Agitar el miedo a la derecha para justificar cualquier cosa

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

La actual estrategia política del PSOE de Sánchez fue establecida, en términos gruesos, en su comparecencia del pasado lunes16 de junio. A su juicio, hay que completar la legislatura porque: 1) el escándalo de corrupción sólo afecta a tres miembros de su partido (mas tarde calificó el caso como “una anécdota”) y 2) la convocatoria a elecciones detendría el proyecto progresista y llevaría al Gobierno a la derecha en alianza con la extrema derecha.

El primer argumento es un esforzado intento por minimizar los efectos del informe de la policía judicial, estableciendo un cortafuegos para que el daño pueda controlarse y se limite al partido sin alcanzar al gobierno. Ciertamente, eso es algo que estará condicionado en buena medida por el alcance de la investigación que sigue en curso.

Es el segundo argumento el que tiene mayor relevancia. Ante todo, porque Sánchez reconoce que llamar hoy a elecciones comporta un elevado riesgo de perderlas. En otras palabras, es consciente que ya no tiene la mayoría social de la que ha presumido, justificadamente o no.

Pero el núcleo de su argumento retiene una relativa validez. En el electorado progresista existe un evidente temor a la llegada al Gobierno de la extrema derecha. Ello supone un factor de movilización indudable. Y hay una relación directa entre el aumento de ese miedo y la posibilidad de remontar en alguna medida la desventaja electoral. Eso ya sucedió en las elecciones de 2023. Así que todo lo que sea magnificar esa eventualidad (llegada de la extrema derecha) ofrece una perspectiva bastante rentable.

Por eso se exageran dramáticamente sus posibles efectos. Se habla en términos de verdadera catástrofe nacional, de un retroceso generalizado del Estado de Bienestar, del recorte brutal de servicios, etc. No se trata solo de un cambio ideológico de timón, sino de un desastre económico y social. Sin embargo, resulta muy difícil demostrar que ese es el escenario que hoy existe en la buena cantidad de gobiernos autonómicos gobernados hoy por el PP, tanto en solitario como en alianza con Vox. Claro, es cierto que se han revertido algunas de las acciones estrella de la izquierda, pero de destrucción masiva de servicios, crisis socioeconómica, etc. no hay muchas evidencias. Lógicamente, esa reflexión comparativa no interesa a los incondicionales de Sánchez.

La otra versión de la agitación del miedo a la derecha es más pragmática. Corresponde a la idea de la elección del mal menor. Buena parte del electorado progresista, decepcionado del Gobierno de Sánchez, sobre todo después de descubrirse los focos de corrupción, puede estimar que es mejor lo malo conocido que lo malo por conocer. Sobre todo, si se magnifica el efecto desastroso de la llegada de la derecha al gobierno de la nación. Respecto de esta posibilidad, cabe la pregunta de si hay algún limite en torno a lo que es posible aceptar antes de optar por dejar de apoyar el gobierno de Sánchez, o bien no hay límite alguno y hay que aceptar cualquier cosa con tal de evitar un gobierno de derechas.

En puridad, un planteamiento como este, sin límites, es poco democrático. Porque significa que se niega que la mitad conservadora del electorado español nunca tendría el derecho a convertirse en mayoría y llegar al Gobierno.

Ahora bien, si el miedo a la derecha no puede justificar cualquier cosa, entonces hay que medir el comportamiento de Sánchez desde la perspectiva opuesta: saber que sería lo decente para asumir responsabilidades por el escándalo de corrupción, en orden a restablecer la confianza perdida. Y la asunción de responsabilidades refiere a dos buenas razones: la primera, si Sánchez sabía de la corruptela o tenía indicios, pero prefirió mirar para otro lado, entonces hay un caso de complicidad; y la segunda, si fue incapaz de darse cuenta de nada en 11 años que tuvo a su lado los perpetradores de la trama, entonces se trata de un caso grave de incompetencia. Así que, tanto por complicidad como por incompetencia, o por una mezcla de ambas, lo decente sería asumir responsabilidades políticas y poner a disposición su cargo ante la ciudadanía.

La forma más directa y clara de hacerlo sería la dimisión inmediata y la convocatoria de elecciones. Pero pueden plantearse algunas otras opciones en términos de mínimos. En ausencia de una moción de censura presentada por la oposición, que no se hará porque podría provocar una llamada a arrebato para los aliados del gobierno, lo decente sería impulsar por iniciativa propia una moción de confianza, que permitiría saber si Sánchez mantiene una confianza mínima de la mayoría del Congreso que hoy le permite gobernar. En ese contexto, también sería posible una sustitución de Sánchez por otro candidato de su propio partido para para continuar la alianza de gobierno e iniciar una nueva legislatura, de la duración que esa mayoría acuerde.

Sin embargo, la decisión de Sánchez, secundada por la actual mayoría del PSOE, ha consistido en hacer lo opuesto: cerrar filas, enrocarse y pasar a la bunkerización. Siempre acompañada del conocido “y tu más”, que adereza la cultura política española. ¿Hasta cuándo? Esa pregunta se la hacen hoy muchos de sus partidarios menos sectarios, algunos de los cuales temen un descalabro político del PSOE en el inmediato futuro.

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