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Días malos en la historia

AGOSTO 8, 1588

Cuando Dios cambió de bando

Al parecer, Dios era un español fanáticamente católico que saboreaba el olor de la quema de herejes y tenía un verdadero problema con la reina de Inglaterra, o eso creía fervientemente Felipe II de España.
 

Como muchos otros monarcas a lo largo de los siglos, estaba convencido de ser el instrumento vivo de la voluntad divina. Como dijo una vez a uno de sus comandantes militares: «Estáis al servicio de Dios y al mío, que es lo mismo». Pero las nociones de Felipe serían puestas a prueba en una épica batalla naval el 8 de agosto de 1588.

La reina, con un guiño, aprobó tácitamente el saqueo de los barcos españoles cargados de tesoros procedentes de los vastos dominios de Felipe en el Nuevo Mundo, sobre todo porque se quedaba con una gran parte de las ganancias y, además, apoyaba militarmente a los rebeldes protestantes de los Países Bajos españoles. Pero lo peor de todo es que la reina inglesa era una hereje, fruto de la impía unión de Enrique VIII con su segunda esposa, Ana Bolena, que ya había sido declarada por el Papa incapaz de gobernar. Felipe y el Todopoderoso estaban decididos a lanzar una invasión para librar al mundo de la Jezabel inglesa.

«Tengo tantas ganas de lograr la consumación de esta empresa», declaró el rey. «Estoy tan apegado a ella en mi corazón, y estoy tan convencido de que Dios nuestro Salvador debe abrazarla como su propia causa, que no puedo ser disuadido. Ni puedo aceptar o creer lo contrario».

En febrero de 1587, Isabel ordenó la ejecución de María, reina de Escocia -a quien muchos católicos consideraban legítima gobernante de Inglaterra-, lo que dio un nuevo impulso a la santa cruzada de Felipe contra Inglaterra.

Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, la elección de Felipe para dirigir la llamada Empresa de Inglaterra, no era muy prometedora. «Mi salud no está a la altura de semejante viaje», protestó Medina Sicionia cuando se enteró de la intención del rey, «pues sé por experiencia de lo poco que he estado en la mar que siempre estoy mareado y siempre cojo frío… Como no tengo experiencia ni en el mar ni en la guerra, no puedo sentir que deba mandar tan importante empresa.»

Dios lo tenía cubierto, le aseguró Felipe: «Este es un asunto guiado por Su mano y Él te ayudará». A finales de mayo de 1588, la Armada española se lanzó desde el recién anexionado Portugal: 130 barcos (y otros tantos sacerdotes), junto con casi 30.000 soldados y marineros, zarparon contra Inglaterra. El enemigo sería formidable, admitió un oficial al enviado papal, con «barcos más rápidos y hábiles que los nuestros, y muchos más cañones de largo alcance, y conocen sus ventajas tan bien como nosotros. [Ellos] nunca se acercarán a nosotros, sino que se mantendrán a distancia y nos harán pedazos con sus culverines [un tipo de cañón] sin que podamos hacerles ningún daño. Así que navegamos contra Inglaterra con la confiada esperanza de un milagro».

Pero no lo hubo. Tras una serie de escaramuzas inconclusas, el fin de la misión divinamente inspirada del rey Felipe llegó el 8 de agosto, mientras los barcos de la Armada estaban anclados en el pequeño puerto flamenco de Gravelines a la espera de un encuentro con la fuerza terrestre del duque de Parma. Los cañones ingleses golpearon sin piedad a la flota, mientras que el lanzamiento de barcos en llamas en medio de ellos hizo que los españoles entraran en pánico y cortaran anclas. La derrota final de la empresa no llegó a manos de los ingleses, sino por lo que sólo puede describirse como un acto de Dios.

Un gran «viento protestante» empujó a la Armada hacia el Mar del Norte, y cuando intentaba regresar a casa rodeando Escocia y bajando por la costa occidental de Irlanda, unas tormentas salvajes destruyeron gran parte de la flota restante. ¿Podría ser que el Dios de Felipe II se hubiera convertido? Los ingleses parecían pensar que sí, ya que en sus medallones de victoria estaba inscrito este mensaje: «Dios sopló con sus vientos, y fueron dispersados».

* Felipe II había estado casado con la hermanastra mayor de Isabel, la monarca católica conocida en la historia como María la Sangrienta.

Tomado del libro «Bad Days in History»