Beato Oscar Arnulfo Romero: a 36 años de su asesinato

Ocean Castillo Loría

Dedico este esfuerzo a mi tía abuela, Gloria Guevara Vda. de Molina, quien me regalara el primer libro sobre Mons. Romero.

A mi hermano Carlos Pentzke Pierson, quien me mostrara la característica liberadora de la vida, palabra y obra de Monseñor Romero.

A mi amiga Paty Anleu Morán, quien me ha mostrado el valor del pueblo salvadoreño y los irrompibles lazos que nos unen como Centroamericanos.

Al padre Jon Sobrino SJ., sin cuyos recuerdos testimoniales, este trabajo no tendría la riqueza que sobre Romero, pretende mostrar.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero

Introducción

Este texto tiene dos bases: un amplio artículo nuestro, publicado a finales de marzo del 2009, con motivo del 29 aniversario del vil asesinato de Monseñor Romero (Y reformulado en el 2014, para el 34 aniversario del magnicidio).

En el camino nos encontramos varios textos testimoniales de alguien que vivió cerca de Romero: el padre Jon Sobrino SJ., artículos que fueron fundamentales, para mirar desde una perspectiva más vívida la historia de Monseñor.

Hemos escrito bajo la óptica político – teológica, con un énfasis en el tema de la opción preferencial (Y diríamos radical) por los pobres, encontrando en ellos un espacio de análisis socio – político y teológico. Y desde este último, mirando en la vida y obra de Monseñor Romero, la concreción de la esperanza.

Así las cosas, quisiéramos que al terminar la lectura de este trabajo, quedara la pregunta: ¿Qué hacer con el testimonio de Romero?: puede ser, que resulte un convencimiento de acción transformadora desde la política, desde la economía, desde la religión misma; o por el contrario un acallamiento de la pregunta por parte de estas esferas de la sociedad.

I

Fue un gran profeta que defendió la justicia y la paz, que luchó contra la violencia de manera muy valiente. Al denunciarla él mismo fue víctima y eso lo llevó al martirio. Es un martirio fructificado en su beatificación…”.
Mons. José Francisco Ulloa.
Obispo de Cartago, Costa Rica.

Para decir la verdad, hay que dejar hablar al sufrimiento”.
Theodor Adorno.
Filósofo alemán.

El 24 de marzo de 1980 cae asesinado Monseñor Oscar Arnulfo Romero, este año se cumplen 36 años de ese evento, pero además, el 23 de mayo del año pasado, se beatificó a Romero, por parte de la Iglesia Católica.

Cuán cierta resulta aquella palabra de Jesús, que declaraba que si el grano de trigo no muere en la tierra no produce fruto. Este es precisamente el caso de Mons. Oscar Arnulfo Romero, quien ejerciendo su ministerio pastoral encuentra la muerte. La bala asesina destruye su corazón en el momento del ofertorio, cuando el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre del Señor.

El 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, nace el segundo de los ocho hijos del matrimonio compuesto por Santos Romero y Guadalupe Galdámez. Su nombre: Oscar Arnulfo. Este niño tímido y reservado tuvo que interrumpir sus estudios primarios por enfermedad.

Por aquella época, El Salvador, era un país próspero, pero oprimido políticamente…

Trabajó Romero desde muy joven, aprendiendo carpintería por las mañanas y en las noches, recibiendo de su madre el amor por la devoción a los santos y reteniendo las oraciones que hacían juntos. Es a partir de estas experiencias que muestra desde muy temprana edad inclinaciones religiosas.

Teniendo trece años, presencia la ordenación sacerdotal de un joven, por lo que aprovecha la oportunidad para conversar con un clérigo al que le manifiesta su deseo de ser sacerdote. Al año siguiente, Oscar ingresa al Seminario Menor de San Miguel a cargo de los PP. Claretianos. Allí se encontrará por un periodo de hasta 7 años.

Sin embargo, durante este lapso debe de nuevo enfrentar el corte de sus estudios, ya que debe regresar a su hogar dada la mala situación económica de su familia. Es por ello que durante tres meses trabaja junto a sus hermanos en las minas de oro de Potosí, ganando cincuenta centavos al día.

Corría el año de 1937, cuando ingresa al Seminario Mayor de San José de la Montaña en San Salvador. Luego de 7 meses es enviado a Roma, para profundizar sus estudios en teología. Romero llega a la capital italiana cuando Europa sufre la destrucción y el sufrimiento de la Segunda Guerra Mundial.

El 4 de abril de 1942 es ordenado sacerdote en Roma. Oscar Arnulfo Romero G. contaba con 25 años. Ese día, escribe la siguiente oración: “Por tu sagrado corazón yo prometo darme todo por tu gloria y por las almas quiero morir así, en medio del trabajo; fatigado del camino, rendido, cansado… me acordaré de tus fatigas y hasta ellas serán precio de redención, desde hoy te las ofrezco”.

Al año siguiente, obtiene su licenciatura en teología en la Universidad Gregoriana. De cara a la obtención de su grado doctoral, el padre Romero se interesa por temas como la mística y la teología ascética, pero la guerra, no le permite continuar con este proyecto.

Ya en El Salvador, sirve en la parroquia de Anamorós y por 20 años en San Miguel, donde promueve diversos grupos apostólicos y muchas obras sociales; del mismo modo, impulsa la construcción de la Catedral de San Miguel y la devoción a la Virgen de la Paz.

El Padre Romero es símbolo del sacerdote tradicional: Oración, pastoreo, disciplina, temperancia. En muchas ocasiones, su imagen provocaba el distanciamiento de sus colegas por su tradicionalismo. Por otro lado, Romero se ganaba el cariño de su pueblo.

El Salvador, se encuentra en esos tiempos, en medio de la inestabilidad política, la ruptura del orden Constitucional es constante, el poder queda por lo común, en manos de los militares.

A estas alturas (Entre 1965 y 1968), la Iglesia Católica en América Latina está siendo impactada por dos importantes documentos: el Concilio Vaticano II y el documento con las conclusiones de Medellín, en los cuales se rescató el valor de la dignidad humana, sobre todo haciendo énfasis en los marginados.

Estos textos tuvieron una importante repercusión en un país como El Salvador, donde se verificaba la explotación económica por parte de catorce familias que prácticamente eran dueñas del país, y que estaban aliadas al ejército.

En 1966, Romero es elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador, con lo que se intensifica su actividad pública, paralelamente, hay un desarrollo de los movimientos populares, la evidencia de ello, es que en 1967 se da la primera huelga obrera general.

El 3 de mayo de 1970, a los 53 años, es notificado de su nombramiento como Obispo y el 21 de junio de ese año, es ordenado (El maestro de ceremonias de ese acto, fue su amigo el padre Rutilio Grande) y nombrado Auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González, arzobispo de San Salvador.

Este es un momento difícil para Romero, pues no encaja en una diócesis donde comenzaban a concretarse los cambios del Concilio y Medellín. Y es que el Padre Oscar, era un sacerdote conservador, tímido, dedicado a administrar los sacramentos y a visualizar el Reino de los cielos, como el consuelo en la vida en el mundo futuro.

Monseñor Romero defiende y divulga la lógica del Concilio y Medellín, pero sin un convencimiento interno y sin apoyar la Teología de la Liberación. Es en este momento donde se le elige como director del periódico “Orientación”, al que le imprime una línea editorial conservadora, donde critica a los sacerdotes que trataban de llevar adelante una evangelización de corte liberador.

Luego, fue nombrado rector del Seminario Mayor San José de la Montaña. Romero no resultó eficiente en la administración de esta instancia, y tuvo que cerrarse. Lo cierto es que esa fue una consecuencia de la excesiva bondad y desprendimiento de Monseñor.

En 1974 es investido como Obispo propietario de la diócesis de Santiago María, donde iniciaba la represión contra los campesinos organizados. Serán las masacres propiciadas por el gobierno y el ejército, las que impactarán al religioso e iniciarán su cambio de posición.

Allí se muestra el corazón limpio de Romero (Y decía Jesús que los de corazón limpio eran bienaventurados, porque ellos verían a Dios) y su reserva ética de avanzada, que su pensamiento conservador, no podía sofocar (Ese pensamiento conservador moriría en el momento en que aceptaba que la Iglesia, debía historizarse)

Pero antes de eso, era claro que, Romero era muy conservador, muy influenciado por el “Opus Dei”, contrario a los sacerdotes y Obispos que habían aceptado la línea de Medellín. Veía a muchos de los jesuitas como politizados y marxistas. Dice Jon Sobrino en sus recuerdos del hoy beato, que con posterioridad, Romero pidió perdón por muchas de sus posiciones conservadoras.

En junio de 1975, con motivo del asesinato de 5 campesinos, los sacerdotes del lugar le piden a Romero que haga una denuncia pública, pero éste, manda una fuerte carta al Presidente de la República. Romero comienza a despertar a una dura realidad.

Realidad de pobreza del campesinado.

Realidad de injusticia propiciada por la ambición de los patronos que negaban el salario justo.
Pobreza de las mayorías, riqueza de una minoría.

El pueblo se organiza para protestar en medio de la represión, los fraudes electorales y el grito de la Iglesia por justicia y paz. Es por este mensaje de la Iglesia que el gobierno expulsa a varios sacerdotes.

