Afganistán, la guerra de las amapolas

Guadi Calvo

Afganistán

En medio de las cada vez más tensas relaciones entre Kabul, la capital política y “liberal” del país, y Khandahar, donde reside el omnímodo poder religioso, la semana pasada Afganistán festejaba el reconocimiento diplomático por parte de Rusia. Consiguiendo el primer éxito de la política exterior desde la caída de Kabul, en agosto del 2021, estigmas como el de dar cobijo al terrorismo; la rígida aplicación de la Sharia, especialmente en contra de las mujeres, y el de continuar siendo uno de los más importantes productores de opio a nivel mundial, amenaza con mantenerlos en el pasado.

El jueves tres en Kabul, el embajador ruso Dimitri Zhirnov, reunido con el ministro de Asuntos Exteriores afgano, Amir Khan Muttaqi, informó la decisión del Kremlin de reconocer a la República Islámica de Afganistán, tras un trabajo silencioso por parte de los mullahs, el que en poco tiempo más podría replicar con el reconocimiento por parte de China e Irán, trayendo inversiones particularmente en las áreas de energía, infraestructura, transporte y agricultura, las que el país necesita de manera desesperada para superar la crónica crisis económica, que mantiene sumergida en la pobreza, desde hace más de cincuenta años, a la mayoría de los treinta y siete millones de afganos. Situación que todavía se agravará mucho más a medida que continúen “retornando” entre los ocho y once millones de refugiados que están siendo expulsados de Irán y Pakistán, tras décadas de permanencia, en algunos casos de manera irregular, pero en otros muchos absolutamente legales y así todo sus derechos adquiridos no están siendo respetados.

Para que el emirato consiga mayor presencia en el contexto internacional, es clave, en primer lugar, resolver su relación con los grupos terroristas a los que alberga. Como es el caso de al-Qaeda, organización con la que los talibanes tienen una estrechísima relación desde el mismo principio de su existencia, tras la retirada soviética a principios de los noventa, al punto que es muy difícil encontrar esa tenue línea que los diferencia.

Más allá de que los mullahs han negado en reiteradas oportunidades, la sociedad continúa quedando en total evidencia cuando, nada menos que el sucesor de Osama bin Laden, el emir Ayman al-Zawahiri, hasta ese momento el hombre más buscado del mundo, fue localizado y muerto por un dron norteamericano que lanzó un misil hellfire contra el piso franco en que se albergaba del barrio de Sherpur, en pleno centro de Kabul, en julio del 2022.

Además de al-Qaeda, organizaciones como el Tehrik-e-Talibán Pakistán o TTP (Movimiento de los Talibanes Pakistaníes) se mueven a sus anchas en su territorio. El TTP tiene campamentos junto a la frontera con Pakistán, a donde ingresan para atacar y, una vez cumplido el objetivo, regresar a territorio afgano, sin que los guardias fronterizos consigan “jamás” interrumpir su paso.

Otra de las organizaciones insurgentes que considera a Afganistán como un santuario es el cada vez más poderoso Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA), apoyado por la inteligencia india, que lucha contra Islamabad en procura de su independencia.

El segundo punto que internacionalmente más se le reclamaba al Talibán, más allá de la situación de las mujeres, es terminar con las plantaciones de adormidera, la flor de la que se elabora el opio. Afganistán, a pesar de ya no ser el mayor productor mundial, puesto arrebatado por Birmania a partir del 2023, lo ha sido durante décadas, y más allá del combate contra los narcotraficantes, sigue manteniendo altos niveles de elaboración.

En pos de bajar todavía más esos índices, el gobierno talibán continúa con la campaña de destrucción de sembradíos, de laboratorios de elaboración, de las cadenas de distribución, además de encarcelamiento y ejecuciones a los implicados.

En abril del 2022, el líder supremo de la nación, el mullah Haibatullah Akhundzada, después de emitir una fatwa, por la que decretaba que el cultivo de la amapola estaba estrictamente prohibido. Advirtiendo que a cualquier persona que violara esa norma le sería aplicada la Sharia.

Hasta la victoria de 2021, Afganistán producía el ochenta por ciento del opio del mundo y la heroína hecha con opio afgano representaba casi la totalidad que se ofrecía en el mercado europeo. Gran parte de esos beneficios fue utilizada por el talibán para financiar su guerra de veinte años contra los Estados Unidos, que, a pesar de haber gastado miles de millones de dólares para eliminar esa fuente de ingresos de los muyahidines, nunca lo consiguió. Quizás porque la CIA estaba siguiendo el mismo “modelo de negocios” que desarrolló durante la guerra de Vietnam, con el opio del mítico “triángulo de oro” (Birmania, Tailandia y Laos).

