Siria: La escalada incesante

Línea Internacional

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Guadi Calvo

Más allá de que se intente quitarle responsabilidad al exterrorista, las continuas matanzas perpetradas por el gobierno del presidente Ahmed al-Sharaa, conocido en su tiempo de emir de la banda fundamentalista Hayat Tahrir al-Sham (Organización de Liberación del Levante) como Abu Mohamed al-Golani, contra las minorías religiosas alauitas, drusas, kurdas y cristianas, siguen manteniendo a Siria en el foco de atención internacional.

Desde que el ocho de diciembre del año pasado, upado por Donald Trump y el genocida Benjamín Netanyahu, al-Sharaa/al-Golani se hizo con el poder en Siria, sus muyahidines, legalizados bajo el nombre de Administración de Operaciones Militares, ya han asesinado a más de diez mil personas y al parecer la escalada está lejos de terminar.

Además de las matanzas de alauitas (comunidad a la que pertenece la familia al-Assad) en la ciudad de Latakia, de drusos en Sweida o de cristianos en Damasco, Homs o Hamá, también se conoce que los grupos parapoliciales de al-Golani han asesinado a más de tres mil personas en áreas rurales, alejadas de cualquier foco informativo.

Según informes recientes, unas ocho mil personas, entre las que se incluyen mujeres y niños, murieron en ataques aéreos y bombardeos. Otras han desaparecido después de ser detenidas arbitrariamente por fuerzas de seguridad y paramilitares que responden al régimen terrorista de al-Golani.

Muchas de estas muertes fueron adjudicadas a khatibas del Daesh, que operan de manera independiente del gobierno, y también a ataques aéreos de Israel y Turquía, que de ninguna manera resignarán sus posiciones en Siria, a pesar de que la excusa por la que invadieron Siria, terminar con el gobierno de Bashar al-Assad, hace nueve meses que se ha esfumado.

Los planes para esta nación son otros, los del origen de la invasión del 2011 (Primavera Árabe): desintegrarla, particionarla entre sus vecinos y, en lo que quede, dejar un gobierno pronorteamericano, como el de al-Golani, o si se consigue algo peor. Pero para ellos, primero Washington, se debe asegurar que no quede ninguna braza que pueda encender otro conflicto.

Por ello, los asesinatos y ejecuciones sistemáticas no se han detenido desde diciembre, y las cifras que se dan podrían ser superiores, ya que se conoce que son miles las personas que fueron detenidas y permanecen en esa condición sin ser informadas de los motivos. En muchos casos, ni siquiera fueron contactadas sus familias, por lo que, de estar vivos, permanecen en la condición de desaparecidos. Aplicando una vez más y siguiendo rigurosamente el plan maestro de los Estados Unidos de sujeción de un estado hostil.

Las persecuciones étnicas y religiosas continúan y las operaciones se realizan contra las poblaciones como una verdadera fuerza de ocupación; residentes de distintas poblaciones coinciden en que se ejecuta el mismo patrón operacional en cada oportunidad.

Sea un barrio de alguna ciudad importante o una pequeña aldea rural, se repite la misma metodología: las fuerzas gubernamentales asaltan y saquean viviendas de minorías (chiitas, drusos, cristianos) determinadas, evitando por lo general “molestar” a sunitas adeptos al régimen y a los kurdos, cuyas situaciones todavía parecen no estar definidas, entre seguir apoyando a al-Golani y pasar abiertamente a la oposición.

Desde la caída del presidente Bashar al-Assad, en el país se ha extendido la sensación de que cualquiera podría caer bajo la mirada de los shabeehas, los agentes civiles del régimen, ser detenido y desaparecer. Incluso si por caso fuera sunita, pero no lo suficientemente consustanciado, con la manera entendida por los exterroristas, por lo que la gente se cuida de expresarse públicamente, ya que cualquier comentario lo podría poner fuera de la ley.

