Enrique Gomáriz Moraga
Conozco a Carmen Claudín desde hace bastante tiempo y creo que es una de las cabezas mejor amuebladas en materia de asuntos de paz y seguridad. Claro, se ha forjado al interior de un oficio familiar, lo que le ha dado cierta ventaja. No por causalidad, en el artículo que voy a discutir (El País, 4/1/22), toma de referencia una cita de Fernando Claudín, su padre, en torno a la obsesión de Stalin sobre los acuerdos de Yalta. Y lo cierto es que las diferencias que tengo con Carmen acerca de la crisis de Ucrania me recuerdan bastante a las que tuve con su padre, en mi época de director de Tiempo de Paz, sobre la cuestión de los euromisiles y el papel de la OTAN.En efecto, a mediados de los años ochenta, en plena guerra fría, parecía que era incompatible en España denunciar la persecución de los disidentes en la URSS y al mismo tiempo estar en contra de la instalación de los euromisiles y del atlantismo que los promovía. Si se hacía campaña a favor de la disidencia, algo en lo que coincidíamos con Claudín, había que aceptar el papel de la OTAN, cosa sobre la que no estábamos de acuerdo. Pero en el sentido opuesto, el discurso de los Anti-OTAN rechazaba tocar el tema de los derechos humanos en la URSS, porque hacerlo era seguirle el juego al imperialismo.
Afortunadamente, fuera de nuestras fronteras la situación era bien distinta. En Suecia, Alemania e Inglaterra era perfectamente compatible exigir la democracia en el bloque del este y criticar el espíritu confrontacional del bloque occidental. En general, hace tiempo que en Europa es fácil reconocer las diferencias entre la Unión Europea y la Alianza Atlántica, aunque algunas voces sigan intentando confundir a la opinión pública al respecto.
En la crisis actual de Ucrania, Carmen Claudín recupera esa visión parcial: sólo explica cuáles son los intereses de la Rusia de Putin respecto a mantener a Ucrania como parte de su cinturón de seguridad. Algo sobre lo que podríamos estar de acuerdo. Pero no dice nada sobre la desestabilización del gobierno de Yanukovich, para destruir la posibilidad de un acuerdo nacional (apoyado por la UE), movilizaciones en las que participó un nutrido grupo de neonazis. Es decir, Putin, un autócrata, quiere reeditar Yalta a como dé lugar, pero el atlantismo no tiene efecto negativo alguno en la crisis de Ucrania.
Esta obligación de escoger entre un bloque u otro, es precisamente lo que rechazó el movimiento por la paz europeo de entonces y recogen hoy fuerzas como la socialdemocracia sueca o los verdes alemanes. No sólo no tenemos que elegir bando, sino que los europeos tienen una perspectiva alternativa, basada en los principios de la seguridad compartida de Olof Palme y la búsqueda de una perspectiva de neutralidad, como antes tuvo lugar en países situados en un sándwich entre las fuerzas de ambos bloques, como Austria y Finlandia, los cuales, además de Suecia (Suiza es un caso distinto) han sabido usar en su provecho una posición de neutralidad. De hecho, Austria y Finlandia pertenecen a la UE sin pertenecer a la OTAN. Un estatuto de neutralidad para Ucrania, sin demasiadas formalidades, pero reconocido por ambos bloques, sería la mejor defensa de una Ucrania sin divisiones. Mientras que continuar con la confrontación este-oeste en Ucrania puede apuntar a un acuerdo tácito entre los bloques, o solución B, consistente en partir esa nación.
En realidad, parece evidente que el país que más ganaría con esta perspectiva de neutralidad es precisamente Ucrania. No sólo porque recuperaría una seguridad estable, sino porque podría poner en práctica uno de sus mayores sueños económicos: hacer de puente entre los mercados de Rusia y la Unión Europea; no hay que olvidar que los productos ucranios tienen hoy como su destino principal el mercado ruso.
Pero también hay que subrayar que una perspectiva de neutralidad, sobre todo si fuera apoyada desde Naciones Unidas, tendría un impacto evidente sobre los planes de Putin. Al parecer, Carmen no contempla el hecho de que la dinámica confrontacional de la OTAN es el mejor manto con el que Putin cubre sus vergüenzas internas. Un buen enemigo externo es el mejor salvavidas de un régimen autoritario: la proscripción de Memorial se podía haber producido antes, pero ¿será casualidad que se haya producido en medio de la preparación del pulso militar con occidente?
La perspectiva de la neutralidad liquida el argumento de Putin, que acoge buena parte de la población rusa, respecto del ataque a su seguridad por parte de occidente, y recupera la mejor política autónoma de una seguridad propiamente europea. Y, desde luego, nada tiene que ver con la acusación de aislacionismo que utiliza la derecha española para procurar el rechazo a toda posición que no esté basada en el atlantismo confrontativo. La neutralidad activa hace mucho tiempo que fue inventada y países como Suecia o Finlandia siguen practicándola con buenos réditos. Estoy convencido de que en la actualidad representa la mejor defensa de una Ucrania no dividida.