Las cifras en dólares pueden parecer abstractas en una pantalla, pero revelan el grado de la manía. Biden había pedido «solo» 12.000 millones de dólares más que el abultado presupuesto militar de su predecesor Donald Trump el año anterior, pero fue considerado insuficiente por los halcones bipartidistas de la Cámara de Representantes y del Senado, quienes, en cambio, concedieron un aumento de 37.000 millones de dólares.
En general, el gasto militar representa cerca de la mitad del gasto discrecional total del gobierno federal – mientras que los programas de ayuda, en vez de para matar, están fraccionados en muchas agencias gubernamentales locales, estaduales y nacionales. Es una tendencia ininterrumpida que busca reforzar el estado de guerra en sintonía con prioridades neoliberales distorsionadas.
Mientras los desproporcionados beneficios siguen favoreciendo a la clase alta y enriqueciendo a los ya obscenamente ricos, los efectos en cascada de la extrema desigualdad de ingresos ahogan las esperanzas de la mayoría.
El poder empresarial lo limita todo, ya sea la salud, la educación, la vivienda, el empleo o las respuestas a la emergencia climática. Lo que prevalece es la estructura política de la economía.
La lucha de clases en Estados Unidos creó el equivalente a una oligarquía. Un sistema económico de suma cero, también conocido como capitalismo corporativo, que ejerce su poder de recompensa y privación de forma constante. Las fuerzas dominantes de la lucha de clases -que atentan de forma desproporcionada contra las comunidades negras al tiempo que perjudican constantemente a muchos millones de blancos- siguen socavando los derechos humanos básicos, entre ellos la igualdad frente a la justicia y la seguridad económica.
En el mundo real, el poder económico es el poder político. Un sistema que funciona con dinero es experto en atropellar a las personas que no lo tienen.
Las palabras «No puedo respirar», repetidas casi una docena de veces por Eric Garner mientras oficiales de policía lo asfixiaban hasta la muerte, resonaron para innumerables personas cuyos nombres nunca conoceremos. Las intersecciones entre injusticia racial y capitalismo depredador son zonas especialmente violentas y donde muchas vidas pierden de forma gradual o repentina lo que es esencial para la vida.
Los debates sobre términos como «racismo» y «pobreza» se vuelven demasiado fáciles, abstraídos de las consecuencias humanas, mientras vidas desconocidas se asfixian a manos de la injusticia rutinaria, de las crueldades sistemáticas, de la forma en que las cosas son de manera previsible.
Una guerra total contra la democracia está en marcha en Estados Unidos. Más que nunca, el opositor Partido Republicano es el brazo electoral de una descarada supremacía blanca, así como de tendencias tóxicas como la xenofobia, el nativismo, el fanatismo antigay, el patriarcado y la misoginia.
La rígida negación del cambio climático por parte del Partido Republicano no es más que un desvarío a esta altura. Su enfoque de la pandemia de la covid-19 supone un abrazo a la muerte en nombre del rancio individualismo. Con sus jueces en la Suprema Corte de Justicia, el «Gran Viejo Partido» recorta de forma sistemática el derecho al voto y al aborto.
En cuanto a asuntos internos, el enfrentamiento partidista es entre el neoliberalismo y el neofascismo. El papel aborrecible adoptado por líderes del gobernante Partido Demócrata es extenso, por decirlo suavemente, pero en la actualidad los dos partidos representan circunscripciones y agendas totalmente diferentes en la interna. No así en materia de guerra y paz.
Ambos partidos siguen defendiendo lo que Martin Luther King Jr. llamó «la locura del militarismo». Cuando King comparó el despilfarro que significaba una guerra lejana con «un tubo de succión demoníaco y destructivo», estaba condenando una dinámica que perdura con fuerza.
Hoy, la locura y la negación no están menos arraigadas. Un núcleo militarista sirve de piedra de toque sagrada para la fe en Estados Unidos como la única nación indispensable del mundo. Los presupuestos pantagruélicos del Pentágono se dan como un hecho, al igual que la supuesta prerrogativa de bombardear a otros países a voluntad.
Todos los presupuestos siguen incluyendo gastos enormes en armas nucleares, incluyendo gastos gigantescos para la llamada «modernización» del arsenal nuclear. Un dato mencionado en este libro cuando se publicó por primera vez -que Estados Unidos tenía 10.000 ojivas nucleares y Rusia un número similar- ya no es cierto; la mayoría de las estimaciones dicen que esos arsenales se redujeron a la mitad.
Pero la situación actual es en realidad mucho más peligrosa. En 2007, el Reloj del Fin del Mundo, mantenido por el Boletín de Científicos Atómicos, fijó la proximidad de la aniquilación del mundo en cinco minutos para la medianoche apocalíptica.
Al comenzar el año 2022, las manecillas simbólicas estaban a 100 segundos de la medianoche. Tal es el ímpetu de la carrera armamentística nuclear, alimentada por contratistas militares atraídos por el lucro. La loable retórica sobre la búsqueda de la paz nunca es un freno real al impulso nacionalista del militarismo.
Con la retirada de los efectivos estadounidenses de Afganistán, la tercera década de este siglo se perfila para mostrar nuevos dobleces en las concepciones hegemónicas estadounidenses. Por el camino, Joe Biden se ha hecho eco de un precepto central del doblepensamiento de la novela más famosa de George Orwell, 1984: «La guerra es la paz».
Hablando en las Naciones Unidas al comenzar el otoño boreal de 2021, Biden proclamó: «Estoy aquí hoy, por primera vez en veinte años, sin que Estados Unidos esté en guerra. Hemos pasado la página». Pero la página pasada estaba destinada a convertirse en un volumen de matanzas sin un final previsible.
Pero este país siguió en guerra, lanzando bombas en Medio Oriente y en otros lugares, y ocultando mucha información al público. Y el aumento de la beligerancia de Estados Unidos hacia Rusia y China incrementó los riesgos de una confrontación militar que podría llevar a una guerra nuclear.
Una visión edulcorada del futuro de Estados Unidos solo es posible cuando se ignora la historia en tiempo real. Tras cuatro años de la tóxica Presidencia de Trump, la cepa Biden del liberalismo corporativo ofrece una mezcla de antídotos y toxinas continuas. El Partido Republicano, ahora neofascista, está en una posición fuerte para hacerse del control del gobierno de este país a mediados de esta década.
Prevenir un cataclismo así parece estar fuera del alcance de las élites del Partido Demócrata, las mismas que, en primer lugar, allanaron el camino para que Trump llegara a la Presidencia. El realismo sobre la situación actual -la claridad sobre cómo hemos llegado hasta aquí y dónde estamos ahora- es necesario para mitigar los desastres inminentes y ayudar a crear un futuro mejor. Hay que decir verdades vitales. Y actuar en consecuencia.
SAN FRANCISCO, Estados Unidos
Este artículo de opinión es una adaptación de la nueva edición del libro de Norman Solomon «Made Love, Got War», que acaba de publicarse como libro electrónico y gratuito.
Norman Solomon es director nacional de RootsAction.org y autor de una decena de libros, entre ellos “Made Love, Got War: Close Encounters with America’s Warfare State”, cuya nueva edición fue publicada como libro electrónico gratuito en enero de 2022. Entre sus otros libros se encuentra “War Made Easy: How Presidents and Pundits Keep Spinning Us to Death” (“La guerra es fácil: cómo nos hacen morir presidentes y expertos). Fue delegado de Bernie Sanders por California en las convenciones nacionales demócratas de 2016 y 2020. Solomon es fundador y director ejecutivo del Institute for Public Accuracy.