Para 1977, el 23 de febrero, Monseñor Romero con 59 años, es nombrado Arzobispo de San Salvador. Los sectores poderosos muestran su complacencia con el nombramiento, pues su esperanza era que detuviese el accionar progresista de la Arquidiócesis. Monseñor tenía conciencia de que era el candidato de la derecha, recibía el halago de los poderosos, quienes inclusive le ofrecieron la construcción de un palacio episcopal, con la idea de que abandonase la línea progresista de su predecesor. Romero, no aceptó el ofrecimiento, e hizo su hogar el Hospital de la Divina Providencia, donde tenía un cuartito junto a la Sacristía.

Para los sacerdotes y teólogos progresistas, esta era una mala noticia. El jesuita Jon Sobrino, diría en sus recuerdos de Romero, que, en ese momento, él (Sobrino), veía que se aproximaban malos tiempos. Por suerte, dice Sobrino: “Nos equivocamos”.

El panorama que encontró Monseñor fue el de una Iglesia encarnada en su mayoría con el pueblo. Tal encarnación se pagaba con un precio muy alto.

El 12 de marzo de 1977 es vilmente asesinado de 12 disparos el Padre Rutilio Grande SJ (Su amigo personal, un sacerdote jesuita que organizaba grupos de auto ayuda para los campesinos). A Grande, lo matan junto a dos campesinos, un anciano y un niño. Es en estas muertes donde Monseñor termina de identificar dónde está Jesús y dónde sus acosadores. La luz de las Bienaventuranzas y del juicio final, iluminan al prelado, él entiende la estatura de su misión, en el momento que aumenta la represión contra la Iglesia.

El mismo Romero, reconocería en su conversión, el peso del asesinato del padre Grande: “…la muerte del jesuita Rutilio Grande fue definitiva”. Por cierto, que quienes estuvieron cerca de Monseñor, decían que no le gustaba que hablaran de su “conversión”, en términos de abrazar la opción por los pobres, ya que, él venía de una familia humilde (Por cierto que, en las cercanías de la beatificación, una nota periodística de una cadena internacional, decía que la familia de Monseñor era “acomodada”, cosa que es absolutamente falsa). Además su vida sacerdotal y episcopal, antes de ejercer su rol profético, fue virtuosa.

Detengámonos un poco en este evento del homicidio de Rutilio Grande: el “Eco Católico”, semanario de la Iglesia costarricense, publicó: “El día 12 de marzo de 1977 la Iglesia Católica en El Salvador debió aportar otro mártir a su ya muy dotado calendario universal de gentes que con su sangre han dado perfecto testimonio de su fe, de su deber sacerdotal y pastoral”. Así se informaba del asesinato del padre Grande. El titular de la información era: “Asesinan a sacerdote por promover campesinos”.

Al momento de su asesinato, Grande tenía 49 años, con él, murieron: Manuel Solórzano (70 años) y Nelson Rutilio Lemus (16 años). El padre fue creador de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), lo que le originó críticas que lo señalaban como marxista.

Para 1972, inicia su ministerio pastoral como jesuita, en la Parroquia de Aguilares, pueblo de su niñez y juventud, 5 años antes inicia su amistad con el hoy beato Romero. Hoy en esa comunidad se reconoce al padre Grande como alfabetizador y trabajador comunal.

Durante el periodo de la amistad de Rutilio con Romero, no todo eran acuerdos. La pastoral de Grande, no agradaba a Romero, por (Consideraba él), politizada, horizontal y alejada de la verdadera misión de la Iglesia, y cercana a la revolución de la izquierda.

Para Monseñor, Rutilio era un enigma: “Es un buen sacerdote, pero su pastoral está desviada, está equivocada”… (Romero cambió, pero otros no, el Cardenal Mario Casariego, de Guatemala, le mandó una circular a sus sacerdotes, diciendo que Grande se había buscado su muerte, por meterse en donde no debía y que los curas guatemaltecos, no debían seguir su ejemplo)
El asesinato de Rutilio significará un discernimiento en la vida de Romero, es evidencia de las persecuciones que vivían los sacerdotes en El Salvador… en esa época, tener una Biblia en la mano, era causa de homicidio.

Cuando Romero llegó a donde estaban los cadáveres de Rutilio, Manuel y Nelson, estaba serio y lleno de preocupación… la represión que se había limitado a la captura y expulsión de sacerdotes, daba un paso más: el asesinato.

Frente a la tensión de esos eventos, Romero se entrega a Dios y podría decirse, que culmina una etapa en su entrega a la opción por los pobres, pobres que pedían de un modo u otro, que les defendiera (Porque antes de que la Iglesia hiciera su opción por los pobres, los pobres, habían hecho su opción por la Iglesia) Romero comienza a captar más la voluntad de Dios y a entregarse a ella. Y tal es su entrega, tan honda, que terminará dando su propia vida.

Pero esa entrega tenía costos: defraudar a los poderosos que lo halagaban, enfrentarse a esos poderosos, ganarse las iras de ellos, de la oligarquía, del gobierno, de los partidos políticos, del ejército, del paramilitarismo, de la mayoría de sus hermanos Obispos, de sectores del Vaticano, del gobierno de los Estados Unidos.

Lo cierto es que aún antes, los católicos acomodados, los que eran afines a la oligarquía, los que calumniaban a Monseñor Chávez y González, un grupo de sacerdotes acordes a esa línea… lo primero que hicieron con Romero, a raíz de la crisis originada por el asesinato del padre Grande, fue abandonarlo; mientras que, los sacerdotes de la pastoral más avanzada, las comunidades de base, los que trabajaban en la línea de Medellín, lo acuerparon.

Así, en lo que refiere a Medellín, si bien, al principio no sabía qué hacer con ese documento, poco a poco, se fue sintiendo cómodo con él. Los conservadores quedaron pasmados, ya que al principio lo apoyaban por no ser “Medellinista” (Contrario a Monseñor Rivera) A Romero, las conclusiones de Medellín, le comenzaron a hablar de Dios y del Dios de los pobres. De ese Dios, en el que el pobre encuentra compasión. Encuentra al “Yo Soy” “goel”, defensor de los pobres y rescatador de lo que se les ha quitado. Desde allí Monseñor, orienta su ministerio, desde la supremacía absoluta de la vida del pobre.

Se configura aquí, de manera esquemática, la opción de Romero, semejante a la que tuvo Jesús de Nazaret: frente al sistema de opresión que implicaba a la clase política, a la oligarquía, a la cúpula religiosa; estaba Romero (Como lo estuvo Jesús), con el dolor y la esperanza del pueblo; a Jesús lo acompañaban 12 hombres y un grupo de mujeres; a Romero, lo acompañaban un grupo de sacerdotes y religiosas.

Dios y pobres, pobres y Dios, lo que desde muchos modelos teológicos, separan las Iglesias, Romero lo unió en su vida y obra. En abril de 1979, dijo Monseñor: “En mi vida no he sido más que un poema del proyecto de Dios… He tratado de ser como Dios quería que fuera”.
En esta lógica, Romero juzga la dinámica política de su país: veía a la derecha opresora del pueblo:

– Gobierno.
– Oligarquía.
– Ejército.
– Cuerpos de seguridad.
– Administración de justicia.
– Mayoría de los medios de comunicación.
– Embajada de los Estados Unidos.

La venda conservadora se termina de caer de los ojos del beato: no era Rutilio Grande el equivocado, era él, la pastoral y la fe promovidas por Grande, eran las verdaderas, Rutilio entregaba la vida como Jesús, ese era el camino del seguimiento y no el de las cómodas sendas conservadoras. Romero era el que debía cambiar (Convertirse en el sentido profundo de la palabra); frente a Jesucristo, frente al cadáver de Rutilio Grande, se le planteaba la interrogante a Romero: “¿Qué voy a hacer?”

Así, en los primeros días, se hablaba del cambio de Monseñor, como “el milagro de Rutilio”; por cierto que no es ocioso pensar que este sea el primer milagro del padre Grande, que va camino también a la beatificación.

Así los católicos acomodados, los que eran afines a la oligarquía, los que calumniaban a Monseñor Chávez y González, un grupo de sacerdotes acordes a esa línea… comenzaron a atacarlo, criticarlo, desobedecerlo a Romero. Esos “católicos”, esos “sacerdotes”, mostraron que eran fieles a la iglesia, mientras el arzobispo les agradaba, pero cuando eso cambiaba, cuando las cosas se ponían peligrosas, pasaban a ser infieles con la comunidad eclesial.

En razón de la muerte de Grande, Romero toma dos medidas inmediatas: la suspensión por 3 días de las clases en los colegios católicos y la celebración de una única Misa el 20 de marzo por Rutilio. Podría pensarse a la distancia de la historia, que la suspensión de clases resulta tonta (Unas vacaciones, dijeron los enemigos de Monseñor), pero era una especie de repliegue para tomar fuerzas, en esos 3 días, se reflexionó en torno a la Biblia, se estudió la Palabra de Dios, se oró a partir de ella, esto, junto a los Documentos del Concilio Vaticano II y Medellín.

El tema de la Misa única el 20 de marzo, causó escándalo (Inclusive, algunos biógrafos de Monseñor dicen que el Nuncio Apostólico, es decir el Embajador del Vaticano en El Salvador, le recomendó no hacerla)

Jon Sobrino explica que el mismo Secretario de la Nunciatura, siendo de menor jerarquía que Monseñor, no le ocultó la molestia a Romero por la idea, lo que reflejaba el autoritarismo de ciertas curias y su lejanía ante las realidades del pueblo a las que se supone sirven.

