Viaje al sexto continente: la Antártica

Por Fernando Ayala – Wall Street International Magazine

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Salvada hasta ahora por el multilateralismo, ¿conseguirá sobrevivir al cambio climático?

«Yo estoy aquí para contar la historia
desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica
».

(Pablo Neruda)

Invitados por el Congreso del Futuro1 que se realizó en enero pasado en Chile, un grupo de 30 científicos junto con el director general de FAO y otras personas tuvimos oportunidad de viajar en un avión militar desde Punta Arenas hasta la isla Rey Jorge, en la península antártica, donde fuimos recibidos por el director del Instituto Antártico de Chile y un grupo de investigadores que realizan estudios aprovechando el verano en el fin del mundo.

La primera impresión al descender del avión fue el viento que penetraba como cuchillos de hielo y que no cesó en toda la jornada, produciendo una sensación térmica de -15 grados centígrados. Nos indicaron que ello no es nada comparado con la temperatura media en las bases cercanas al polo, que en la época más fría, es decir en el mes de julio, alcanza registros de -59 ºC en promedio. La Antártica (esta es la forma, etimológicamente más rigurosa, que se emplea en Chile. En España y en la mayoría de países latinoamericanos, sin embargo, la única denominación empleada es Antártida. En cualquier caso, ambos términos están recogidos en el diccionario y son igualmente correctos) es el lugar más helado de la Tierra y desde que se miden las temperaturas, en la base rusa de Vostok se mantiene el récord mundial registrado en 1983, con -89,2 ºC.

El continente antártico, con 14 millones de kilómetros cuadrados, es el sexto continente del planeta, siendo el cuarto en tamaño, ya que es más extenso que Europa (10.530.751 kilómetros cuadrados) y que Oceanía (9.008.458 kilómetros cuadrados). Su población no alcanza a los 1.000 habitantes y aumenta a cerca de 5.000 en la época del verano austral, cuando científicos e investigadores de todo el mundo llegan a las bases permanentes y a las transitorias, que abren solo por los meses de verano, para realizar sus estudios. La Antártica es el único lugar del mundo donde no existen países, ni fronteras, ni ejércitos, ni policías, y donde conviven franceses, rusos, ingleses, estadounidenses, chinos, argentinos, chilenos, brasileños, noruegos, neozelandeses y otras nacionalidades en armonía, unidos en la investigación científica y protegidos por el Tratado Antártico 2 que regula las actividades humanas y que entró en vigor en 1961. El Tratado asegura el uso del continente blanco para fines exclusivamente pacíficos, prohibiendo las actividades militares, las armas, fortificaciones, las pruebas nucleares, los desechos radioactivos y los ejercicios bélicos. Contempla además los mecanismos de inspección y verificación en cualquier momento a todas las partes del Tratado que mantengan bases. Asimismo, asegura la libertad de investigación y la cooperación científica junto con la protección y conservación de los recursos vivos.

Petróleo, oro, uranio, hierro y otros minerales yacen bajo los 1,9 kilómetros de hielo de espesor, pero su extracción fue prohibida por los signatarios del Tratado Antártico en un Protocolo adicional sobre protección del medio ambiente, firmado en Madrid en 1991. En su artículo 7 señala:

«Cualquier actividad relacionada con los recursos minerales, salvo la investigación científica, estará prohibida».

Se estableció un período de 50 años, por lo que en 2041 el Tratado volverá a ser visto. «Estados Unidos logró que transcurrido este plazo, este acuerdo pueda ser revisado por mayoría y no por consenso, como pedían los ecologistas y los países partidarios de convertir al último continente virgen en un parque mundial en el que nunca entre la maquinaria para extraer sus riquezas» (vid. El País).

La Antártica, cubierta en un 92% de hielo, contiene además el 70% de las reservas de agua dulce del planeta, pero el cambio climático que se observa ha acelerado el deshielo y retroceso de la masa de los glaciares ya sea por vientos más cálidos y/o por corrientes submarinas que han aumentado su temperatura. Los conservacionistas temen, con justificada razón, la voracidad de las grandes empresas que ya cuentan con tecnología para dar los primeros pasos en busca de las riquezas antárticas. Por ello la importancia de preservar y hacer respetar el Tratado vigente, ya que la Antártica es una de las principales fuentes para estudiar el cambio climático.