Sin necesidad de declararse un emirato, ni de disponer de la sharia como ley, sin agentes que le midan el largo de la barba de los hombres, ni obligar a las mujeres a utilizar el burka fuera de sus casas, millones de sirios han empezado a ser considerados takfiris. Mientras que la mukhabarat (policía secreta) continúa penetrando todos los sectores de la sociedad.

Las purgas en la administración pública han dejado a decenas de miles de personas sin trabajo por el simple hecho de pertenecer a la comunidad alauita, bajo la excusa de ser sospechados de haber sido agentes de la familia al-Assad.

Mientras que las huellas de los quince años de guerra, que dejó más de medio millón de muertos, catorce millones de desplazados, la mitad de ellos fuera del país, áreas donde los bombardeos, los atentados han reducido a escombros barrios enteros en las principales ciudades del país, y una economía devastada, que no podrá recomponerse lo suficientemente rápido para dar respuesta a las necesidades apremiantes de los sirios, generará grandes negocios a los mismos oportunistas, que hoy se restriegan las manos esperando que Netanyahu termine de exterminar Gaza.

Una nueva industria

La anarquía propiciada por Occidente en Siria no solo ha facilitado la llegada de los terroristas al poder, la fragmentación del país y la ruina económica, la limpieza étnica de las minorías, sino también una gran posibilidad para los proxenetas, que por intermedio de las bandas que responden al presidente al-Golani se han lanzado a la caza de miles de niñas y jóvenes, pertenecientes a las minorías perseguidas.

Según informes provenientes de diversas ONGs occidentales, estiman que ya son más de siete mil, niñas y adolescentes alauitas, drusas y cristianas, secuestradas la mayoría entre los doce y catorce años, para ingresarlas a las redes de prostitución con terminales en Europa y las monarquías del Golfo Pérsico.

Modelo que ya se ha conocido durante los años en que el Daesh reinó en una amplia franja fronteriza entre Irak y Siria. Algunas de las denunciantes apuntan directamente al presidente al-Golani, quien, en sus tiempos de emir, tuvo como esclavas sexuales a mujeres pertenecientes a la comunidad yazidí.

Naciones Unidas acaba de informar que, durante las incursiones de los shabeehas del presidente sirio contra la ciudad drusa de Sweida entre julio y agosto pasados, fueron secuestradas más de un centenar de mujeres y niñas pertenecientes a esa comunidad, mientras otras ochenta están desaparecidas. (Ver: La descomposición de Siria).

Durante los días de la invasión a Sweida, se han documentado al menos tres casos de mujeres drusas que fueron violadas antes de ser ejecutadas por los muyahidines gubernamentales. De aquellas jornadas, casi ochocientas personas, entre las que se incluyen mujeres de diversas edades, siguen desaparecidas.

También se conoce que al menos quinientas niñas cristianas han sido secuestradas para mantenerlas como esclavas sexuales por parte de las fuerzas del régimen.

Las cifras más alarmantes hablan de que desde diciembre último las mujeres y niñas secuestradas serían cuarenta mil.

Muchos de estos secuestros, como tantas veces se han denunciado y quedó en evidencia con las más de trescientas niñas secuestradas de una escuela de niñas en Chibok, norte de Nigeria, en 2014, estos casos terminan en matrimonios y conversiones forzadas.

Estos secuestros quizás sean la nota más oscura en la nueva realidad siria, que está muy lejos de alcanzar la normalidad con que se vivía hasta marzo de 2011, cuando comenzó la invasión de la alianza entre la OTAN, el Departamento de Estado y los terroristas wahabitas, proporcionados por Arabia Saudita y Qatar.

A pesar de que la prensa occidental no está informando de nuevos ataques contra las minorías en Siria, fuentes locales señalan que el régimen del presidente al-Golani sigue tolerando y alentando a sus hombres a continuar con las persecuciones y hostigamiento a las comunidades apuntadas, particularmente en el sur del país, donde la escalada de los ex terroristas pareciera incesante.

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