Según Sobrino, el Secretario, alegaba aspectos canónicos para impedir la Misa (Como si él pudiera hacerlo), pero a Monseñor lo acompañaban sacerdotes que le respondieron en la misma lógica, haciéndole guardar silencio. Lo que es interesante (Y esto pasa mucho en las Iglesias cristianas), cuando se muestra desacuerdo con una acción, se va a los detalles para obstaculizar.

La discusión con la Nunciatura fue fuerte, pero Monseñor, impuso su autoridad de manera serena y clara. En aquel momento le dijo a Sobrino, quien sí se encontraba muy molesto, que la Nunciatura no entendía la situación.

Como puede verse, el ámbito religioso del sistema de dominación se oponía a Monseñor, pero el componente político también, ya que el gobierno temía una concentración masiva de gente como ocurrió; los católicos ricos decían que una sola Misa, les impediría cumplir el precepto; en el fondo, no querían ir a incomodarse con una gran cantidad de gente, la mayoría pobres.

El 20 de marzo se llevó a cabo la Misa única, con decenas de miles de personas, fue un gran éxito pastoral…

Pero de allí en adelante a nivel jerárquico, solo Monseñor Rivera y Damas le fue fiel a Monseñor Romero…

Un ejemplo de las divisiones, lo dio Mons. Aparicio en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla, cuando dijo que Romero era un irresponsable, que hacía peligrar a la Iglesia Católica al enfrentarla con el gobierno (En un momento determinado, Romero dijo: “el dialogante natural de la Iglesia es el pueblo, no el gobierno”) Aparicio expresaría que Romero quería convertirse en el Jimmy Carter de América Latina (De hecho fue en Puebla, donde Romero se dio cuenta del peso de la oposición en su contra); pero también Monseñor encontró la solidaridad de muchos otros prelados, que le escribieron cartas de solidaridad. Ante ello, Romero dijo: “me he encontrado como hermano entre otros hermanos Obispos”. Valga decir que, antes de partir a México, Romero se preparó a profundidad, respecto a la agenda que tratarían los Obispos.

En esta línea, también debe decirse, que al regresar de Puebla, Monseñor tuvo el apoyo de la gente. Al regresar de allá, un funcionario del aeropuerto dijo: “Ahí (Está) la verdad”. En la homilía del 18 de febrero de 1979, diría Romero: “La frase me llena de optimismo porque en mi valija no traigo contrabando ni traigo mentira, traigo la verdad”.

En el Vaticano, el Cardenal Baggio (Con quien tuvo un buen comienzo, pero luego vivió grandes tensiones), le dijo que debía ser nombrado un administrador apostólico con plenos poderes (Lo que significaba una intervención de la Arquidiócesis); Romero con gran humildad, decía que de tomarse esa decisión, se hiciera con dignidad para no herir al pueblo, aunque él no estuviera de acuerdo con esa opción. Esta era una de las alternativas que barajaba el Vaticano, para mejorar sus relaciones con el gobierno Salvadoreño y el de los Estados Unidos.

El mismo Cardenal, le dijo en su despacho en Roma: “Usted está en mala compañía”. Le mostró un libro publicado por la UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas), que contenía la tercera carta pastoral de Romero y la primera, de Rivera y Damas. Junto a los autores de las misivas, aparecían: Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino (Teólogos de la Liberación)

Otro adversario entre los Cardenales de la Curia Vaticana, fue López Trujillo, quien se dice, que al referirse a Romero, podía llegar a la grosería…

Las denuncias proféticas de Romero, contra el gobierno, la oligarquía y los militares, ponían en aprietos las relaciones diplomáticas del Vaticano con El Salvador y luego con los Estados Unidos.

En su diario, Romero, escribió que el Cardenal Cassaroli, le hizo saber la preocupación de Estados Unidos: “Me reveló que el embajador de Estados Unidos había venido a verlo con cierta preocupación de que yo estuviera en una línea revolucionaria popular, mientras que Estados Unidos apoya el gobierno de la democracia cristiana”

Pero en el Vaticano, Romero también tuvo apoyo: el Cardenal Pironio (Quien le dijo: “lo peor que puedes hacer es desanimarte. “¡Ánimo Romero!”) Y el Cardenal Aloysio Lorscheider, que inclusive lo visitó en El Salvador.

Dos meses después del asesinato de Grande, expulsaron a los 3 jesuitas que quedaron en Aguilares (Con ello, las religiosas Oblatas del Sagrado Corazón, mostraron gran valentía pues se hicieron cargo de la parroquia pese a los peligros) y el 20 de junio de ese año, todos los jesuitas, fueron amenazados de muerte.

También en 1977 llega al poder mediante un claro fraude, el General Carlos Humberto Romero. Esta elección provoca protestas populares que desembocan en la muerte de muchos salvadoreños.

El asesinato del padre Grande y la represión popular, hacen que Romero inste al nuevo gobierno a investigar esos hechos, pero la lógica complicidad gubernamental da como respuesta la pasividad. La prensa guarda silencio, como fruto de la censura. Romero amenaza con la ausencia de la Iglesia Católica de actos oficiales (Rompiendo muchos años de tradición): en tres años Monseñor nunca participó en actos gubernamentales, nunca los bendijo con su presencia.

Pero además expresa que la Iglesia estaría del lado del pueblo defendiéndolo, denunciando las injusticias, aunque siguieran matando sacerdotes…

Es así como Monseñor, señaló al Presidente Carlos Humberto Romero, al ex mayor Roberto D’ Abuisson (Uno de los autores intelectuales del asesinato del hoy beato) y al mismo gobierno de Jimmy Carter de los Estados Unidos.

Romero acompaña al pueblo en su sufrimiento continuando la obra de la Iglesia y haciendo realidad su lema: “Sentir con la Iglesia”… en ese sentir, los pobres entraban en el corazón de Romero y él en el corazón de ellos. Por eso diría más adelante en su Ministerio: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”.

En ese proceso, el tímido prelado debe tomar importantes decisiones, debe conversar con sus sacerdotes, debe aprender a tener paz en la tormenta, debe asumir su rol profético, Monseñor anuncia el Reino de Dios y recibe a su pueblo sufrido. En ese mismo momento debe tener una experiencia del Dios liberador, que le entrega una cruz: la Iglesia. De esa comunidad de los pobres, Romero recibe luz y la brinda.

Y esa experiencia de Dios, debió ser como la que pasó Jacob, quien luchó contra el ángel del Señor (Es decir, contra Dios mismo); debió ser como la lucha de Jesús en el huerto de Getsemaní; debió ser tan sufrida como la misión sacerdotal descrita en el texto de los Hebreos.

Pero también, en su conversión, el débil, se volvió fuerte, nunca zafó de sus obligaciones. En el hospitalito donde vivía, había preocupación por su nivel de actividad, Sor Teresa (Quien lo cuidaba como un ángel de la guarda), le decía que no trabajara tanto: hasta altas horas de la noche… ese era su ritmo de trabajo.

Se cumplieron así en él, las palabras del teólogo K. Rahner: “El Evangelio es una pesada carga ligera, que cuanto más la lleva uno más es llevado uno por ella”…

Desde el año de 1977, hubo destrucción de templos, el seminario, residencias de religiosos y religiosas, colegios católicos, la UCA, la imprenta del Arzobispado, la emisora de radio YSAX.

Con motivo del asesinato del padre Grande, el jesuita Ignacio Ellacuría, que estaba exiliado en Madrid, le escribiría a Monseñor: “Desde este lejano exilio quiero mostrarle mi admiración y respeto”; y continúa diciéndole: “he visto en la acción de usted el dedo de Dios”.

El 1 de mayo de 1977, fue secuestrado un joven jesuita, después se lo entregan al provincial de la orden y a Monseñor Romero, el joven había sido torturado.

Los religiosos siguen siendo asesinados: el 11 de mayo cae el P. Alfonso Navarro Oviedo. En ese momento Monseñor expresa: “…cesen de perseguir la misión de la Iglesia. Cesen de sembrar discordias y rencores. Cesen de propalar esa filosofía de la maldad, de la venganza. Y unámonos todos para hacer de nuestra Patria, una Patria más tranquila…”. En esa Misa, hubo una multitud de gente y en su homilía, de la que acabamos de hacer una cita, Romero compara la situación del país, con una caravana perdida en el desierto; y al beduino que la guiaba (Navarro), lo habían asesinado.

El 19 de mayo, expulsan a los 3 jesuitas de Aguilares a los que ya hemos hecho mención…esa expulsión implicó la entrada del ejército en el pueblo, la profanación de la Iglesia y el sagrario y la militarización de la zona. Muchos campesinos fueron asesinados.

El 19 de junio, el ejército sale de Aguilares, Romero va a ese pueblo para denunciar las tropelías y a acompañar y dar esperanza a las y los campesinos aterrorizados. Pese a las circunstancias (La profanación), hay Misa, y en ella dice el hoy beato: “A mí me toca ir recogiendo atropellos, cadáveres y todo eso que va dejando la persecución de la Iglesia”.

En esa misma homilía, Romero señalaría a quienes: “convirtieron un pueblo en una cárcel y en un lugar de tortura”. He aquí una verdadera denuncia profética…

La solidaridad con Aguilares, quedó demostrada con estas palabras: “Ustedes son la imagen del Divino Traspasado, del que nos habla la primera lectura. Ustedes son hoy el Cristo sufriente en la historia”.

