Guadi Calvo
Como ya ha sucedido en muchas oportunidades, repentinamente los tambores de guerra se apagaron, el sábado diez por la tarde, tras casi veinte días de haber aturdido al mundo, que esperaba una inminente y nueva guerra entre India y Pakistán.
Aunque esta vez, quizás como muy pocas antes, incluso superando a la grave crisis de 2019, Nueva Delhi e Islamabad se acercaron peligrosamente a la línea de no retorno, habiéndose provocado mutuamente cerca de un centenar de muertos, el derribo de aviones y drones y bombardeos a instalaciones civiles, lo que nunca había sucedido desde la última guerra de las cuatro que ya mantuvieron, en 1999, conocida como la guerra de Kargil.
El golpe más duro que ha dado India, incluso superior a los ataques aéreos, ha sido la suspensión del Tratado de las Aguas del Indo, que, de continuar, hará imposible cualquier acuerdo y pondrá a Pakistán, literalmente contra las cuerdas, por lo que para salir de la encerrona, solo le queda la rendición, una opción que hacia el interior del país islámico podría provocar un terremoto de 9.5, entre las consecuencias imprevisibles, no están exentas la posibilidad de una guerra civil o un colapso tal, que podría derivar en la disolución de la República Islámica de Pakistán, dando espació al surgimiento de estados conformados por las ahora provincias de Beluchistán; Sind, Punjab, Khyber Pakhtunkhwa y Gilgit-Baltistan, en la que con mayor o menor presencia existen grupos separatistas. O escapar hacia adelante y utilizar su armamento nuclear.
Es importante reiterar que, más allá del estallido de un nuevo capítulo del conflicto que se extiende desde 1947, no ha dejado, por lo menos en la región en disputa, descansar a nadie por demasiado tiempo, donde la actividad terrorista, según India, es fomentada por Islamabad y, según Pakistán, es guerra alentada por Nueva Delhi según sus necesidades políticas. Lo cierto es que la actual contingencia encuentra a la Madre India en un momento extraordinario de su historia, habiendo ingresado al club de las naciones espaciales. Convertida en un motor económico que, al estilo de China, arrastra a otras economías, con un gobierno semidictatorial, el de Narendra Modi, que así todo cuenta, ya transitando su tercer mandato, con el manifiesto apoyo de las grandes mayorías, que le han comprado gustosas su discurso fundamentalista, bajo la concesión de la Hindutva, el nacionalismo religioso, que tiene mucho más que ver, lisa y llanamente, con la ideología del nacionalsocialismo alemán de los años treinta que con el hinduismo.
Mientras que Pakistán, acollado por las políticas económicas del Fondo Monetario Internacional, es el tercer país del mundo más endeudado, después de Argentina y Egipto; una crisis política cada vez más compleja tras el derrocamiento en 2022 del primer ministro Imran Khan, la figura política más importante de los últimos treinta años y que, a pesar de estar en prisión desde hace dos, sigue siendo un factor aglutinador de la oposición del gobierno títere del seudo primer ministro Shehbaz Sharif. Además, Pakistán vive en una constante crisis de seguridad, donde los ataques de grupos separatistas como el Ejército de Liberación de Beluchistán (BLA) o los rigoristas del Tehrik-e Taliban Pakistan (TTP) (Talibanes de Pakistán), cuyos ataques provienen siempre desde la frontera afgana, han llevado a Islamabad a muchos enfrentamientos con los mullah de Kabul y en más de una ocasión con los talibanes afganos a lo largo de la Línea Durand, la frontera trazada por los británicos en 1893, nunca reconocida por Afganistán, y que desde entonces ha sido también un factor irritante entre ambas naciones.
Según informaciones, habría sido Islamabad, que se comunicó con el vicepresidente James D. Vance, para alertarle que, de continuar la ofensiva de Nueva Delhi, debería apelar a su armamento nuclear, lo que obligó a Donald Trump a desdecirse de lo que había declarado apenas dos días antes al respecto, que la crisis de Cachemira no era asunto de su incumbencia.
Según fuentes norteamericanas, fue Vance quien se comunicó directamente con ambos primeros ministros, el indio Narendra Modi y el pakistaní Shehbaz Sharif, obligado por la crítica situación de Pakistán, que, tras las numerosas y efectivas misiones de la aviación india contra diversas bases militares en todo el país, obligaba a Islamabad a advertir al vice norteamericano que estaba dispuesto a pasar a una nueva e inédita fase de la guerra: el uso de armamento nuclear o establecer un alto el fuego para que diplomáticos y mediadores pudieran hacer su trabajo.
No se conoce cuánto fue lo que Vence debió presionar al indio para que acceda a su pedido, pero lo importante es que Modi, parece que por ahora se ha dado por satisfecho con su represalia por los ataques a los turistas de Pehalgam, por lo que se consideró con el suficiente espacio de maniobra para acceder a los pedidos de Washington. (Ver: Cachemira, otra vez tormentas.)
Dada la velocidad del trámite de Vance, tampoco se conocieron detalles del acuerdo, como la duración de ese alto el fuego. Incluso su punto de partida, ya que se siguieron produciendo bombardeos transfronterizos y algún tipo de ataque en la Cachemira administrada por India, después de conocido el anuncio de la Casablanca y la comunicación con los jefes de ambos ejércitos para detener las operaciones. Además de establecer que altos mandos militares de ambos países se reunirán el lunes doce para afinar detalles.
Trump había comunicado en sus redes que: “Tras una larga noche de conversaciones con la mediación de Estados Unidos, me complace anunciar que India y Pakistán han acordado un alto al fuego total e inmediato. Felicitaciones a ambos países por usar el sentido común y la inteligencia. ¡Gracias por su atención a este asunto!”.
¿Coletazos finales?
El alto el fuego fue recibido con celebraciones tanto en India como en Pakistán, y particularmente en Cachemira, la región en disputa dividida entre los dos países por la Línea de Control (LoC), que fue y es el epicentro de todos los conflictos entre ambos países desde 1947.
Más allá de los festejos por el acuerdo, volvieron a reanudarse las operaciones aéreas transfronterizas por parte de uno y otro ejército de India y Pakistán. En la noche del sábado, en Srinagar, la capital de verano de la región india de Jammu y Cachemira, los festejos de la población fueron abruptamente interrumpidos, debiendo escapar a los refugios, intentando protegerse de los proyectiles provenientes del otro lado de la frontera. Por lo que las tropas indias recibieron instrucciones de responder a las violaciones del alto el fuego. Al tiempo que voceros pakistaníes declararon que fue India, responsable de la ruptura de trato.
Más allá de quién haya sido el responsable, Shehbaz Sharif no parece del todo sereno, ya que en un mensaje televisivo se elogió abiertamente con la “victoria histórica del alto el fuego”, insistiendo que Pakistán “hará todo lo posible por nuestra defensa”.
Más allá de que ambos gobiernos, e incluso el de los Estados Unidos, querrán adjudicarse el éxito, por ahora muy momentáneo, del alto el fuego, saben todos que la situación está prendida de alfileres, y que más temprano que tarde, según lo necesite alguno de los muchos jugadores que participan en torno al conflicto por Cachemira, y aquí la lista excede a las dos naciones e incluso a factores regionales, de un momento para otro Cachemira puede estar nuevamente en la tapa de los diarios. Por lo que aquí ya sabemos, hace cuarenta y ocho años nada es para siempre, y para esto es que los británicos han dejado esa astilla en mitad de la partición, por lo que todo lo referente a Cachemira es simplemente un “hasta la próxima”.
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