cual le ha facilitado al gobierno consolidar su discurso y avanzar en sus propuestas sin un contrapeso claro (salvo quizás la contraloría). Chaves ha podido gobernar con una oposición dividida y poco efectiva, lo que le ha permitido presentarse como el único con “capacidad de acción”. Incluso cuando hay escándalos o conflictos institucionales, la narrativa presidencial se impone, porque no hay una oposición que capitalice el descontento.

Abonado a todo lo anterior, Chaves no es ningún santo. Los casos de corrupción inician aún antes de asumir el poder, y se profundiza una vez sentado en la silla presidencial. Sonados casos como la financiación paralela de su partido taxi el PPSD, en la que él tuvo una participación directa; y la tal “ruta del arroz” con la que se pretendía bajar el precio de ese grano, pero que al final solo logró hacer que los importadores amigotes y financistas de campaña de Chaves, ganaran miles de millones, pero, por supuesto, el precio del arroz nunca bajó o si lo hizo fue de forma insignificante; el caso conocido como el “Safiazo”, donde la Sociedad Administradora de Fondos de Inversión del Banco de Costa Rica (SAFI BCR), pago un sobreprecio de más de $40 millones de dólares para favorecer a los amigotes financistas de la campaña de Chaves. Lo anterior solo para mencionar algunos de los muchos casos de corrupción que hay.

Está claro, que el país no puede darse el lujo de que estos gamberros sigan gobernando el país. Pero entonces, ¿qué hacer?

Esperamos que la elección de Álvaro Ramos como candidato presidencial de Liberación Nacional, ayude a aglutinar una verdadera oposición contra Chaves. En ese sentido, Ramos ha construido una reputación como figura preparada, sensata, y no populista. Su paso por la Superintendencia de Pensiones (Supen) le dejó una imagen de técnico riguroso, pero no distante. Esa seriedad contrasta positivamente con el estilo confrontativo y mediático de Chaves, donde Ramos también tiene una capacidad de hablar con autoridad sin caer en ataques personales. En un ambiente tan polarizado, eso podría atraer a votantes que están cansados del ruido, pero preocupados por la deriva autoritaria.

Aunque Ramos esta con el PLN, no se le percibe como parte del mismo “paquete” de los políticos tradicionales de ese partido. Eso podría ayudarle a recuperar la confianza de sectores que han estado alejados de Liberación por hartazgo o decepción. Y además por su perfil, podría tejer alianzas con sectores empresariales, académicos, sociales y políticos más allá del PLN. Es alguien que podría unificar partes de la oposición fragmentada, si lo hace inteligentemente. Pero hay que recordar que aunque tiene una imagen fresca, el PLN sigue siendo un partido muy desprestigiado para gran parte del electorado. Tendrá que navegar cuidadosamente para no ser arrastrado por ese rechazo.

El chavismo conecta emocionalmente con la gente. Usa lenguaje directo, redes, memes, enemigos claros. Ramos, en cambio, es más cerebral y técnico. Tendrá que encontrar una forma de conectar con el pueblo sin perder su tono sobrio, algo difícil pero no imposible. Si el PLN lo relaciona directamente con la maquinaria tradicional de siempre, está condenado. Necesita una campaña fresca, digital, ágil, y que lo muestre como alguien diferente dentro de lo conocido. Tiene que posicionarse como la alternativa sensata y confiable, sin caer en la trampa de parecer estar contra el cambio.

Que gran contradicción, hay que salvar al país, de los que supuestamente fueron elegidos para, precisamente, hacer eso. Menuda tarea le espera a Ramos, pero, por dicha, todo hace indicar que tiene el temple y la capacidad necesaria para hacerlo.

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