Les dice Monseñor: “Sufrimos con los que han sufrido tanto. Sufrimos con los que están perdidos, con los que están huyendo y no saben qué pasa con su familia… estamos con los que sufren las torturas”.

Luego de la Misa, se sale en procesión por el pueblo, en desagravio por la profanación que se había hecho del Cuerpo de Cristo Sacramentado y el Cuerpo Viviente de Cristo (El pueblo, los campesinos asesinados). Frente a la Alcaldía, se encontraban soldados con sus armas, ellos miraban de manera amenazante (Según testimonio de Jon Sobrino). Al Acercarse al ayuntamiento, la cabeza de la procesión se detiene, había preocupación y temor por lo que pudiera suceder. Atrás venía Monseñor con el Santísimo, él les dijo a quienes encabezaban: “adelante”.

La procesión acaeció sin incidentes y el simbolismo de las palabras de Romero: “adelante”, lo afirmaban como líder popular, era la palabra del hoy beato la que lideraba, era él, punto de referencia para la Iglesia.

Era Monseñor el que ayudaba a su pueblo, el que evangelizaba a los teólogos de la Arquidiócesis, a sus sacerdotes… era él quien enseñaba…

En agosto de 1977, se publica su segunda carta pastoral: La Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia, en la que vuelve a subrayar el sentido de servicio de la iglesia y el papel que esta cumple con relación a la historia humana e historia de la salvación. Asimismo, trata de dialogar con el poder político sobre la situación persecutoria que vive la iglesia, esto por cuanto ha hecho la opción por los pobres.

De igual manera, rescata el concepto de unidad eclesial que se logra: “en la fidelidad a la palabra y en la exigencia de Jesucristo y se cimenta en el sufrimiento común. No puede haber unidad de la Iglesia ignorando la realidad del mundo en que vivimos”. Por ello, como diría Karl Rahner, Monseñor dejó que “la realidad tomara la palabra”. Pero aún más, su palabra defendía al pobre, alimentada por la ética cristiana y la teología (Esta tesis luego sería abordada por la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla, México. Véase el n. 1142 de ese documento)

El 30 de abril de 1978, Romero le señala a la Corte Suprema de Justicia: “¿Qué hace la Corte Suprema de Justicia? ¿Dónde está el papel trascendental en una democracia de este poder que debía estar por encima de todos los poderes y reclamar justicia a todo aquel que la atropella? Yo creo que gran parte del malestar de nuestra patria tiene allí su clave principal, en el presidente y en todos los colaboradores de la Corte Suprema de Justicia, que con más entereza debían exigir a las cámaras, a los juzgados, a los jueces, a todos los admiradores de esta palabra sacrosanta, la justicia, que de verdad sean agentes de justicia” (30 de abril, 1978)

El 28 de noviembre de 1978, se asesina al P. Ernesto Barrera y con él, a quienes ya hemos mencionado, y que engrosan una larga lista de familias, laicos, sacerdotes y catequistas que caen víctimas de la represión en El Salvador.

En este contexto diría Romero: “Me alegro hermanos, de que nuestra Iglesia sea perseguida, precisamente por su opción preferencial por los pobres y por tratar de encarnarse en el interés de los pobres… sería triste que en una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son el testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo… la Iglesia sufre el destino de los pobres: la persecución. Se gloría nuestra Iglesia de haber mezclado su sangre de sacerdotes, de catequistas y de comunidades con las masacres del pueblo, y haber llevado siempre la marca de la persecución… una Iglesia que no sufre persecución, sino que está disfrutando los privilegios y el apoyo de la tierra, esa Iglesia ¡Tenga miedo! No es la verdadera Iglesia de Jesucristo”.

El seguimiento de Cristo, se encarna cada vez más en su vida, no como teoría, sino como compromiso: “Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca de Dios. La religión no consiste en mucho rezar: consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí porque les hago el bien a mis hermanos. La garantía de mi oración no es el mucho decir palabras; la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿Cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios”.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero se entrega a su pueblo. Son numerosas sus visitas pastorales y la celebración frecuente de dos o tres misas en distintos lugares. Se reunía constantemente con la gente, sobre todo, con los más pobres.

En muchas oportunidades fungió como mediador en conflictos de trabajo, refugió a campesinos que huían de la persecución y dio mayor impulso a los medios de comunicación de la Iglesia. Así cumple uno de los mensajes de su primera carta pastoral aparecida en 1977: “La Iglesia no vive para sí misma”.

Monseñor se constituye en verdadero testigo de Cristo al denunciar un sistema que enfrenta a los hermanos de un mismo país, poniendo al humilde soldado contra el humilde campesino, lo cual implica como resultante una trasgresión a la ley de Dios. Pecado que conduce indudablemente a la muerte. Testimonia la muerte de Cristo en la muerte de su pueblo, testimonia su resurrección con la esperanza de la paz.

Ya en estos momentos las Homilías de Romero adquieren gran notoriedad, por el análisis de las situaciones que se viven a la luz de la palabra de Dios. Es con las homilías como mejor se reconoce la dimensión profética de Monseñor.

Del mismo modo, son punto infaltable en el análisis de la situación del país tanto en el campo político como eclesiástico. Es por esto que en diversas ocasiones la emisora YSAX, donde se trasmitían, trató de ser silenciada (Esta emisora era escuchada desde los hogares hasta los cuarteles). Pese a esto, en los momentos que lograron interrumpir las trasmisiones, el mismo pueblo reproducía su palabra. Indudablemente, a través de las homilías, Monseñor Romero historizaba el mensaje bíblico en la realidad de El Salvador.

Eran esas homilías un medio para conocer la verdad de lo que acaecía en el país:

– Mencionaba todos y cada uno de los nombres de las víctimas de la semana.
– Las matanzas y las masacres que habían ocurrido.
– En cuanto tenía noticia mencionaba a los victimarios (Y si pertenecían a un cuerpo de seguridad, militar o paramilitar, o si eran de organizaciones populares)
– Circunstancias precisas de lugar y tiempo de las masacres.
– Mencionaba a los familiares de las víctimas.
– Decía la situación en la que ellos quedaban.
– Exigía la reparación como obligación de justicia.
– Condenaba duramente la impunidad.

Pero… ¿Cómo hacía Romero sus homilías?: Monseñor Gregorio Rosa Chávez, lo describe así: “Se podría resumir así: con la Biblia en una mano y le periódico en la otra. Una amplia y profunda reflexión sobre textos bíblicos, casi siempre muy personales, se unía al trabajo de equipo con un grupo de consejeros que semanalmente le ayudaban a comprender y a iluminar cristianamente la intrincada y vertiginosa historia de violencia que ensangrentaba San Salvador”.

En sus recuerdos de Monseñor Romero, el padre Jon Sobrino, logra el testimonio de la hermana Teresa, de la que ya hemos hablado: según ella, la noche de la víspera de la Misa dominical, tenía sobre su mesa libros para la preparación de la explicación de las lecturas bíblicas, apuntes y periódicos de la semana. Se quedaba hasta altas horas de la noche trabajando; alguna vez hasta las dos o tres de la mañana. La hermana Teresa lo veía rezar, y a la mañana siguiente predicaba la homilía.

Las principales consultas, las hacía Monseñor cuando creía que debía tomar una posición profética y clara. Es decir, cuando sabía que iba a entrar en conflicto con el sistema de dominación.

Vale la pena subrayar, que Monseñor trabajaba en equipo, no solo en la elaboración de sus homilías, lo mismo era con sus Cartas Pastorales (Reuniones, consultas a la gente, borradores, meses de trabajo. Romero, preguntaba, sugería, cuestionaba)

Romero tenía su propio fichero para la predicación, cerca de 500 fichas, la mayoría con citas del Magisterio de la Iglesia. El orgullo de Monseñor era estar unido al Papa Pablo VI (Hoy también Beato). Y si bien, Romero no estaba con la Teología de la Liberación como modelo teológico, en su praxis, la lleva a cabo (Algo semejante a las acciones del hoy Papa Francisco)

En un somero análisis frecuencial de sus homilías, se encuentran los siguientes números:

– 373 citas de Pablo VI y Juan Pablo II.
– 296 citas del Concilio Vaticano II.
– 101 citas del documento de Puebla.
– 85 citas del documento de Medellín.

Entre los textos magisteriales preferidos de Monseñor se encontraban:

– “Gaudium et spes” (Concilio Vaticano II)
– “Popolorium Progressio” (Pablo VI)
– Evangelii nuntiandi” (Pablo VI) (Inclusive, de este texto, organizó tres días de estudio para los sacerdotes)

El Beato definía del siguiente modo la homilía: “el sermón sencillo del pastor que celebra la Palabra de Dios para decirle a los que la están reflexionando: que esa Palabra de Dios no es una palabra abstracta, etérea, sino que es una Palabra que se encarna en la realidad en que vive esa asamblea que está meditando”.

¿Qué fueron las homilías para Romero?: en sus propias palabras:

– “Una palabra de solidaridad y consuelo para los que sufren”
– “Una palabra de repudio al crimen y a la violencia”.
– “Una palabra de apoyo a los justos reclamos de nuestro pueblo”
– “Una palabra de esperanza, una palabra del más allá”.

