Luis Paulino Vargas Solís
En 1985, a mis 27 años, por primera vez di clases en la Escuela de Economía de la UNA, en Heredia. Ya me había estrenado de profesor dos años antes, en un cursito de servicio de la escuela homóloga en la UCR.Llegué a la UNA gracias a la confianza de quien entonces era el director de la Escuela: José Rosales. Hace muchos años no sé nada de él, pero le sigo guardando enorme agradecimiento. Él es uno, dentro de un pequeñísimo grupo de personas que, a lo largo de mi vida, me demostraron creer en mí: con hechos, y no tan solo con frasecitas bonitas.
Solicité un permiso en la UNED y durante aquel año fui profesor a tiempo completo. Se me asignaron cursos de microeconomía, comercio internacional y macroeconomía, entre segundo y cuarto año de bachillerato. Todos esos cursos, por cierto, desde una perspectiva neoclásica perfectamente ortodoxa.
En mi estreno en la UCR, y puesto que impartía un curso nocturno, ya me había tocado vérmela con estudiantes de bastante más edad que la mía, quienes no disimulaban la incomodidad que les provocaba tener un carejete al frente, impartiendo la clase. Pero en la UNA la cosa escaló varios niveles más arriba, puesto que tuve por estudiantes a hombres que, fácilmente, me llevaban 10 o 15 años, llegados a Costa Rica huyendo de la persecución política, en un contexto centroamericano polarizado ideológicamente y crispado al extremo por la guerra. Para ellos, aquellos cursos tan neoclásicos –llenos de gráficos, curvas y unas cuantas ecuaciones– no eran exactamente de su agrado, y muchísimo peor cuando los impartía un profesorcillo tan joven.
Fue un desafío tremendo, pero lleno de enseñanzas. Creo que, al cabo, salí bien librado.
Durante 10 años, hasta 1994 inclusive, impartí clases en la UNA, aunque ya no a tiempo completo, sino solamente un curso a la vez. En 1995 suspendí ese vínculo para emprender algunos proyectos de estudio. Cuando luego intenté reinsertarme, se hizo imposible. No fue sino hasta 2017 cuando, mi buen amigo Greivin Hernández, en ese momento director a.i. de Economía en la UNA, me propuso impartir un curso de macroeconomía para la maestría en desarrollo económico.
Ya para entonces, como es obvio, yo era un señor grande en edad, y todos mis estudiantes, personas 25, 30 o 35 años menores que yo.
Fue una experiencia interesante. El grupo estaba conformado por gente con diversos bagajes profesionales: desde economía y administración hasta diversas ingenierías. Recuerdo que el primer día de clase les pedí que me dijeran qué es la economía. Una respuesta que varias personas repitieron –incluso estudiantes cuya formación básica era en economía– fue la siguiente: “la economía es una ciencia exacta”. Les dejé que lo repitieran todas las veces que quisieron y luego me entretuve aclarándoles el tremendo error que estaban cometiendo.
En la última clase, varias personas me expresaron su satisfacción por el curso. El grupo incluía un muchacho, estadounidense de nacimiento, que hablaba español con fluidez, aunque con un inconfundible acento gringo. Ese muchacho, muy agudo e inteligente, ingeniero de formación, me dijo lo siguiente: “profe, quiero darle las gracias. Yo había perdido interés en esta maestría y gracias a usted y a su curso, la he recuperado”.
Todavía impartí ese mismo curso una segunda vez. Y nunca más. Luego llegaron, a la dirección de la Escuela y a la coordinación de la maestría, personas a las que mi enfoque heterodoxo posiblemente no les agradaba. O, tal vez, simplemente yo les caía mal.
Esto último me hace recordar cuando, en algún momento en los años noventa (no preciso el año exacto) la directora de Economía de la UCR, me llamó a su oficina para decirme: “no tenemos presupuesto y por eso no lo vamos a contratar más”. Acepté la noticia sin ningún drama, pero cuando intenté decirle a la señora que, si luego había posibilidades, por favor me tomara en cuenta, ella me cortó abruptamente, y con grosería me espetó un: “ya le dije que no podemos contratarlo”.
Tengo clarísimo que no había ningún problema de presupuesto. Simplemente la señora estaba deseosa de darme la patada y sacarme de la Escuela.
A lo largo de los años di muchos cursos en posgrados de la UNED, la UNA y la UCR. También dirigí o fui lector de una buena cantidad de tesis de maestría y doctorado. Pero, excepto por la breve y transitoria experiencia de 2017 que les conté, nunca más pude trabajar para ninguna escuela de economía.