Un recorrido por la costa atlántica francesa

Por Andreas Drouve (dpa)

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Surfear es uno de los atractivos de Biarritz, la antigua metrópolis del jetset. Foto: Florian Schuh/dpa

Bienvenido a un «Tour de France» por el sudoeste del país, desde la histórica ciudad portuaria de La Rochelle hasta Hendaya, en la frontera con España. Una región donde junto al azul del Atlántico se abren paso el amarillo de las franjas de arena y el verde de los pinos y donde el viento juega en la hierba que crece en las dunas.

Los vinos de Burdeos simbolizan el «savoir vivre» (saber vivir), al igual que las ostras de la Bahía de Arcachón.

Emprendamos un viaje con nueve escalas variadas.

La Rochelle, un ambiente portuario

El encanto en torno al puerto viejo, Vieux Port, en La Rochelle es incomparable. La gente se reúne en las terrazas de los muelles. Testigos de la historia abrazan las imágenes del presente: las torres de Saint-Nicolas y Chaîne flanquean la entrada al puerto desde la Baja Edad Media y supervisan el tráfico de embarcaciones.

Chaîne significa cadena. El puerto se solía cerrar con una cadena de hierro. La tercera torre es la Tour de la Lanterne, levantada como faro y temporalmente utilizada también como prisión.

Excursiones a pie llevan, a través de las arcadas, al casco antiguo, el mercado y el barrio de Gabut con moderno «street art».

Isla de Aix, la memoria inmortal

Una calle de agua en vez de un camino de asfalto: a partir de Fouras, un transbordador lleva a la islita de Aix.

Una vez en el muelle, el único pueblo de la isla se esconde detrás de los muros de una fortaleza. Las praderas desembocan en dos faros. Las casas tienen los postigos rojizos, azules o turquesas, parecen formar un mundo propio.

Bicicletas de alquiler o las propias piernas permiten dar una vuelta por la isla, a través de zonas boscosas y hacia pequeñas playas.

En julio de 1815, Napoleón esperó en Aix al barco que lo llevaría al exilio en Santa Elena. Es decir, pasó allí sus últimas noches en suelo francés.

Tras haber sido derrotado en Waterloo, se había alojado en el palacio del gobernador, hoy Museo de Napoleón. Que en el frontón diga «en recuerdo a nuestro emperador inmortal» es algo que solo entienden los franceses patrióticos.

Lacanau, un sitio perfecto para personas activas

¿Agua dulce o agua salada, playa al mar o playa interior, camino forestal o paseo marítimo? La ciudad de Lacanau, entre el estuario de Gironda y la Bahía de Arcachón, lo ofrece todo.

Aquí hay una variedad de propuestas deportivas y de ocio: surf, kitesurf, senderismo, surf de remo, ciclismo o, simplemente, tomar sol, nadar y pasear por la playa.

Quien se lance al Atlántico, debe tener precaución en algunos sitios, ya que hay zonas profundas y corrientes imprevisibles. Además, la amplitud de la marea es de varios metros.

Burdeos, la cuna del disfrute

Burdeos está más tierra adentro, pero como puerta hacia la costa y capital cosmopolita de Nueva Aquitania, no puede quedar fuera del itinerario.

Atravesada por el río Garona, la antigua Burdigala de los romanos tuvo una gran transformación desde el cambio de milenio, pasando de ser una metrópoli sombría para convertirse en una las ciudades más carismáticas de Francia. En las márgenes del río, antiguamente ocupadas por almacenes, existen hoy atractivos paseos.

Este «facelifting» incluyó la Cité du Vin, un museo vanguardista dedicado al vino, con recorridos temáticos que explican por qué es tan famoso este producto de Burdeos. Lógicamente el precio de la entrada incluye una cata.

Burdeos también destaca por sus edificios históricos como la Catedral y la Basílica de Saint Michel, sus mercados y gastronomía, un teatro y el centro cultural alternativo Darwin.

Le Teich, una visita al parque ornitológico

Quien espere encontrarse con un zoológico o algún otro tipo de espacio artificial, se equivoca: el parque ornitológico de Le Teich es una reserva natural con zonas húmedas al este de la Bahía de Arcachón.

Desde los refugios y los seis kilómetros de senderos se pueden avistar aves en libertad. Hay documentadas 323 especies como cormoranes, cigüeñas, fochas comunes, somormujos lavancos, garzas reales y garcetas. Una parte de las especies anida aquí, otras son aves migratorias que hacen escala.

Arcachón, mucho más que ostras

La ciudad de Arcachón es una cosa, la bahía con su mismo nombre a su entrada, con paseos marítimos, muelles y playas, es otra.

La «bassin d’Arcachon» es un mar en pequeño formato con salida estrecha hacia el Atlántico. Los amantes de la buena cocina valoran las ostras del lugar. Las excursiones en lancha pasan cerca de los bancos de ostras y de arena. En el fondo, se divisa el faro de Cap Ferret.

De regreso a la costa, el recorrido lleva al barrio de Ville d’Hiver, con mansiones de gran valor arquitectónico que datan del siglo XIX y principios del XX.

Duna de Pilat, para sacar una selfie sobre el mar

La enorme formación de arena natural en la entrada de la bahía de Arcachón es considerada la más grande de su tipo en Europa. La Duna de Pilat mide más de cien metros de alto, unos 500 metros de ancho y unos tres kilómetros de largo.

Quien se atreva a trepar a la cima desde el aparcamiento tiene que estar en forma. Solo se puede subir a pie y lo mejor es hacerlo descalzo.

El premio al esfuerzo que supone este ascenso son las vistas, que se multiplican en selfies en las redes sociales. Muestran un mar verde de pinos, el azul del mar auténtico y de la vecina bahía de Arcachón. El aire huele a sal y a vastedad infinita.

Biarritz, donde supo reunirse el jetset

La modestia le es ajena a Biarritz. «Playa de reyes, reina de las playas», se suele decir. En su momento, era una localidad sobre el Atlántico azotada por el viento, hogar de audaces pescadores y cazadores de ballenas.

Biarritz debe su condición de balneario a orillas del mar a la emperatriz Eugenia de Montijo y a Napoleón III, quienes a mediados del siglo XIX levantaron allí un palacio de verano.

Desde entonces, Biarritz se convirtió en uno de los sitios favoritos de los famosos, se volvió distinguida y adquirió encanto internacional. El palacio imperial hace tiempo que es un hotel de lujo, pero la ciudad mantiene rincones autóctonos como el puerto de pescadores, las zonas de surfers y el faro. Un destino bonito para las familias es el acuario.

Hendaya, un final salvaje del recorrido

Poco antes de llegar a España, Hendaya es un buen lugar para terminar el viaje, con su castillo neogótico, la zona natural protegida de Domaine d’Abbadia sobre los acantilados, el puerto deportivo en la desembocadura del río Bidasoa y los paseos marítimos.

La playa, con sus zonas para surfers y nudistas, tiene tres kilómetros de largo, pero su parte central desaparece completamente con la marea alta, algo típico de la salvaje costa atlántica.

 
 
dpa

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