Es en este testimonio de palabra y obra donde se halla el centro de su mensaje (Que también es el mensaje de Jesús): No hay amor más grande que dar la vida: “La única violencia que admite el Evangelio es la que uno se hace a sí mismo. Cuando Cristo se deja matar, esa es la violencia, dejarse matar. La violencia en uno es más eficaz que la violencia en otros. Es muy fácil matar, sobre todo cuando se tienen armas, pero, ¡qué difícil es dejarse matar por amor al pueblo!”.

Sobre esta forma de predicar, le hablaría al Papa Pablo VI, que lo acogió con benevolencia en audiencia privada en marzo de 1977, tras el asesinato del padre Grande (El Papa le dijo a monseñor, que tuviera coraje) de igual manera, hoy el Papa Francisco, dice en “Evangelii Gaudium”: “La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo” (n. 135)

No en balde, dijo Romero, el 2 de octubre de 1977: “Hermanos guarden este tesoro. No es mi pobre palabra la que siembra esperanza y fe. Es que yo no soy más que el humilde resonar de Dios en este pueblo”.

Veamos esa cercanía en las homilías de Romero: “Se me horrorizó el corazón cuando vi a la esposa con sus nueve niñitos pequeños, que venía a informarme. Según ella lo encontraron (Al esposo) con señales de tortura y muerte. Ahí está esa esposa con esos niños desamparados… Es necesario que tantos hogares que han quedado desamparados como este reciban la ayuda. El criminal que desampara un hogar tiene obligación en conciencia de ayudar a sostener ese hogar” (20 de noviembre, 1977)

La víspera de su asesinato, Romero le explicó al pueblo, como preparaba su homilía dominical: “Le pido al Señor durante la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que la iglesia está haciendo el esfuerzo para cumplir con su misión”.

En 1978 se publica su tercera carta pastoral: La Iglesia y las organizaciones políticas populares. Aquí se confirma que Monseñor ha tomado partido por el pueblo ante la violencia del opresor. Es esta carta una excelente muestra de creatividad doctrinal.

Como muestra de la oposición que padecía Monseñor dentro de la Iglesia, al mismo tiempo, el resto de los Obispos publicaron sobre el mismo tema, un corto y pobre mensaje, en esencia opuesto a esa Carta. La oligarquía aplaudió ese triste documento.

Romero llegaría a denunciar a la misma Iglesia: “…fue pecado de la Iglesia, engañando y no diciendo la verdad, cuando habría que decirla” (31 de diciembre, 1978)

El 7 de mayo de ese año de 1978, Romero visita por primera vez a Juan Pablo II, es de este encuentro del que sale Monseñor desconcertado y triste. Dada la situación de su país, por días el prelado buscó una entrevista con el Papa, sin éxito.

Ya en la conversación el hoy santo, le dijo que fuera equilibrado y prudente, sobre todo al hacer las denuncias concretas, pues era mejor mantenerse en los principios, porque era riesgoso caer en errores y equivocaciones.

Juan Pablo II, le insistió en la unión de los Obispos, Romero le dice al Pontífice que él la desea pero ella debe ser basada en el Evangelio y la verdad. Frente a las divisiones en la Conferencia Episcopal, el Papa, le recomienda aceptar un administrador apostólico sede plena. Pese a sus sentimientos, Romero escribe en su diario, que la visita fue sumamente útil.

Monseñor le contará lo duro del intercambio con el Papa, a la teóloga de la Liberación, María López Vigil, según ella, el relato, Monseñor se lo hizo casi llorando, mientras tuvo un paso rápido por Madrid, de camino a El Salvador el 11 de mayo; Romero volvía a su patria, como consecuencia de una matanza en la Catedral de San Salvador.

No hay duda que por su valentía, inteligencia y sencillez es que el mundo puso sus ojos en él, y es así como entre 1978 y 1980, recibe el Doctorado en Humanidades Honoris Causa de la Universidad Georgetown de Washington. En aquel momento entre otras cosas expresó: “… el sufrimiento, el temor, la inseguridad, la marginación de muchos hermanos, están aquí recibiendo hoy conmigo un homenaje de respeto y admiración, lo mismo que un rayo de consuelo y esperanza…Ha resonado también en su voz (La de la Iglesia), el acento de la dignidad de una Iglesia que prefiere su fidelidad al Evangelio a los privilegios del poder y del dinero, cuando éstos pueden empañar su testimonio y su credibilidad”.

En este mismo periodo se le otorga el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Lovaina, en su discurso (2 de febrero de 1980), resume del siguiente modo su misión y por ende, la de la Iglesia: “Los antiguos cristianos decían: Gloria Dei, vivens homo, (La gloria de Dios es el hombre que vive). Nosotros podríamos concretar esto diciendo: Gloria Dei, vivens pauper, (La gloria de Dios es el pobre que vive.). Creemos que desde la trascendencia del Evangelio podemos juzgar en qué consiste en verdad la vida de los pobres; y creemos también que poniéndonos del lado del pobre e intentando darle vida sabremos en qué consiste la eterna verdad del Evangelio”.

Con motivo del recibimiento de ese galardón, Romero visita a Juan Pablo II (Por segunda vez), y le expresa su percepción sobre la realidad de El Salvador, para ese momento 900 personas habían sido asesinadas por fuerzas de seguridad, el ejército o grupos paramilitares. El gobierno recibía colaboración del grupo terrorista ORDEN y escuadrones de la muerte.

En relación a la primera visita, las cosas cambian. Romero escribe que sintió que el Papa estaba de acuerdo con todo lo que él decía. Al terminar Juan Pablo II lo abraza, diciéndole que rezaba todos los días por El Salvador. Sobre esa visita dice Monseñor Oscar Arnulfo: “…yo he sentido aquí la confirmación y la fuerza de Dios para mi pobre ministerio”.

También recibe el premio de la paz de las Iglesias Suecas y se le propone como candidato al Premio Nobel de la Paz. Y es que la paz, fue una preocupación permanente de Romero. Es innegable que esta preocupación adquiere actualmente una vigencia tremenda: “Este es el concepto fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana, es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz”.

Queda claro que aquellos sectores que tanto en el pasado, el presente y el futuro, piensan que la guerra traerá la paz, están equivocados, en el tanto, la violencia solo engendra violencia. En esta misma lógica, el primero de julio de 1979, Monseñor expresó: “…debe quedar bien claro que si lo que se quiere es colaborar con una pseudo paz, un falso orden, basados en la represión y el miedo, debemos recordar que el único orden y la única paz que Dios quiere es la que se basa en la paz y la justicia. Y ante esa disyuntiva, nuestra opción… es clara y obedecemos al orden de Dios antes que al orden de los hombres”.

Para ese momento, los sectores poderosos del país, decían que la causa de todos los males, era Monseñor Romero, él contestaba: “Para unos soy el causante de todos los males, como un monstruo de maldad; para otros, gracias a Dios para el pueblo sencillo, soy sobre todo el pastor”.

Solo como ejemplo, de la fuerza de los ataques en su contra, hacia el final de su vida, un pequeño periódico de ultraderecha, que tuvo poco tiempo de circulación, llegó a titular: “Monseñor Romero vende su alma al diablo”.

Romero era ofendido y calumniado: ¿Cuál era su respuesta?: “Me da más lástima que cólera cuando me ofenden y me calumnian… Que sepan que no guardo ningún rencor, ningún resentimiento”.

En la homilía del 7 de enero de 1979, Romero habla de las amenazas de muerte que estaba recibiendo: “Me avisaron esta semana que yo también anduviera con cuidado, que se estaba tramando contra mi vida”.
Pese a las amenazas, lo que preocupa a Monseñor es la realidad del país: “sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor”.

En este contexto, ni siquiera los medios de comunicación se atrevían a informar con total claridad, por ello les dice Monseñor: “Están muy manipulados los medios de comunicación, muy manipulados” (18 de febrero, 1979); “Distorsionan la verdad” (21 de enero, 1979); “Estamos en un mundo de mentiras donde nadie cree ya en nada” (19 de marzo, 1979); “Falta en nuestro ambiente la verdad” (12 de abril, 1979). Seis días después insistiría: “Sobra quienes tienen la pluma pagada y su palabra vendida”.

Entre tanto, públicamente, Romero muestra la iluminación profética que recibe del Espíritu Santo: “Me alegro hermanos, de que nuestra Iglesia sea perseguida”…es Romero un hombre que recibe la gracia de Dios, para encarnarse con las desgracias de su pueblo.

El 20 de junio de 1979 se ejecuta un nuevo asesinato contra un sacerdote, en esta ocasión, se trata del Padre Rafael Palacios. En la homilía ante su cuerpo, Monseñor expresa tal y como lo consignó en su diario: “…que el Padre Palacios había encontrado en Santa Tecla (Lugar donde ejercía su ministerio pastoral), lo que todo sacerdote fiel encuentra donde trabaja, mucho amor y mucho odio. Y testimonio del odio era la trágica muerte por asesinato y que indicaba cómo la Iglesia que tiene que cumplir el deber de denunciar el pecado, tiene que estar dispuesta a sufrir las consecuencias de haber tocado ese monstruo que hace tanto mal en el mundo, el pecado”.

De igual manera denuncia el modo, en que el sistema de dominación utiliza la religión: “La Misa se somete a la idolatría del dinero y del poder cuando se usa para cohonestar situaciones pecaminosas…y lo que menos importa es la Misa, y lo que más importa es salir en los periódicos, hacer prevalecer una convivencia meramente política” (24 de junio, 1979)

La situación de violencia en El Salvador, se va acrecentando, ese mismo 24 de junio dirá Monseñor: “No me cansaré de denunciar el atropello por capturas arbitrarias, por desaparecimientos, por torturas”.

