Un menú electoral poco apetitoso

Ágora*

Guido Mora
guidomoracr@gmail.com

Guido Mora

Estamos a casi dos meses de las elecciones nacionales. A estas alturas de la campaña, un porcentaje bastante alto de costarricenses: el 37% de los decididos a votar, no tienen aún claro por cual candidato o partido político emitirá su sufragio.

Los dos candidatos con mayor apoyo electoral, apenas alcanzan el 15% -cada uno-, del respaldo de los costarricenses.

El desgano ahoga la voluntad de los costarricenses, que no ven ni en partidos ni en candidatos, la motivación para manifestarse en favor de unos u otros.

Este proceso se ha fortalecido en el tiempo, sin que los responsables de la política asuman con sensatez esta realidad, modifiquen sus estrategias, su forma de actuar y orienten sus acciones a recobrar la credibilidad en el sistema político democrático.

Contrario a lo esperado, los escándalos de corrupción, el descrédito, los abusos y el favorecimiento a amigos y partidarios continúa siendo práctica en la clase política costarricense.

La vergüenza es un ingrediente ausente en el accionar político. Candidatos a puestos públicos, señalados en diversas investigaciones, mantienen su nombre en las listas electorales, a pesar del rechazo popular a su postulación.

No se trata de impulsar, y esto lo he expresado en otras oportunidades, “una cacería de brujas”, pero los costarricenses no recobrarán la confianza en la clase política, hasta que, los mismos líderes de los partidos, no exijan la renuncia de quienes son cuestionados por diversas instancias policiales o judiciales: la presunción de culpabilidad en estos casos, debe constituirse en un motivo de acción para defenestrar a postulantes de dudoso comportamiento ético.

En casos como este, ni el designio divino ni el amiguismo, pueden mantener en candidaturas, a personas que, desde su inicio, representan una duda ante la ética que debe de prevalecer en la política. Esta actitud debe ser contundente e inflexible, si lo que se pretende es mejorar la imagen de quienes viven de la política.
Este escándalo del #cementazo, debe de constituirse en una seria llamada de atención para la clase política, que supone que los costarricenses cierran sus ojos ante semejantes muestras de corrupción y tráfico de influencias.

Conjuntamente a lo antes señalado, tenemos una oferta política pobre y aburrida. A los candidatos con mayor respaldo popular, no se les puede señalar importantes logros durante su vida pública. Más bien, recordando el mensaje de algún otro candidato en elecciones anteriores, la reflexión conducirá a mucha gente a votar por el “menos malo”.

En este escenario, Liberación Nacional no logró librarse de las acusaciones sobre la existencia de corrupción en sus filas: este tema, si lo analizamos desde los contenidos de las redes sociales, lo tiene absolutamente perdido. Antonio Alvarez incluso reclamó que, sin ser el tema del #cementazo un problema liberacionista, le ha afectado sensiblemente de forma negativa. Por otra parte, la campaña de Liberación Nacional debe luchar contra la resistencia que representa la figura del candidato: un 38% de los encuestados sostienen que nunca votarían a su favor.

Del lado del Partido Integración Nacional, Juan Diego Castro, sigue presentándose como un candidato populista y soberbio. Esta caracterización nos trae a la cabeza el recuerdo del Ministro de Seguridad que, en 1995, toma los alrededores de la Asamblea Legislativa, con un gesto que es caracterizado como una amenaza a la democracia y, por las mismas fechas destruye la aguja del peaje en la carretera a Cartago.

Una actitud arrogante, despectiva y prepotente fortalece la caracterización de una imagen populista y antidemocrática, como algunos de los principales rasgos negativos con que le caracterizan diversos círculos sociales, políticos y académicos.

De los demás candidatos ni hablar: ni ideas, ni propuestas, ni emoción, ni novedad.

No se puede seguir haciendo política de la forma tradicional, ni llenar candidaturas a diputados con desconocidos que no convocan a votantes de sus provincias y menos aún, de otras provincias en las que son impuestos.

El sistema de elección de autoridades a las máximas instancias del Estado costarricense está en crisis, debe transformarse y modernizarse.

Aún estamos a tiempo. Si no lo hacemos a corto plazo, puede ser que, en unos años, estemos lamentando un mayor debilitamiento de la democracia costarricense y el avance de formas autoritarias, que destruyan esta Costa Rica que nos entregaron nuestros antepasados.

Asumamos el compromiso con las generaciones de futuros ciudadanos y tomemos las decisiones que perfeccionen la democracia costarricense.

Esta es una de las impostergables tareas que deben de emprender, quienes inicien labores en el Congreso, a partir del 1 de mayo de 2018.

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* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.

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