Enrique Gomáriz Moraga
Tenían toda la razón los latinoamericanos que protestaban por la visión romántica y caricaturesca que tenía buena parte de la izquierda europea cuando viajaba o simplemente miraba hacia el subcontinente latinoamericano en los años sesenta y setenta. Ríos de tinta se vertieron entonces sobre la revolución inminente que traería el paraíso socialista (o al menos progresista) a la mayoría de los países de la región. Muchas veces se alzaron voces latinoamericanas que reclamaban: ¿Y por que no aplican sus recetas políticas estos europeos románticos en sus países de Europa?Desafortunadamente, lo cierto es que una buena parte del mundo político y cultural latinoamericano acompañaba gozoso esa caricaturización de América Latina. Ahí está como prueba irrefutable el amplio éxito de “Las venas abiertas de América Latina” (1971), el libro de Eduardo Galeano, plagado de datos inexactos, cuando no erróneos, sobre la economía, la historia y la situación social de la región, que se asociaron a un discurso panfletario, que el propio autor ha creído superado. “Yo no tenía la preparación económica suficiente cuando escribí el libro”, afirmó un año antes de su muerte (2015) en la Segunda Bienal del Libro en Brasilia, agregando “no me arrepiento de haberlo escrito, pero, para mí, es una etapa superada. Hoy no podría ni leerlo de nuevo”. Sin embargo, desde los años setenta esa interpretación explosiva y sesgada de la región se convirtió en referencia obligada y en libro de cabecera para mucha gente dentro y fuera de América Latina.
La tendencia a tener una visión caricaturizada de la región guarda relación con esa inclinación a observarla según sus aspectos más problemáticos y candentes, como si estos -que indudablemente existen- definieran el conjunto regional. Algo así como si las favelas de Rio pudieran darnos alguna idea de la sociedad gigantesca que es Brasil o la producción de cocaína pudiera dar cuenta de la economía colombiana. Justipreciar e integrar los asuntos más problemáticos en una visión más compleja e integral de los países latinoamericanos parece algo que resulta extremadamente difícil hasta la fecha.
Con la llegada de la pandemia del Covid-19 esta visión sesgada de América Latina parece querer mantenerse. En vez de examinar el riesgo que encara el conjunto de la región de pasar a una reproducción exponencial del coronavirus y la diferente posibilidad que tienen los distintos países de evitarlo (posibilidad real en buena parte de las naciones si son capaces de tomar medidas restrictivas ahora que presentan cifras muy bajas de contagiados y fallecidos), se dedican a mostrar los rincones más dramáticos que se presentan en la región. En vez de mostrar las condiciones reales a mejorar para evitar el riesgo de contagio comunitario (ver mi nota “La catástrofe que amenaza América Latina”), muestran los casos más acuciantes y penosos como si eso mostrara la situación real de la región.
Esta visión caricaturizada de América Latina impregna poderosamente la edición especial del último semanario del diario El País, titulada “La pandemia en Latinoamérica”. No faltan a la verdad las notas puntuales sobre la presencia de las pandillas en El Salvador, la situación de la población indígena en Colombia, la peligrosa actuación de Bolsonaro en Brasil, la carencia de gasolina en Venezuela, la criminal inacción del Gobierno de Nicaragua, o la dramática situación del comercio informal en México. Pero todo eso ¿refleja realmente la situación de la región, de sus subregiones o incluso de los países que examina?
Veamos. La actitud de las pandillas en El Salvador es un factor a tener en cuenta, pero eso no da idea de la dinámica sanitaria de ese país. La inacción del Gobierno de Nicaragua es efectivamente criminal, pero la población está actuando por delante del gobierno. Además, sería un error creer que esas dos situaciones particulares dan cuenta de lo que sucede en Centroamérica. En Honduras la crisis responde a otros parámetros. Guatemala y Costa Rica (con cifras muy reducidas) están tratando esforzadamente de evitar la reproducción exponencial del virus.
Efectivamente, la situación sanitaria de la población indígena de los Andes colombianos es extremadamente delicada. Pero eso no dice mucho de como evoluciona la pandemia para el 95% restante de la población de ese país. El relato sobre el plan de Bolsonaro en Brasil es más integral, pero tampoco refleja efectivamente la situación sanitaria brasileña. Algo que sucede también al mostrar la crisis en Venezuela o cuando se hace el comentario referencial sobre Chile. Incluso cabe la pregunta de si esa imagen puede trasladarse a la dinámica de la pandemia en Perú, Bolivia o Paraguay. La descripción de la dramática situación del comercio informal en México parece acertada, pero creo que el problema sanitario en ese país es mucho más integral, de escala nacional.
Insisto, esas notas reflejan los aspectos críticos que tratan, pero la cuestión consiste en saber si mostrar sólo las mayores adversidades no esta desenfocando la imagen real e integral de la región y su respuesta a la pandemia. Con lo que tendría lugar la continuación de la tradicional tendencia a dar una visión caricaturizada de América Latina.
Claro, este conjunto de notas puntuales necesita de una introducción general de contexto y así lo hace esta edición especial sobre la pandemia en Latinoamérica. Se trata de un texto que combina el reportaje personalizado, a tono con las notas, con elementos de análisis sobre la historia social y política de la región. En referencia a estos últimos, se pregunta por “los problemas que no habían encontrado solución antes de la llegada de la covid-19”. Y encuentra una respuesta que repite en varias ocasiones: “generaciones enteras de políticos que le han escatimado el presupuesto necesario para crear ciudadanos pensantes”; y más adelante “unos pobres políticos ignorantes, mediocres, rapaces, que se han creído faraones y van transformando una terrible emergencia médica en tragedia”. Ahí está pues la clave de las desgracias de la región antes y durante la pandemia: los políticos.
Esta forma de reflexionar sobre América Latina, que nos trae el eco de viejos discursos panfletarios, resuelve de un plumazo los complejos factores que determinan la historia problemática de la región. Por supuesto, cabe la pregunta: ¿y de donde surgen estos políticos nefastos, culpables de tantos males? Cabría problematizar el asunto en el caso de los dictadores, pero en el caso de los mandatarios electos ¿será que los han elegido los duendes o quizás algún tipo de extraterrestres?
Desde luego que no. Ya hace tres décadas que los eligen los electores y electoras de los países latinoamericanos. Claro, siempre es posible recurrir al paradigma del huevo y la gallina y argumentar que la población no tiene suficiente educación para elegir bien, porque “generaciones enteras de políticos” le han sustraído el derecho a la educación. Pero eso nos llevaría a revisar los niveles educativos de la mayoría de los países de la región y comprobar que tampoco son tan bajos (y que los de las mujeres superan ya a los de los hombres). Y comenzaríamos a sospechar que las explicaciones monocausales que responsabilizan de todas las desgracias a “los políticos” no son útiles para analizar prácticamente ninguna sociedad. Y que hay que regresar a la ardua tarea de estudiar los sistemas políticos, incluyendo la cultura política de la población, para encontrar respuestas algo más complejas y aterrizadas. También porque la acusación centrada en los políticos contribuye a fortalecer la visión antipolítica que tanto dirigente mesiánico ha producido en la región.