Cisneros: no le hablen de violines, háblenle de dólares

Luis Paulino Vargas Solís

Cisneros

En un video –ignoro la razón– la diputada Cisneros menciona al swing criollo, las casas de adobe y el colibrí, para, enseguida, lazar las tres cosas al basurero: “no generan trabajo, no van a mejorar vidas, no generan bienestar”. Lapidaria y contundente. O sea: un argumento economicista donde los hay: hasta el extremo y la gula. La idea es clara: lo que no genera billete no tiene valor alguno.

O sea, el neoliberalismo en su expresión más grotesca y vulgar.

En el mismo video se le responde a Cisneros, haciendo ver que, contrario a lo que ella afirma, el arte sí genera empleos y moviliza mucho dinero. Lo cual es obviamente correcto. Baste mencionar las industrias culturales globalizadas, como el cine hollywoodense y la música de superestrellas tipo Bruno Mars, Lady Gaga, Taylor Swift, Weeknd, Bad Bunny o Shakira.

La respuesta, así formulada, está bien, excepto por un detalle: cede al sesgo economicista del planteamiento de Cisneros para darle una respuesta que también enfatiza lo económico.

Pero hay aquí aspectos extraeconómicos que invalidan el planteamiento de Cisneros.

Vemos los componentes 2 y 3 en la diatriba cisnerista: “no mejoran vidas” y “no generan bienestar”.

¿Alguien se atrevería a afirmar que el swing criollo no proporciona un enorme goce y, por lo tanto, un gran bienestar? Lo mismo a quienes lo practican que a quienes ven practicarlo.

¿Alguien querría afirmar que la belleza de una casa de adobes o de un colibrí no proporciona un placer instantáneo a cualquier persona que los contemple? Dan bienestar y hacen que la vida sea más placentera.

Pero debo precisar mejor los términos de lo que digo: no a cualquier persona.

No a personas como Cisneros, cuya sensibilidad ha quedado aniquilada por un pragmatismo ramplón que se escribe con signos monetarios $$$$$ y el cual se construye desde el odio hacia el colorido, la diversidad y heterogeneidad del mundo y de la vida.
Pero todavía quedan al menos tres cuestiones más, todas muy importantes.

Primero, en el desprecio al swing criollo y a las casas de adobe se trasluce el desprecio hacia las tradiciones que han construido la identidad nacional y, en fin, el desprecio hacia nuestra historia y, por lo tanto, hacia el patrimonio que nos legaron sucesivas generaciones de mujeres y hombres costarricenses que lucharon y trabajaron por una mejor Costa Rica. Que, por cierto, ese es un elemento central dentro del programa político de Cisneros y de Chaves: el propósito, declarado a gritos, de abolir todo ese legado histórico.

Segundo, en el desprecio al colibrí se adivina el desprecio por la naturaleza, por esa riquísima biodiversidad de la que decimos enorgullecernos ¿No fue acaso Chaves –hijo putativo de Cisneros– quien proclamó “no se la vamos a dejar a los monitos”? Esa es la moral de muerte de esta gente. Los ecocidios ejecutados por amigos de Chaves en Gandoca Manzanillo y en Paso de la Danta, Quepos, no son fruto de la casualidad, ni son solo actos de corrupción desembozada. Sobre todo son concreción del desprecio de esta gente hacia la naturaleza.

Tercero, ¿adónde cree Cisneros que reside el imán que ha hecho de Costa Rica un destino turístico apetecido? No, no está en las grandes plantas manufactureras de las zonas francas del Coyol, ni en las fastuosas torres construidas en los alrededores de la Sabana. En cambio, ese atractivo, y todo el empleo que va asociado a eso, se alimenta de cosas como el swing criollo, los colibríes y las casas de adobe.

Economista jubilado

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