Luis Paulino Vargas Solís
¿A qué se refería la señora diputada? A los estrictos horarios que la ley autoriza para hacer allanamientos: de 6 a.m. a 6 p.m.
Aquella ventosa tarde del 26 de febrero de 2025, Cisneros afirmó que tal disposición constituía “un regalito para los delincuentes”, una de las “cinco joyas que le regalamos a los delincuentes en este país” (¿cuáles serán las otras cuatro?), e ironizó agregando que Costa Rica “debe ser el único país del mundo donde los allanamientos tienen horario de oficina”.
Tan exaltada diatriba además buscaba justificar la negativa del presidente Chaves a asistir a una mesa de diálogo, con participación de representantes de los diversos poderes de la República, cuyo objetivo era tomar acuerdos y definir estrategias conjuntas para enfrentar la crisis de inseguridad y violencia delincuencial.
Eso dio motivo a un regaño furibundo: “este Gobierno no quiere más blablablá y, por eso, no participó hoy en la nueva mesa de negociación. No, el presidente Rodrigo Chaves pretende acciones concretas, leyes más fuertes y un cambio de 180 grados para proteger a la víctima y no al delincuente como ocurre ahora”.
Se entiende con toda claridad que, a juicio de tan ilustre señora, modificar ese “horario de oficina” con arreglo al cual se ejecutan los allanamientos sería una de esas “acciones concretas” y una de las “leyes más duras”, que el puño de hierro de Chaves y de Cisneros exigen.
Y, bueno, la Asamblea, solícita y presurosa, quiso atender el furioso llamado de Cisneros y de Chaves y aprobó una ley que rompe con el “horario de oficina” y habilita la ejecución de allanamientos en el momento que sea, incluso en la más fría de las madrugadas.
Pero, aprobada que fuere la ley, ni a Chaves ni a Cisneros les gustó.
La cosa resulta harto misteriosa, al menos por dos interesantísimos e inquietantes motivos.
El primero, la fracción diputadil oficialista, jefeada dictatorialmente por Cisneros, había apoyado el proyecto, lo mismo durante su trámite en comisión como en su votación en primer debate. Llegado que fuere el segundo debate, algún poderoso sortilegio cayó sobre esa bancada cisnerista y, entonces, cambiaron su voto y la adversaron.
Aprobada la ley –ya sin los votos de Cisneros y su kínder– y puesta en el escritorio del presidente Chaves para su correspondiente refrendo, el primer mandatario decidió vetarla al completo. Ni una coma se salvó.
Y aquí viene el segundo indescifrable acertijo ¿ustedes saben qué se dejó decir Chaves para justificar el veto? Pues afirmó que se pretendía “cambiar una norma que se ha venido utilizando con bastante éxito”.
La mismitica norma de la que Cisneros dijo que era “un regalito” para la delincuencia y una de las “cinco joyas” con que convidamos a esa delincuencia. La misma que la motivó a ironizar diciendo que los allanamientos se realizan solo “en horas de oficina”. La misma que la llevó a exigir “leyes más duras”.
Pues vea qué maravilla: ahora resulta que esa norma –esa mismita norma– es algo “exitoso”.
Como si dijeran: ¿por qué cambiar algo que funciona bien?.
Todo este acertijo misterioso, ese mágico deslizarse de un extremo al otro, suscita al menos dos preguntas:
- ¿Quién habrá susurrado al oído de Chaves y de Cisneros el conjuro mágico que les hizo cambiar de opinión de forma tan radical?
- ¿A quién no le conviene que esto se apruebe y, por esa razón, indujo ese prodigioso acto de prestidigitación en virtud del cual Cisneros y Chaves dieron un espectacular salto de un extremo al otro de la cuerda floja?
Concluyo diciendo: yo no me atrevería a afirma que el gobierno actual sea un narcogobierno. Lo único que digo es que, en caso de que no lo sea, aparenta con gran maestría serlo.
– Economista jubilado