Amenazas a la democracia costarricense

Ágora

Por Guido Mora

Guido Mora

La pérdida de la ilusión, ante el deterioro constante de la situación social y económica; la nostalgia de mejores tiempos pasados y la galopante concentración de la riqueza en pocas manos; en contraposición al incremento de la insatisfacción de necesidades, la pobreza y la desigualdad de las mayorías, son algunas de las razones que nos menciona Yascha Mounk en su libro “El pueblo contra la democracia: por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla”, publicado en el año 2018.

Monk, escritor alemán de padres polacos, especialista en el análisis del surgimiento y fortalecimiento populismo, y la crisis de la democracia, lanza una serie de hipótesis que pretenden explicar las amenazas que enfrenta actualmente la democracia liberal.

Analiza con detenimiento la aparición y el posterior fortalecimiento de líderes populistas, que pretenden formular soluciones fáciles a problemas complejos; de grupos “conspiranoicos” y antisistema, promotores de ideas conservadoras, violatorias de derechos de desplazados económicos, mujeres y grupos diversos. La constante disminución del respaldo a la democracia; o el aumento del apoyo a regímenes y líderes autoritarios, son algunos de los desafíos que enfrenta la sociedad contemporánea y que se identifican como síntomas de la desconsolidación de la democracia liberal.

Reflexiona sobre la aparición de “regímenes políticos democráticos” en donde se conculcan los Derechos Humanos: “democracia sin derechos”, como lo denomina el autor, o los regímenes donde hay “derechos sin democracia”, identificándolos como una constante de nuestra realidad política.

La democracia liberal se transforma en una “democracia iliberal” y el liberalismo, consustancial a la democracia, trasmuta en “liberalismo no democrático”.

Señala este autor que debe darse el cumplimiento de al menos tres requisitos, para que la democracia continúe siendo la alternativa política por excelencia, a saber, que:

  • La mayoría de los ciudadanos estén muy comprometidos con la democracia liberal.
  • La mayoría de los ciudadanos rechacen las alternativas autoritarias a la democracia.
  • Los partidos y los movimientos políticos con poder real estén de acuerdo con la importancia y el respeto de las reglas y las normas democráticas básicas.

Concluye que estos requisitos están dejando de cumplirse ya en muchos países de Europa, en Estados Unidos y ni qué decir en América Latina.

Por otra parte, señala que la incorporación de nuevos actores políticos se caracteriza por su afinidad a las propuestas populistas y por su disposición a irrespetar las normas democráticas básicas.

En tanto que, es evidente la brecha existente entre la clase política y los ciudadanos que, contrario a la perspectiva que privaba hasta hace unos años, no reconocen en la clase política tradicional a los representantes de sus intereses. Señala a los políticos tradicionales como defensores de sus intereses particulares, para lo cual están dispuestos incluso a hacer usufructo particular de los bienes públicos.

Temas tales como la corrupción, la judicialización de la política, el deterioro de credibilidad de lo político, de los parlamentos y la incapacidad del aparato institucional para atender las necesidades de las mayorías, tienden a generar el descrédito del aparato institucional democrático. Esta tendencia constituye una amenaza real a los cimientos mismos del modelo democrático contemporáneo.

Reflexiono hoy sobre este tema, porque a lo largo de poco más de un año colaboré con el Centro de Estudios Democráticos de América Latina (CEDAL), en un proyecto en el que procuramos convocar a diversos analistas y estudiosos de la democracia, con el fin de discutir sobre los mecanismos para fortalecerla, identificando las amenazas y los retos para superarlos.

Luego de leer este libro, llego al a convicción de que la democracia que conocimos en Costa Rica en el Siglo XX e inicios del XXI, ya no existe. Las características de la sociedad han cambiado. Hoy nuestro paradigma es totalmente diferente.

Tal como plantea el autor, muchos políticos han puesto sus intereses, por delante de los ciudadanos. Han generado una enorme desconfianza entre los costarricenses y, sobre todo, el sistema político no ha sido capaz de satisfacer las necesidades de las mayorías.

El incremento de la pobreza y la profundización de la desigualdad generan, como reacción de los ciudadanos, la disminución de la confianza y la legitimidad, de un sistema político que no atiende y menos resuelve las necesidades de los diversos sectores sociales, por sobre todo de los más desposeídos.

Los grupos más privilegiados, entre los que se encuentran los ciudadanos de mayores ingresos, sectores de la burocracia estatal y otros privilegiados por el modelo de desarrollo, cuentan con la capacidad y el manejo político, que les permite evitar la adopción de políticas fiscales progresivas y defienden a ultranza privilegios y desigualdades, que Costa Rica no debería de permitirse.

Los sistemas públicos de salud y educación han sido puestos a prueba con la pandemia. El sector salud ha salido hasta el momento bien librado, aunque es posible que el impacto económico a futuro lo envuelva en una crisis económica profunda. Es algo que debe de evaluarse y que hay que prever.

El sector educación, como pocas veces en la historia de este país, se encuentra envuelto una profunda crisis. El mundo cambió y el sistema educativo no tiene claro para qué educar, cómo educar y menos aún respecto de qué actividades formar y educar a los jóvenes.

La calidad de los educadores es deficiente, el sistema está mal concebido, y los niños y jóvenes reciben una educación mediocre. Se abandonó hace años la formación ciudadana y no se conocen esfuerzos de prospección, que permitan garantizar a los costarricenses, trabajos estables que posibiliten la satisfacción de sus necesidades, mediante la inserción en los mercados laborales postpandémicos.

Es indispensable e impostergable modernizar y transformar el modelo educativo costarricense, columna vertebral de nuestro sistema político.

Pero también se deben de diseñar los mecanismos, tomar las decisiones y ejecutar las políticas que detengan el deterioro socioeconómico de miles de familias porque, en definitiva, el fin último del gobierno y el Estado, es procurar el bienestar de todos los costarricenses.

O lo hacemos ahora y con ello lograremos fortalecer el sistema político democrático, o puede ser que en unos pocos años la desesperanza conduzca a los ciudadanos a entregar el país en manos de oportunistas que nos conduzcan a alternativas populistas, que solo agravarían la problemática social de la Costa Rica de mitad del Siglo XXI.

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Un comentario

  1. Gustavo Elizondo

    Un análisis profundo, crítico y reflexivo, propio de los artículos de don Guido, excelente. El tema de la Educación es impostergable, de ahí la iniciativa que impulsamos varios sectores de declararla emergencia nacional y llamar de inmediato a una mesa donde es un plazo no mayor a 6 meses se definan soluciones consensuadas. El futuro de nuestros niños y jóvenes lo exige.

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