La directora de Investigación Antártica Británica (British Antarctic Survey), Jane Francis, en el panel sobre este continente en el Congreso del Futuro el pasado 16 de enero en Santiago, señaló que en las muestras de hielo que han extraído desde las profundidades han encontrado burbujas de aire encapsuladas de hace 800 mil años y que constituyen el único registro de cómo era y que permite ver cuánto ha cambiado el clima en la región. Al respecto expresó que «los resultados no son alentadores: la concentración de CO2 nunca había aumentado, desde entonces, sobre 300 ppm (partes por millón), pero ahora se encuentra en 409 ppm» (vid. El Mercurio, Chile. 17.01.19 página A-10).

El 27 de diciembre de 2018 una expedición estadounidense de más de 50 personas y con un presupuesto superior a los cinco millones de dólares, perforó 1.068 metros para extraer 60 litros de agua aislada y sedimentos de 100.000 años del lago subglacial Mercer, donde encontraron 10.000 microbios por cada milímetro de agua en un lugar donde no llega la luz. Este lago, ubicado a 600 kms del polo sur, es el segundo más grande luego del Vostok, perforado por los rusos en 2012 y que se encuentra a 3.400 metros de profundidad (ver reportaje en El País). Si bien para la ciencia son fundamentales estas investigaciones para medir los efectos del cambio climático, también la tecnología empleada podrá servir mañana para la extracción de riquezas en la carrera entre las grandes potencias por alcanzarlas.

Para el centenar de científicos reunidos en el Congreso del Futuro en Santiago, el cambio climático es el mayor peligro para el planeta. Así por lo menos lo expresó el Premio Nobel de Física 2016, Michael Kosterlitz: «La peor amenaza que tenemos es un masivo cambio climático, y si no lo revertimos será muy tarde». Agregó sobre el futuro que «nadie sabe lo que pasará, es impredecible. Los humanos han sido estúpidos al cambiar el ecosistema en que vivimos. Más adelante podría empezar otra era del hielo, quién sabe». La filósofa francesa Susan George, indicó que «creo que no se ha tomado con la suficiente seriedad y espero que la tecnología nos ayude a salir de esta situación, pero no voy a contar con eso» (vid. La Segunda, Chile.17.01.19 página 2).

Parece poco probable, o más bien ingenuo, esperar en el corto plazo un cambio fundamental en el sistema de producción económico mundial que vaya a frenar de manera decisiva las emisiones contaminantes o el abandono del petróleo y carbón. La humanidad y la clase política de las grandes potencias saben que vamos aceleradamente hacia un desastre que puede ser irreversible, pero es poco lo que se hace por detenerlo debido a la lógica suicida del crecimiento económico, la competencia y la ganancia. Peor aún, el presidente de la principal potencia del planeta duda, contra todas las evidencias, de que estemos viviendo un cambio climático.

La Antártica y el Tratado que la rige ha demostrado que los seres humanos pueden llegar a acuerdos de convivencia pacífica y practicarla en un territorio sin fronteras ni armas, donde la cooperación científica y la solidaridad humana ha quedado demostrada en múltiples ocasiones en estos casi 60 años. Es un triunfo del multilateralismo del que poco se habla. Aunque parezca utópico, este modelo podría extenderse paulatinamente a otras áreas del planeta creando zonas de desarme si los Estados se comprometieran seriamente en ello antes de que una guerra nuclear o el cambio climático nos haga desaparecer.

Mientras más nos demoremos en entender que la única manera de enfrentar problemas globales es de manera conjunta, como comunidad humana, y que ninguna potencia por sí sola podrá dar respuesta si no es en el marco del sistema multilateral, mayor es el peligro que corremos. Al parecer, el único camino viable es el fortalecimiento del sistema internacional donde el respeto a los tratados y acuerdos, pueden ser la última oportunidad para salvar el planeta y a nosotros mismos.

Notas:

1 Creado en 2011 por el Senado chileno a iniciativa del senador Guido Girardi, cada año reúne durante una semana a un centenar de científicos y pensadores a discutir los desafíos del mundo que viene. Véase su web.

2 Firmado en Washington el 01.12.1959 por Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Nueva Zelandia, Noruega, Sudáfrica, Unión Soviética, Reino Unido y Estados Unidos. A estos 12 países han adherido 53 Estados. 7 países reclaman soberanía: Argentina, Australia, Chile, Francia, Noruega, Nueva Zelandia y Reino Unido.

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Fernando Ayala es economista de la Universidad de Zagreb en Croacia y Máster en Ciencia Política de la Universidad Católica de Chile. Exembajador, actualmente es consultor para FAO en Roma en temas de cooperación Sur-Sur, académicos y parlamentarios.

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