Luis Paulino Vargas Solís
“La Loca de Gandoca” es una novela corta de la escritora costarricense Anacristina Rossi, originalmente publicada en 1991. Fue un éxito instantáneo, una obra de la que, en aquel momento, se comentó profusamente. Aparte su indiscutible valor literario, sin duda también dio un tremendo aporte educativo: a través de esa novelita muchos en Costa Rica aprendimos a apreciar más y a apreciar mejor, ese exuberante paraíso natural que es nuestro Caribe Sur. Y, más que apreciarlo, aprendimos a amarlo.No es el caso, evidentemente, de Rodrigo Chaves.
Seguramente nunca la leyó. Aunque, seguramente, sí la ha oído mencionar. Lo cual viene siendo en cierto modo inevitable: por ser una obra muy famosa, y puesto que el mismo Chaves, en connubio con su amigo y exvecino, se encargó de devolverle actualidad al tema de Gandoca-Manzanillo.
Y puesto que jamás la leyó, de seguro lo que a Chaves más le resonó fue lo de “la loca”. Eso lo zambulló de cabeza en un tema que lo perturba gravemente. Si tan solo apenas unas semanas antes, la cuestión le causó un disgusto mortal, cuando se enteró que se había firmado, presuntamente sin su permiso, un decreto que concedía declaratoria de interés cultural a la Marcha del Orgullo de las diversidades sexuales y de género.
“¿Interés cultural para ese desfile de locas?”, se habrá dicho para sus adentros. Y ¡chupulún! una ministra y el comisionado patitas en la calle, y el presidente vomitando verde.
¿Qué le habrá molestado más a Chaves? ¿Qué fuera “sin su permiso” o que fuera precisamente para esa marcha? De seguro lo segundo, puesto que, con toda, probabilidad, se han firmado otros decretos “sin su permiso”, sin que eso le generase el ruidoso ataque de bilis que esta cuestión le ocasionó. Tengamos presente que el presidente Chaves, de suyo un señor perezoso y con inclinaciones hacia lo pendenciero, no gusta tener que estar firmando decretos, y por eso le delegó esa delicada responsabilidad a un funcionario de su confianza.
La cosa, por otra parte, es que, como es público y notorio, el diputado Ariel Robles trae de la relinga a Chaves. A cada nada le da unas jaladas de orejas y unas fajeadas que ayúdeme a decir. Comprensiblemente, Chaves se atraganta con Ariel y lo ve por todo lado. Si va al servicio sanitario, cuando agarra el papel higiénico para la correspondiente limpieza presidencial, en el papel aparece el rostro de Ariel. Y en la sopa Maggi que le sirven al almuerzo y con el café de la media tarde: lo mismo en el café que en los tosteles y las bizcotelas. Luego, siendo ya noche, yacente en el lecho conyugal, cuando se apresta a ver una película en Netflix, en todos los títulos resaltan las mismas letras: “Ariel-Ariel-Ariel…”.
¿Qué hacer frente a tan terrible martirio? Imposible saber qué habrá pasado por la cabeza del Primer Servidor de los costarricenses, pero yo tengo mi hipótesis. Como las locas –las que desfilan en la Marcha del Orgullo– representan para él otro gran tormento, seguro estableció una asociación metal, tuvo, como si dijéramos, un “momento freudiano”. Una cosa lleva a la otra: el suplicio que genera la marcha conecta con el suplicio que provoca Ariel. Y, claro, se dijo el señor presidente, Ariel es otra loca, es “la loca de Gandoca”. Cierto, don Chaves ignora que “la loca de Gandoca” era una loca distinta, no como las locas de la Marcha. Pero, desde su conmovedora ignorancia, le pareció que era la misma cosa.
Y ahí va don Chaves: que “la loca de Gandoca” para arriba y que “la loca de Gandoca” para abajo. El pobrecito, por iletrado y por quilombero, queda así atrapado en la jaula de las locas. Y Ariel sosteniéndose la panza de las risotadas que se pega.
¿No habrá alguien lo suficientemente audaz y valiente como para que le diga que está haciendo el ridículo?
– Economista, investigador independiente jubilado