Enrique Gomáriz Moraga
Acabo de escuchar un podcast de la Fundación Felipe González, donde el expresidente de gobierno ha conseguido enojarme de nuevo a propósito de la crisis de Ucrania. Y digo de nuevo, porque otra vez, como en 1986, vuelve a jugar con las cartas marcadas en asuntos de paz y seguridad. Para mi es una lástima porque en otras cuestiones me parece más coherente González que Pedro Sánchez. En todo caso, mucho más socialdemócrata Felipe que el oportunista Sánchez, que ahora jura serlo de toda la vida, cuando todo el mundo sabe que lo dice por pura conveniencia. Desde luego, hay que admitir que muchos socialdemócratas son atlantistas, González uno de ellos, pero también es cierto que muchos socialdemócratas no lo fueron (Olof Palme, por ejemplo) ni queremos serlo.Y esta diferencia no es baladí, sino que atañe a las doctrinas de seguridad. Al final de la exposición que estoy comentando, González asegura que la disuasión es fundamental para la seguridad de los países. Esta doctrina de la disuasión, heredera de la famosa si vis pacem para bellum (si quieres la paz prepara la guerra) fue superada hace mucho tiempo por la doctrina de la seguridad compartida. No se obtiene más seguridad cuanto más se amenace al otro (doctrina de la disuasión), sino que se alejará el conflicto cuanto mas seguros nos sintamos ambas partes (seguridad compartida).
En relación con ello, González hace una afirmación insostenible: asegura que “la OTAN no ha hecho más que disminuir su presencia en Europa”. Algo completamente falso. Desde la caída de la URSS, cuando Estados Unidos y Rusia se prometieron reducir ambiciones hegemónicas, la OTAN ha incorporado en Europa a un número considerable de países europeos: Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria, Rumania, Lituania, Estonia, Albania, Croacia, y últimamente Montenegro. Decir que la OTAN ha disminuido su presencia en Europa no puede ser producto de la ignorancia, sino del intento de tergiversar y confundir.
En su monólogo, González arremete contra quienes califica de “pseudopacifistas”, que afirman que todo se arregla no enviando tropas ni armamento occidental a las fronteras de Ucrania y que jamás pedirán que Rusia retire sus tropas. Y tiene razón, es cierto que hay mucho supuesto pacifismo de visión sesgada. Pero de nuevo Felipe hace trampa. Porque no menciona al pacifismo socialdemócrata; simplemente elije el tipo de contrincante que le interesa. En 1986, cuando se produjo el debate sobre la permanencia de España en la OTAN, hizo lo mismo: eligió como contradictor a los grupos Anti-Otan, claramente inclinados hacia uno de los bloques. Por eso se enfadó tanto cuando no consiguió arrastrar a sus posiciones al pacifismo socialista del Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL) y cuando este lanzó un manifiesto contra la permanencia, desde la doctrina de la seguridad compartida, que fue firmado por muchas cabezas fuertes del país (Javier Pradera entre ellos), algo que según él afirmó suponía el mayor riesgo para su victoria en el referéndum.
En esta ocasión su argumento central consiste en señalar que es necesario colocar a la ciudadanía ucrania en primera fila, porque ella sabe que es lo que mejor le conviene a su país. Y menciona varias opciones, entre las que destaca la de una neutralidad para Ucrania y la de su neutralización a la fuerza por presiones externas. Y hay que reconocer que tiene peso su planteamiento de dejar elegir a la población ucrania. Pero al mencionarlo, González muestra que su memoria ya no es la que era. Porque parece que no se acuerda de que, cuando las encuestas mostraban en España que la gente sabía distinguir entre pertenecer a la Unión Europea y participar en la OTAN, él pronunció su conocida frase acerca de la mayoría equivocada que no quería pertenecer a la Alianza Atlántica. Y tenía razón, hay ocasiones en la mayoría popular se equivoca, aunque es la única que puede equivocarse en democracia. Por eso, para superar esa mayoría contraria, acudió a mil chantajes políticos, incluyendo su amenaza de renuncia, para conseguir ganar ajustadamente el referéndum.
Es posible que la opinión pública en Ucrania no elija la opción de la neutralidad. Pero es muy dudoso que eso sea lo acertado. Una neutralidad, como la de varios países europeos, pero especialmente Austria y Finlandia, que pertenecen a la Unión Europea pero no a la Alianza, es posiblemente la opción que mas beneficiaría a Ucrania. No sólo le otorga una seguridad estable, sino que además consigue el sueño económico ucranio: constituirse em puente entre la UE y Rusia; hay que insistir en que los productos ucranios tienen hoy como destino el mercado ruso.
Además, esa opción de neutralidad libremente elegida también evitaría el destino que aparece en el horizonte, si se excluye la intervención rusa, que no es otro que la neutralización de Ucrania, producto de una decisión externa. Algo que está proponiendo abiertamente el presidente francés, Enmanuel Macron, cuando plantea la perspectiva finlandesa en sus conversaciones con Washington y Moscú. Claro, eso excluye la opción mas riesgosa, que consistiría en una intervención parcial de Rusia para reunir a las provincias del este, donde habita la población rusa. Una solución B que es parcialmente aceptada por Washington, como se transparentó en el lapsus del presidente Biden, cuando dijo que una intervención parcial de Rusia no recibiría una respuesta tan severa de Estados Unidos.
Ahora bien, siempre sería mejor una neutralización forzosa de Ucrania que la división militar oprobiosa del país. Extraña que un posibilista como González no sea capaz de seleccionar los escenarios menos malos para Ucrania. El mayor inconveniente que tiene la neutralización externa de Ucrania reside en que dejaría la situación poco estable de cara al futuro y siempre dependiente de otros países. Y Ucrania no necesita un alto el fuego, sino un estatus de seguridad estable.
En todo caso, no es cierto que la suerte de la crisis dependa sólo de una decisión interna de la población ucrania. También está en juego la seguridad europea. González afirma: “Echo de menos el protagonismo de la Unión Europea”. Pero nunca aclara cual sería la orientación de ese protagonismo. Pareciera que no le gusta la posición de Alemania. Pero precisamente ha sido la canciller Merkel quien entendió bien la vieja recomendación decimonónica de que para mantener la seguridad europea es imprescindible no enemistarse con Rusia. Una política autónoma de Europa en materia de seguridad es ciertamente compleja, porque tiene que articular tres elementos: promover una fuerza propia de contención suficiente, mantener la alianza necesaria con Estados Unidos y fomentar una robusta relación diplomática y económica con Rusia. Pero la visón atlantista o su opuesta, la pro rusa, son simplificaciones rígidas.
Otro argumento endeble del expresidente de gobierno refiere a la idea de que la forma autoritaria de gobernar de Putin, hace justificable el atlantismo. Todo lo contrario: nada justifica mejor los comportamientos autocráticos que la amenaza externa. Y González se equivoca cuando cree que Putin no tiene el apoyo de la población rusa cuando argumenta acerca de la afectación a la seguridad de Rusia que supone el avance de la OTAN hacia sus fronteras. El hecho de que su forma de gobierno sea condenable no puede animarnos a echar más gasolina al fuego de la crisis ucrania. Ese es un planteamiento producto de un pensamiento atlantista, aunque, como sucede en este caso, sea encubierto.