La resistencia del opio

Según vistas satelitales de las provincias de Nangarhar, Kandahar y Helmand (esta última el corazón de la producción), la mayoría de los cultivos de amapola han sido reemplazados progresivamente por los de trigo, que dan menos de la cuarta parte de los beneficios. A pesar de las quejas de los agricultores por las pérdidas económicas, el Talibán, siguen incrementando la sustitución.

Hoy el punto más conflictivo para esos avances es el distrito de Khash, en la provincia de Badakhshan, en el noreste del país, entre las alturas del Hindu Kush y el río Amu Daria, donde en la actualidad se concentra la mayor producción de opio del país y, por ende, el mayor foco de resistencia a los cambios impulsados por Kabul.

Allí se están produciendo enfrentamientos entre los comandos antinarcóticos talibanes y los productores, que ya han dejado una veintena de muertos y al menos media docena de ellos fusilados sumariamente por las autoridades, además de haber provocado más de un centenar de heridos. Algunas fuentes indican que, debido a que solo se han contabilizado los muertos y heridos trasladados al hospital de la ciudad de Fayzaba, la capital provincial, el número de víctimas podría ser superior y ocultado para evitar más protestas. Por lo que también se ha limitado el acceso a los servicios de internet y telefonía móvil. A pesar de esto, ha conocido que algunas patrullas talibanas debieron replegarse al ser superadas por los manifestantes.

Estos no han sido los primeros incidentes de este tipo en la provincia de Badakhshan, desde que el mullah Akhundzada emitiera su fatwa, aunque la crisis viene en una creciente escalada desde 2023, cuando los resultados de la guerra al opio comenzaron a hacerse evidentes en las finanzas de los agricultores de los distritos Argo, Darayim y Jurm, de esa misma provincia.

Aunque en estas últimas semanas las protestas estallaron en Khash con manifestaciones en las calles y el bloqueo de caminos, con la consiguiente represión, lo que ha ido escalando al límite de una verdadera revuelta popular. Si bien los críticos de las medidas de Kabul entienden las consecuencias perniciosas del opio, reclaman una presencia más activa del gobierno, que no reprima, sino que aporte soluciones al desfasaje económico que lleva a los agricultores a la miseria.

Las tropas de los mullah han entrado a los sembradíos a sangre y fuego para destruir las plantaciones, disparándole a todo aquel que intente evitarlo. Detrás de tanta violencia por el estricto cumplimiento de la fatwa, se esconde una cuestión de rivalidad étnica que no pueden dejar de anotar los mullah. Se conoce que los cuerpos del talibán están conformados en su enorme mayoría por pashtunes, la etnia más numerosa del país, mientras que las poblaciones que están siendo reprimidas son de la minoría tayika. Incluso hay registros de ataque de las fuerzas del gobierno durante las ceremonias fúnebres.

Algunos representantes del gobierno de Kabul, para desanimar a los productores, están fomentando, además de la represión violenta, que los imanes locales en sus prédicas adviertan que la producción y consumo de drogas es haram (prohibido). Para lo que también tendrán que ganarse la voluntad de los Loya Jirga (consejos de ancianos), que cuentan con absoluto respeto de la población, aunque también ya podrían estar operando en la región agentes del Daesh Khorassan (D-K), la omnipresente fuerza insurgente, con capacidad para atacar en el país.

La guerra contra el invasor norteamericano (2001-2021), si bien fue motorizada por el Talibán, a la manera de la guerra de Vietnam y el Vietcong, fue una guerra popular en la que prácticamente participó de alguna manera u otra toda la población. Más en el interior del país, por lo que el armarse y resistir a cualquier enemigo, como lo ha hecho a lo largo de su historia, ya es parte del ADN del pueblo afgano. Eso los mullahs lo saben mejor que nadie, por lo que tendrán que encontrar otros métodos de disuasión en la lucha contra el opio, si no quieren volver a incendiar el país, ahora en una guerra contra las amapolas.

Línea Internacional

Revise también

LI

Mar Rojo, en nombre de Allah

Guadi Calvo Según fuentes occidentales una alianza entre el grupo de resistencia yemení, Anṣār Allāh, …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *