Memorial de Caballo Loco

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Mi tierra es donde yacen enterrados mis muertos.” Caballo Loco, 1877

Carlos Revilla Maroto

Carlos Revilla

En las Colinas Negras (Black Hills) de Dakota del Sur —un territorio que para los lakota siempre ha sido sagrado— una montaña lleva casi ocho décadas transformándose lentamente en un homenaje imposible: el Memorial de Caballo Loco (Crazy Horse Memorial), la escultura en roca más ambiciosa jamás intentada. Una obra tan enorme que ya no pertenece solo al escultor que la soñó, sino a generaciones enteras que la continúan, como si la montaña misma dictara el ritmo.

La historia comienza en 1939, cuando el jefe lakota Henry Standing Bear decidió que su pueblo necesitaba una figura monumental que honrara a Tȟašúŋke Witkó —Caballo Loco—, quizá el más respetado de los líderes lakota, famoso por su valentía, su humildad y su resistencia frente a la expansión estadounidense. Su deseo era claro: “Mi pueblo también tiene héroes”. En el anexo incluyo una biografía de él, con algunos datos de las batallas donde participó contra el ejército de EE.UU, especialmente, la ya mítica batalla de Little Big Horn, donde derrotó al 7mo ejército de caballería del general Custer, que era considerado un héroe nacional, y quien murió en esa batalla.

Para el proyecto se buscó a un escultor que pudiera convertir ese deseo en roca. Encontró a Korczak Ziolkowski, un artista polaco-estadounidense que había trabajado brevemente en Monte Rushmore. Ziolkowski aceptó el reto, rechazó financiamiento federal para mantener la independencia del proyecto y, en 1948, subió por primera vez a la montaña con dinamita al hombro.

La escultura es del tamaño del mito de Caballo Loco, con una escala del proyecto tan colosal, que parecen cifras imaginadas:

  • Altura total prevista: 172 metros
  • Longitud: 195 metros
  • Sola la cara de Caballo Loco mide 26,5 m. Más grande que cualquiera de las de Rushmore (donde están esculpidos los rostros de cuatro expresidentes de EE.UU.)
  • El diseño muestra al líder lakota montado a caballo, señalando hacia la distancia, como respondiendo a la pregunta —atribuida a él— “¿Dónde está ahora tu tierra?”

A diferencia de Rushmore, el memorial de Caballo Loco es una obra sin prisa, sin presupuesto estatal y sin distancia emocional. Ziolkowski trabajó prácticamente solo durante años, con herramientas precarias, accidentes, tormentas y obstáculos financieros. Murió en 1982 sin ver su obra terminada. Su esposa Ruth y varios de sus diez hijos asumieron el proyecto como misión familiar. De Rushmore escribiré en mi próxima columna. El avance ha sido lento, a veces desesperante, a veces polémico. Cada año, nuevas explosiones arrancan miles de toneladas de granito, que parecen apenas afinar una curva de la montaña. Pero el trabajo sigue. No se puede llegar al lugar de la obra, hay que verla desde lejos, pero con el zoom de la cámara del celular, logré tomar varias imágenes desde diferentes acercamientos (se pueden ver en la galería).

Entre los pueblos lakota, la obra no es unánime. Algunos la consideran un homenaje digno a un héroe nacional. Otros creen que Caballo Loco, un líder que nunca aceptó ser fotografiado y que rechazaba el protagonismo, jamás habría querido una estatua colosal. Y otros señalan que la comercialización turística del sitio contradice la espiritualidad que se pretendía preservar. Desde sus inicios, el memorial se ha financiado íntegramente con las entradas y donaciones, de hecho entrar al memorial cuesta $30 por carro (tres personas o más). En el complejo está el Salón de los Héroes que muestra los nombres de los generosos donantes en losas de granito de la escultura de la montaña. Estas personas se han apasionado por la misión de la Fundación Crazy Horse Memorial y han donado un millón de dólares o más. En el complejo todo es dinero, con una tienda y un restaurante donde todo es caro; en general cobran casi por todo. Podría decirse que es la venganza de lo indios contra el hombre blanco.

Como toda obra monumental, el memorial está atrapado entre la historia, la memoria, el orgullo y el turismo. Es así como el memorial no es solo una escultura en construcción, es también el Museo Indígena de Norteamérica, con miles de piezas culturales; un centro educativo que ofrece becas y programas universitarios; un punto de encuentro anual para festivales y ceremonias lakota. De alguna manera, la montaña se ha convertido en un campus cultural tanto como en un monumento.

El memorial produce una sensación ambigua de asombro por la escala, reverencia por la historia, y una cierta melancolía por lo que aún falta. Porque este proyecto no tiene fecha de entrega. Es probable que nadie vivo hoy pueda verlo terminado. En el complejo hay un modelo a escala, a una escala de 1/34avo del tallado de la montaña, así que por lo menos uno puede darse una idea de lo que será la obra terminada. Pero quizá esa sea la esencia del memorial, no una obra concluida, sino un acto de perseverancia, un recordatorio de que algunos pueblos, como algunas montañas, resisten siglo tras siglo. Y que la memoria, igual que el granito, se talla con paciencia.

En el modelo a escala hay un texto muy bonito que a traducido dice:

Cuando se haya contado el curso de la historia
que estas verdades aquí grabadas sean conocidas:
la conciencia dicta que las civilizaciones vivan
y nuestro deber es anteponerlas al mundo.
Una crónica que perdurará por mucho tiempo.
Porque, como todas las cosas que están bajo nosotros y más allá
inevitablemente debemos pasar al olvido.

Esta tierra de refugio para el extranjero
Fue nuestra durante incontables eones antes.
Civilizaciones majestuosas y poderosas.
Nuestros dones fueron muchos y los compartimos,
Y se conocía la gratitud por ellos.
Pero más tarde, a mis oprimidos
Les esperaban asesinatos, violaciones y guerras sangrientas.

Mirando desde donde vinieron los invasores.
Usurpadores codiciosos de nuestra herencia.
Para nosotros, el pasado está en nuestros corazones.
El futuro nunca se cumplirá.
A ti te entrego esta epopeya de granito
Para que tus descendientes siempre sepan:
Mis tierras son donde yacen enterrados mis muertos.

Preparé una bonita galería de Facebook, con las imágenes en alta resolución.

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La columna la preparé con la asistencia de la IA y algunas fichas informativas en el lugar. El contenido no se generó automáticamente.

Anexo

Caballo Loco

El guerrero que nunca posó para la historia

Caballo Loco
Caballo Loco y su tropa en camino a Camp Sheridan para rendirse ante el General Crook en Red Cloud Agency, 6 de mayo de 1877. Berghavy; Sketch.

Caballo Loco (c. 1840–1877) fue un líder guerrero lakota oglala cuya vida, envuelta en silencio, humildad y misterio, lo convirtió en una de las figuras más legendarias de los pueblos de las Grandes Llanuras. No dejó discursos, ni firmó tratados, ni permitió que lo fotografiaran. Su fama se sostiene en lo que hizo, no en lo que dijo.

Nació alrededor de 1840, probablemente cerca del río Cheyenne en lo que hoy es Dakota del Sur. Su nombre original fue Cha-O-Ha, “Entre los árboles”, aunque desde joven empezó a ser conocido como Caballo Loco, un nombre que heredó de su padre.

Creció en un mundo de bisontes, campamentos nómadas y territorios compartidos por lakotas, cheyennes y arapahoes. Desde pequeño mostró cualidades que los ancianos consideraban excepcionales: observación silenciosa, valentía natural, y un profundo sentido espiritual.

Tuvo una visión en su adolescencia que marcaría su vida: un hombre montado a caballo, sin adornos, con el cabello suelto y sin pintura de guerra, resistiendo el ataque de una tormenta. En esa visión aprendió que su poder radicaba en la humildad y la sencillez, y que nunca debía buscar gloria personal.

Caballo Loco siguió esas instrucciones toda su vida.

A mediados del siglo XIX, la expansión estadounidense hacia las llanuras desencadenó conflictos por rutas mineras, tierras y cacería de bisontes. Caballo Loco se convirtió en uno de los más hábiles estrategas lakota, respetado por su coraje y su capacidad para anticipar los movimientos del enemigo.

Participó en numerosas escaramuzas contra colonos y soldados, pero siempre bajo un código estricto: defender el territorio ancestral, no atacar civiles y no jactarse jamás de sus proezas.

La Guerra de Red Cloud (1866–1868)

Caballo Loco ganó gran prestigio durante esta guerra, cuando los lakotas cerraron el acceso al sendero Bozeman y derrotaron repetidamente al Ejército de EE. UU.

Su acción más famosa de este periodo fue su participación en la Masacre de Fetterman (1866), donde una fuerza de 81 soldados fue aniquilada tras caer en una emboscada. Aunque los relatos varían, muchos lo consideran el cerebro táctico del ataque.

La guerra terminó con el Tratado de Fort Laramie de 1868, que reconoció a los lakotas la soberanía sobre las Colinas Negras (Black Hills), territorio sagrado.

La guerra por las Colinas Negras

En 1874, la expedición de George Armstrong Custer descubrió oro en las Black Hills, provocando una avalancha de buscadores y violando el tratado. Esto reavivó el conflicto. Caballo Loco, junto con el líder hunkpapa Tatanka Iyotake (Toro Sentado), se convirtió en el pilar de la resistencia indígena.

Little Bighorn: el día en que la historia cambió

El 25 de junio de 1876, una coalición lakota, cheyenne y arapaho derrotó de forma aplastante al 7º de Caballería de Custer en la Batalla de Little Bighorn.

Caballo Loco tuvo un papel decisivo. Su ataque frontal, considerado temerario por los estándares de guerra europeos, desorganizó totalmente a las tropas estadounidenses.

Para su pueblo, la victoria fue un acto de defensa sagrada. Para Estados Unidos, fue una humillación que aceleró la represión militar.

Tras Little Bighorn, la respuesta federal fue implacable: destrucción de campamentos, cacería masiva de bisontes, arrestos forzados.

En 1877, con su gente debilitada por el hambre y el invierno, Caballo Loco tomó una decisión dolorosa, rendir su grupo para evitar más sufrimiento. Llegó al Fuerte Robinson el 6 de mayo de ese año, confiando en que podría negociar protección para su pueblo.

El 5 de septiembre de 1877, en circunstancias aún debatidas, Caballo Loco fue asesinado. Una versión sostiene que intentó liberarse durante un arresto inesperado, y un soldado lo apuñaló con una bayoneta. Otra, que fue traicionado por rivales indígenas aliados al ejército. Solo tenía unos 37 años.

Fiel a su visión, nunca permitió que lo fotografiaran. Para los lakota, su rostro debe permanecer en la memoria, no en una imagen.

Caballo Loco es símbolo de: resistencia indígena, liderazgo humilde, independencia moral, defensa del territorio y la cultura.

Su figura creció al grado de convertirse en mito, inspiración y, en tiempos modernos, motivo de debates sobre memoria y representación —incluido el gigantesco memorial que aún se talla en las Colinas Negras.

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