En julio el calificativo de lo que vivía el país, es fortísimo en boca de Romero: “La violencia, el asesinato, la tortura donde se quedan tantos muertos, el machetear y tirar al mar, el botar gente: esto es el imperio del infierno”.

En Agosto de 1979 se publicó su cuarta carta pastoral: Misión de la Iglesia en medio de la crisis del país. En ella, se afina el tratamiento del tema de la violencia condenando aquella que provoca víctimas y la que es generada como exceso en relación a los objetivos que se persiguen. Antes de su elaboración, envió un cuestionario a las comunidades pidiéndoles su opinión sobre el país, la Iglesia y los contenidos fundamentales de la fe cristiana y sobre la vida eclesial.
La violencia continuaba golpeando a El Salvador y a la Iglesia. El 4 de agosto de 1979 asesinan al P. Alirio Napoleón Macías a quien acribillan, según el testimonio del Diario de Romero: “Entre la sacristía y el altar Mayor”. Al día siguiente, Monseñor hace referencia a este hecho en la Misa de la catedral. Tampoco puede olvidarse que en el mes de marzo de ese año, había sido asesinado el P. Octavio Ortiz.

El 12 de agosto de 1979, Romero siguió denunciando al sistema de dominación: “Yo denuncio, sobre todo, la absolutización de la riqueza, ese es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la propiedad privada, como un absoluto intocable”.

Y quien se atreviese a cuestionar esa absolutización, podía ser objeto de represión: “¡Ay del que toque ese alambre de alta tensión! Se quema”…

Durante algún tiempo, se discutió si podrían llamarse mártires, tantos cristianos asesinados en El Salvador. El mismo Romero dijo al respecto: “Para mí que son verdaderos mártires en el sentido popular. Naturalmente yo no me estoy metiendo en el sentido canónico, donde ser mártir supone un proceso de la suprema autoridad de la Iglesia que lo proclame mártir ante la Iglesia universal.

Yo respeto esa ley y jamás diré que nuestros sacerdotes asesinados han sido mártires ya canonizados. Pero sí son mártires en el sentido popular. Son hombres que han predicado precisamente esa incardinación con la pobreza. Son verdaderos hombres que han ido a los límites peligrosos, donde la UGB (Unión Guerrera Blanca, escuadrón de la muerte) amenaza donde se puede señalar a alguien y se termina matándolo, como mataron a Cristo”.

De igual manera, Romero seguía denunciando al gobierno: “¿Dónde están las sanciones a los cuerpos de seguridad que han hecho tantas violencias?” (8 de julio, 1979)

El 23 de setiembre de 1979, Romero sigue refiriendo al asesinato de sacerdotes, al asesinato de la población: “¿Porqué se mata?: Se mata porque estorba”…

En octubre de ese año (1979), diversos sectores políticos se alían a una parte del ejército que promueve el derrocamiento del Presidente G. Carlos Humberto Romero. En esta dinámica, el ejército retiene el control del poder, con lo que los sectores reformistas del nuevo gobierno quedan por fuera y se reprimen las manifestaciones populares. La primera Junta de Gobierno, tendría el poder del 15 de octubre de 1979 a 2 de enero de 1980.

Entre tanto, Monseñor sigue hablando de Dios a los pobres: “Dios va con nuestra historia. Dios no nos ha abandonado. Dios va sacando partido hasta de las injusticias de los hombres” (9 de diciembre, 1979)

Valga decir que entre enero y febrero de 1980, antes del estallido formal de la guerra civil, ya en El Salvador se contabilizaban más de 600 muertos. El 27 de enero de ese año dice Romero: “Se sigue masacrando al sector organizado de nuestro pueblo solo por el hecho de salir ordenadamente a la calle para pedir justicia y libertad”.

Y aparejado a ello, Romero no olvida la doctrina tradicional: “Que yo no sea un estorbo entre el diálogo de ustedes con Dios… me alegra mucho cuando hay gente sencilla que encuentra en mis palabras un vehículo para acercarse a Dios” (27 de enero de 1980)

Durante ese periodo, Romero tuvo que enfrentar críticas de algunas comunidades y algunos sacerdotes que decían que había bendecido esa Junta…
De allí surge una segunda junta de gobierno, en la que la vieja Democracia Cristiana (DC) tiene un papel fundamental. El juicio de Monseñor Romero sobre lo que acontece es muy claro: “En las diversas coyunturas políticas lo que interesa es el pueblo pobre. Según les vaya a ellos, la Iglesia irá apoyando desde su especificidad, uno u otro proyecto político… Lo que se ha evidenciado esta semana es que ni la Junta, ni la DC están gobernando el país… si no el sector más represivo de las fuerzas armadas. Si no quieren ser cómplices de tanto abuso de poder y tanto crimen deben señalar y sancionar a los responsables… se siguen manchando sus manos con sangre ahora más que antes… El actual gobierno carece de sustentación popular y solo está basado en las fuerzas armadas y algunas potencias extranjeras. Su presencia (la de la DC) está encubriendo, sobre todo a nivel internacional, el carácter represivo del régimen actual”.

Pero Romero habla desde la libertad de los hijos de Dios: “Les pido sus oraciones para ser fiel a esta promesa, que no abandonaré a mi pueblo, sino que correré con él todos los riesgos que mi ministerio exige”.

Ya hemos hecho referencia al Doctorado Honoris causa que recibe Monseñor en Lovaina en 1980, donde describe muy bien su proceso de conversión, la visión de la misión de la Iglesia como faro de esperanza del pueblo y con una clara dimensión profética denuncia la situación de los pobres de El Salvador:

“(Yo soy) pastor que con su pueblo ha ido aprendiendo la hermosa y dura verdad de que la fe cristiana nos sumerge en el mundo. La actuación de la Iglesia siempre ha tenido repercusiones políticas. El problema es cómo debe ser ese influjo para que sea según la fe. El mundo a que debe servir la Iglesia es el mundo de los pobres… los pobres son los que nos dicen qué significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo… La esperanza que fomenta la Iglesia es un llamado… a la propia responsabilidad de las mayorías pobres, a su concientización, a su organización… y es un respaldo a sus justas causas y reivindicaciones. Son los pobres los que nos hacen comprender lo que realmente ocurre… la persecución (de la Iglesia) ha sido ocasionada por la defensa de los pobres y no es otra cosa que cargar con el destino de los pobres. El pueblo pobre es hoy el cuerpo de Cristo que vive en la historia… La Iglesia se ha comprometido con el mundo de los pobres… Siguen siendo verdad entre nosotros las palabras de los profetas de Israel: Existen los que venden al Justo por dinero y al pobre por unas sandalias; los que amontonan violencia y despojos en sus casas, los que aplastan a los pobres… acostados en camas de marfil, los que juntan casa con casa y campo con campo hasta ocupar todo el sitio y quedarse solos en el país”.
Son sus palabras y su misión las que, al denunciar las estructuras de opresión y muerte le van forjando su camino al martirio: “A esa oligarquía le advierto a gritos: Abran las manos, den los anillos, porque llegará el momento en que les corten las manos”.

Se mira aquí, como Monseñor fustigó, y conforme las evidencias, acusó con rigor y vigor al sistema de dominación. Un sistema que:

– Mata.
– Roba.
– Miente públicamente.

Vale la pena aquí preguntarse: ¿Cómo se llega a este punto:

– Primero la depredación, se roba (Basados en el egoísmo)
– Para conservar lo robado, se asesina
– Y para que tapar el robo y el asesinato se encubre.

Se viola así la Ley de Dios: “No robarás”, “No matarás”, “No mentirás”…

Por acción del Espíritu Santo, Romero señalaba sin suavizar sus palabras, arriesgando, hasta llegar a arriesgar su vida, con fidelidad absoluta a Jesucristo…

Es así como puede verse, que Romero descubre el misterio del Dios cristiano, el Dios de los pobres, el Dios que los defiende y los libera; el Dios que es Siervo Sufriente, que es Jesucristo crucificado.

En febrero de 1980, en el último retiro espiritual de su vida, escribió uno de los temas que más le preocupaban: “mi situación conflictiva con mis hermanos Obispos”. Conversó (No hizo uso del Sacramento de la Reconciliación), con el padre Azcué su confesor, quien lo confortó: le dijo que les pidiera alternativas a los que se oponían. Le expresó que lo único importante era la radicalidad del Evangelio que no todos podían comprender; que se podía ceder en cosas secundarias, pero no en esa radicalidad y ella debía traer contradicciones y hasta divisiones dolorosas.

Ante estas palabras de ánimo, se erguía la tensa situación del país, por esa misma época, un periodista le preguntó, qué haría la Iglesia si estallase la guerra civil, casi que Romero repitió las palabras de aquella homilía en Aguilares, luego de la salida del ejército: “Aunque solo sea recogiendo cadáveres e impartiendo la absolución a los moribundos”.

En la homilía del 10 de febrero, Romero seguía denunciando la situación de El Salvador: “Ayudados indudablemente por elementos del Ejército Nacional en contradicción con lo que se prometió el 15 de octubre, siguen las capturas ilegales, la tardanza de las investigaciones, una cierta inoperancia – por no decir mala voluntad – de investigar todas las maniobras y acciones criminales de la extrema derecha…”

El 15 de febrero de 1980, concede una entrevista a Prensa Latina, donde clarifica más estas denuncias: “la causa de nuestro mal es la oligarquía; ese reducido núcleo de familias al que no importa el hambre del pueblo… la represión contra el pueblo resulta para ese núcleo de familias una especie de necesidad para mantener y aumentar sus niveles de ganancia”.

Dos días después, diría Romero en una homilía: “El cristiano que no quiera vivir este compromiso con el pobre no es digno de llamarse cristiano”.

El 17 de febrero de ese año, Romero le envía una carta al Presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, en la que protesta por la ayuda de su gobierno al Poder Ejecutivo en El Salvador. Carter le pide al Vaticano, que “ponga en cintura” al Obispo.

En febrero de 1980, Héctor Dada, miembro de la Segunda Junta de Gobierno de El Salvador, dice que está siendo amenazado de muerte, junto a Monseñor Romero. El nuncio apostólico en Costa Rica, Lajos Kada, dice tener conocimiento de las amenazas contra Monseñor. A inicios de marzo, una cabina de la radio YSAX, es volada por una explosión.

Por cierto que sobre este tema dijo Romero: “Si alguna vez nos quitaran la radio, nos suspendieran el periódico, no nos dejasen hablar nos mataran a todos los sacerdotes y al obispo también, y quedaran ustedes, un pueblo sin sacerdotes, cada uno de ustedes tiene que ser un micrófono de Dios, cada uno de ustedes tiene que ser un mensajero, un profeta. ¡Siempre existirá la Iglesia mientras haya un bautizado!”.

El 24 de febrero, le dijo Romero a la oligarquía: “La oligarquía está desesperada y está queriendo reprimir ciegamente al pueblo” (24 de febrero de 1980)

Y aparejado a esas denuncias, Monseñor le recordaba a su pueblo: “Sin Dios no puede haber liberación” (2 de marzo, 1980)

El 16 de marzo dice Romero: “Nada hay tan importante para la Iglesia como la vida humana. Sobre todo la persona de los pobres y oprimidos… Y esa sangre, la sangre, la muerte, están más allá de toda política. Tocan el corazón mismo de Dios”.

Entre tanto Monseñor se dirige a los soldados conminándolos a la desobediencia civil: “Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles; hermanos son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus hermanos campesinos. Ante una orden de matar que dé un hombre, deben prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan a su conciencia antes que a la orden de pecado. La Iglesia defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios; en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: CESE LA REPRESIÓN”.

Romero denuncia el pecado social (Una categoría propia de la Doctrina Social de la Iglesia); de este modo integraba en sus predicaciones, los frutos del Concilio Vaticano II…

Para algunos estas palabras fueron su sentencia de muerte, otros lo dudan; esto, porque la planificación de un asesinato lleva su tiempo. Esas palabras causaron emoción y preocupación.

A un mes exacto de que se concretara su homicidio dijo: “No sigan callando con la violencia a los que les estamos haciendo esta invitación (A ser solidarios), ni mucho menos, continúen matando a los que estamos tratando de lograr haya una más justa distribución del poder y de las riquezas de nuestro país. Y hablo en primera persona, porque esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana. Pero que quede constancia de que la voz de la justicia nadie la puede matar ya”.

Romero utiliza estas amenazas para catequizar y asumir el posible martirio como forma de sacrificio por la liberación, y como ejemplo de perdón a sus homicidas. Dos semanas antes de su muerte, concede una entrevista al periódico mejicano “Excelsior”, donde reflexiona sobre este tema:

He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador… El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá sí se convencieran que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”.

Aún frente a la posibilidad de que fuera asesinado, Monseñor, no habló de devolver mal por mal, no habló de odio a los que lo odiaban…

II

El 22 y 23 de marzo, las religiosas que atienden el Hospital de la Divina Misericordia, donde vivía Romero, reciben llamadas anónimas amenazando a Monseñor…

La organización Amnistía Internacional, decía que Monseñor era amenazado de matarlo desde que el gobierno había comenzado con fuerzas paramilitares de ultraderecha, una campaña de asesinatos y secuestros contra la población campesina del país.

Monseñor Romero fue un pastor y un profeta. Un pastor porque guió al pueblo salvadoreño hacia la paz; un profeta, porque habló de su espacio y su tiempo denunciando lo incorrecto como Elías ante Acab o Juan el Bautista ante Herodes Antipas y al igual que el Bautista, Romero tenía que morir, pues resultaba incómodo a quienes gobernaban.

El teólogo José Luis Sicre, experto del Antiguo Testamento, llegó a decir que, Monseñor romero con derecho podía estar en la lista e siete u ocho profetas de la tradición bíblica, Isaías, Jeremías, Miqueas, Amós, Oseas…

Y como profeta, Monseñor era evangelizador y anunciador: “portador de una buena noticia a los que sufren” (Isaías 16: 1); se encarnaba en Romero, el mensaje de Isaías: “Consuelen, consuelen a mi pueblo” (Isaías 40: 1)

Sobre este rol de profecía, decía Romero: “Profeta quiere decir el que habla en nombre de otro… Nuestro cuidado está en ser fiel eco a esa voz de Cristo, el único que debe hablar al pueblo y a la conciencia”.

Debía morir porque hablaba con la verdad a los demonios de la mentira y la ignorancia.
Pese a esto, no queremos dejar la impresión de que Monseñor no tenía temor, así como su maestro padeció en Getsemaní, así Romero tuvo miedo. En su último retiro espiritual escribió lo siguiente: “Mi otro temor es acerca de los riesgos de mi vida. Me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible; incluso el Sr. Nuncio de Costa Rica me avisó de peligros inminentes para esta semana. El Padre me dio ánimo diciéndome que mi disposición debe ser dar mi vida por Dios cualquiera que sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. Él asistió a los mártires y, si es necesario, lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro. Pero que más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para él”.

El atentado del 24 de marzo no fue el único contra Romero, pocas semanas antes de su muerte, se encontraron docenas de candelas de dinamita en una iglesia en la cual celebró Misa, aunque no explotaron.

Monseñor tenía claro que su vida peligraba, pero no cambió, fue fiel, no se ocultó (Y que conste que si lo hubiese hecho en ciertos momentos no hubiera cometido pecado; el mismo Jesús se ocultó en ciertos momentos en los que querían matarlo)

El Presidente de la República de El Salvador, llegó a ofrecerle seguridad, Monseñor le contestó al mandatario en una de sus homilías: “Quiero decirle que antes de mi seguridad personal yo quisiera seguridad y seguridad para 108 familias y desaparecidos… el pastor no quiere seguridad mientras no se la den a su rebaño”.

El 24 de marzo de 1980, al oficiar misa en la Capilla del Hospital La Divina Misericordia, a diez minutos de que le dispararan, dijo en la homilía: “Ha llegado la hora de glorificar al Hijo del Hombre… Si el grano de trigo cae en la tierra y no muere, queda solo el grano. Pero si muere da mucho fruto… Acaban de escuchar en el evangelio de Cristo que es necesario no amarse tanto a sí mismo, que se cuide uno para no meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige, y que el que quiera apartar de sí el peligro perderá su vida. En cambio el que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, éste vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere. Si no muriera se quedaría solo. Si hay cosecha es porque muere, se deja inmolar en esa tierra, deshacerse; y solo deshaciéndose produce la cosecha… Que este cuerpo inmolado y esta sangre, sacrificada por los hombres, nos alienten también a dar nuestro cuerpo al sufrimiento y al dolor: como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestros pueblos”.

He aquí la voz de Romero, la voz de los que no tienen voz…

El lunes 24 de marzo de 1980, a las seis y treinta de la tarde, mientras Romero ofrecía el pan y el vino que se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo, la bala asesina le arrebata la vida (Menos de 60 testigos vivieron el terrible momento) Este discípulo sigue su camino en la muerte y encuentra la vida resucitando en su pueblo eternamente.

Es por esta razón que Monseñor Oscar Arnulfo Romero, es santo en el corazón del pueblo, en sus desafíos cotidianos y en su oración esperanzadora. El espíritu de Monseñor vive en la pobreza de Latinoamérica, vive en la explotación de los pobres, vive en quienes luchan contra la injusticia y combaten a los mentirosos, traidores y facinerosos.

Según testimonio de los periódicos salvadoreños de la época, en la capilla, adelante, estaban las monjas que cuidaban a los enfermos, y un grupo de señores que eran los familiares de la madre de un periodista (Jorge Pinto), director del periódico opositor al gobierno “El Independiente”. La última misa de Monseñor, fue en memoria de la madre de Pinto.

Al morir Monseñor, muere un hombre de 62 años, se apaga la voz firme del pastor, cae un hombre forjado en la humildad…

Leía Romero en medio de la Eucaristía, cuando se escuchó el sonido como de un mortero (Según corresponsales internacionales, el arma asesina contaba con silenciador), el eco se escuchó, en la pequeña capilla: las monjas y las personas que estaban adelante, corrieron hacia la víctima, alguien tomaba fotos.

Atrás una de las presentes en la Misa (De nombre Leonor y a la que debemos estas descripciones), miró la espalda de un hombre (según los datos con los que se contaba solo ese hombre fue el único asesino material), que caminaba rápidamente con un arma en la mano.

Adelante, las monjas lloraban y pedían auxilio… Leonor caminó junto a un hombre mayor que estaba en la misma banca que ella, los dos fueron testigos del último suspiro de Romero.

En aquel momento el ejército masacraba a los campesinos bajo la técnica de “tierra arrasada”, de igual manera, arrasaron a Monseñor… el sistema de dominación, volvía a mostrar su rostro asesino.

Mientras el asesino escapaba, alguien realizó dos disparos para asustar a la gente, que se tiró al suelo. Los asesinos no tuvieron obstáculos para escapar, en un automóvil que los esperaba a la puerta del hospital.

Según el testimonio de Jon Sobrino, él recibió una llamada en la noche, era una monja del hospitalito, hablaba a gritos, descontrolada, casi histérica: “Han ametrallado a Monseñor. Monseñor está sangrando”. Sobrino no pudo entenderle nada más, tampoco comprendió si Romero estaba vivo o muerto. Sería el padre Jon, el primer sacerdote en saber la noticia…

A los pocos minutos la radio trasmitía: “Monseñor Romero ha muerto”. Cayó sobre El Salvador, sobre Centroamérica, el silencio de la desesperanza… pero también, comenzaron a resonar aquellos versos de Monseñor Pedro Casaldáliga:

San Romero de América,
Pastor y mártir nuestro,
Nadie hará callar
Tu última homilía

Ya en ese momento, la prensa internacional decía que los asesinos, supuestamente pertenecían a sectores ultraderechistas, que eran muy criticados por Romero…

Ante los hechos, el gobierno se vio obligado a decretar tres días de duelo. Asimismo, se declaró un estado de alerta para evitar la violencia.

Juan Pablo II, que en principio no apoyó a Romero, repudiaba el asesinato y le enviaba un telegrama, al Presidente de la Conferencia Episcopal Salvadoreña, donde se describía dolido y afligido por los hechos.

De igual modo, el gobierno de Carter, olvidaba su llamado de “meter en cintura al Obispo” y hablaba del difunto, como un hombre que representaba los principios básicos de la compasión y preocupación por la ciudadanía de El Salvador.

III

El 29 de marzo, algunos de los que habían trabajado con Monseñor Romero, comentaban que algo podría pasar en el entierro. El 22 de enero de ese año, se había llevado a cabo una masacre en una manifestación popular, por lo que había temor de lo que pudiese suceder en los funerales de Monseñor.

Respecto a la estructura de la homilía, alguien propuso que, en la primera parte, el celebrante (Que resultó ser el Cardenal Corripio, Arzobispo de México) hablara de las lecturas bíblicas y de la figura de Romero, pero se insistió que en la segunda parte de la homilía, se comenzara así: “Y ahora vayamos a los hechos de la semana”. Queriendo que la predicación no solo tratara sobre Romero, sino, que fuera como la que él hacía.

El 30 de marzo, de 1980, se llevan a cabo los funerales del Obispo en la Catedral Metropolitana de San Salvador, pero la homilía no pudo ser expresada con normalidad, bombas fueron lanzadas para impedir la celebración.

Las fuerzas de seguridad dispararon contra la multitud congregada en la plaza de ese templo, resultaron 40 muertos y 200 heridos…

Todos los Obispos y sacerdotes permanecieron en Catedral para dar alguna protección a los miles que allí buscaron refugio (Debe tenerse presente que cuando hablamos de Obispos, estos no fueron los de la Conferencia Episcopal de El Salvador. De ellos, solo Mons. Rivera asistió, estuvieron ausentes: Aparicio, Álvarez, Barrera y Revelo), solo el Arzobispo de México y delegado papal, Cardenal Corripio, salió a toda velocidad hacia el aeropuerto.

Un periodista italiano, lloraba, otro periodista sudamericano, confesaría que había sido corresponsal de guerra (Había estado en Viet Nam) pero nunca había visto lo que sucedía en ese momento de la balacera.

El cuerpo de Romero fue enterrado a toda velocidad… pero su espíritu, comenzó a impactar al mundo… era Monseñor, una buena noticia (Un Evangelio), para Centroamérica, para América Latina, para el mundo. De Romero se podía decir, lo que se decía y se dice de Jesús de Nazaret: “Pasó haciendo el bien”.

Esa fecha, se dio una manifestación de que Monseñor había resucitado en su pueblo, como él lo había dicho, para gente como Jon Sobrino, aquella fue una de las mayores, sino, la mayor manifestación popular en la Historia de El Salvador. Aquella manifestación fue doliente y cariñosa. El acto de la beatificación fue también lleno de cariño, pero fue lleno de gozo.

Mientras algunos poderosos celebraron el magnicidio con champán, las mayorías lo lloraron… lloraron a su padre, al representante de la Iglesia – Madre. En el acto de beatificación, hubo llanto de gozo, mientras quizás algunos poderosos rechinaban los dientes.

Pero después de ello, el Espíritu Santo se manifestó en la Iglesia Salvadoreña: Misas de recordación, reuniones, comunicados, esquelas. El impacto en el ámbito internacional se hacía sentir… la semilla de Romero generaba fruto.

Con los días, el pueblo manifestaba el impacto que le había generado Monseñor: estampas, carteles con su figura, cantos populares, corridos… pronto comenzaron los títulos consecuencia de la reflexión de su vida y su obra: pastor, profeta, mártir. Del pueblo pobre, surgía la comprensión de su asesinato: “Monseñor Romero dijo la verdad, nos defendió a los pobres y por eso lo mataron”.

He aquí el por qué mataron a Romero: Por decir la verdad y defender a los pobres…
El hecho de que Romero defendiera la verdad es una característica pura de su cristianismo. El mismo San Pablo, llegaría a escribir que, el ser humano aprisiona la verdad y la mantiene cautiva (Romanos 1: 18)

La resultante de ello, es un corazón humano que se entenebrece y la mente se torna ignorante (Versículos 19 – 22); de ahí se produce la deshumanización (Versículos 24 – 32); ese aprisionamiento, esa deshumanización que genera el sistema de dominación, fue contra lo que luchó Romero.

En noviembre de 1980, se le solicita a Ignacio Ellacuría, que escriba un artículo sobre Monseñor Romero, en él, el futuro mártir, diría de Monseñor, que él fue un enviado de Dios; que él fue un instrumento para que Jesucristo pasara por El Salvador.

Con estas tesis, es claro que Romero es un profeta, esto, por cuanto, Ellacuría el teólogo, mira en Monseñor la radicalidad de los profetas. Esa radicalidad, tuvo consecuencias concretas: justicia, compasión, verdad y esperanza (Esta última, se hacía presente en la palabra de Romero)

Es por ello, que la memoria de Romero, no es solo el mero recuerdo, es algo más: es hacerlo presente, es memorial…

Y en ese hacerlo presente, el Beato es ejemplo de nuestra fe, hoy nos corresponde llevar esa fe a nosotros, a aquellos en los que en diversos momentos de nuestra vida, se nos ha aparecido.

En 1985, la UCA, le brinda a Monseñor Romero, un doctorado “honoris causa”, en teología. En ese momento, Ignacio Ellacuría, aclara que la universidad, no manipuló a Monseñor, y que, por el contrario, él era el maestro, el pastor, el profeta, el animador, la voz de la liberación.

En esos roles de maestro, pastor, profeta, animador y voz de la liberación, el hoy Beato, ha hecho que muchos nos preguntemos por nuestra vida, por nuestras luces y sombras, por nuestras formas de vivir el cristianismo y lo relacionado con lo que la sociedad llama el ámbito de “lo cristiano”, en suma, por la forma de vivir nuestra fe.

En un tiempo como el presente, en el que en Costa Rica, para muchos sectores opositores al cristianismo, hablar de laicidad, más que neutralidad, implica hablar de oposición a la fe cristiana, la reciedumbre de nuestra fe es probada. Esa reciedumbre, debe luchar ante aquellos que quieren que la vivencia cristiana sea privada y sin impacto público.

Es en este tiempo, donde entran en tensión la teología crítica, la teología tradicional y la teología mística (Por decir lo menos), junto al claro ateísmo y las opresiones que vivimos en América Latina, donde nuestra creencia y experiencia de Dios, aunque no sea obvia, debe fortalecerse.

En este tiempo, más que doctrinas petrificadas, cada creyente debe tener una experiencia de Dios, como la tuvo Jacob: “… No te suelto hasta que no me hayas bendecido” (Génesis 32: 27. Biblia de Jerusalén)

Y en esa experiencia, hay que dejarse vencer por el misterio que es Dios mismo, en esa lucha y en ese dejarse vencer, el ejemplo del Beato Romero puede impulsarnos a descubrir la novedad y cercanía de Dios.

Y esa novedad y esa cercanía se encuentra (Desde una senda o vía de liberación), en los sufrimientos y luchas de nuestro pueblo. Por ello, no son suficientes los proyectos políticos: sean del socialismo del siglo XXI, sean socialcristianos, sean socialdemócratas, sean neoliberales.

Debe darse un paso más: hacia la Palabra de Dios, hacia la acción liberadora de Dios. Este es el mensaje que el Beato Romero nos deja, esa es la fe, que él nos muestra. Es la fe que tiene los ojos puestos en Jesús.

Monumento a Monseñor Romero en la ciudad de Santa Ana. WikiCommons
Monumento a Monseñor Romero en la ciudad de Santa Ana. WikiCommons

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