Seguridad, Ambiente y Democracia en el Siglo XXI

Mauricio Ramírez Núñez

Mauricio Ramírez

El mundo se encuentra en una profunda transición llena de retos importantes para la seguridad de las naciones; desde el crimen transnacionalizado, hasta hambrunas, agotamiento de recursos naturales y el impacto negativo de la degradación de la Tierra acelerada por la injerencia agresiva del ser humano en los ciclos geofísicos y climáticos del planeta. Este es el escenario sobre el cual giran los parámetros de la seguridad y la defensa, y es a partir del mismo que se debe dar un abordaje estratégico al tema. Esto pasa por comprender el mundo de forma sistémica e interconectada, como un gran ser vivo.

El sistema multilateral creado a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial gira hacia lo que reconocidos teóricos de la geopolítica mundial han llamado un Mundo Multipolar. En ese gran contexto global, las variables de la seguridad internacional son cada vez más cambiantes, característica propia de una época donde la incertidumbre y la falta de una visión compartida de la humanidad, heredada del viejo orden unipolar, es el combustible para que los desacuerdos y las diferencias entre actores locales y globales tiendan a adoptar la forma de conflictos de carácter híbridos. Sumado a esto, existen cambios profundos propios de la actual revolución digital que rompen las clásicas líneas que han hecho la diferencia entre riesgos, amenazas y prevención.

La apertura e interconexión del mundo, propia del presente periodo histórico, ha ocasionado que los riesgos sean difíciles de controlar o anticipar. La aceleración constante de nuestro modo de vida como civilización impide pensar o imaginar la escala e impacto de nuestras acciones. Hemos alcanzado una especie de obsolescencia de la conciencia de las catástrofes, así como una indolencia frente a las mismas. De aquí se desprende la trascendencia que cobra la cooperación en seguridad, así como el desarrollo de una verdadera estrategia que esté a la altura de los desafíos actuales para una importante región como es América Latina y el Caribe.

Uno de los retos más importantes para la cooperación internacional en materia de seguridad para la región es el relacionado a los temas del clima y el desarrollo. Aquí es donde se debe poner sobre la mesa el telón de fondo del actual escenario mundial; el colapso eco-social planetario. El impacto de la degradación de la Tierra es innegable, los países enfrentan los embates cada vez más violentos de la acción humana sobre los ecosistemas; sequías, el derretimiento de los casquetes polares, la pérdida masiva de biodiversidad, inundaciones, tifones, así como eventos climáticos cada vez más extremos, concatenados unos de otros, que ponen en riesgo la vida en su conjunto, la estabilidad económica, política y la misma seguridad nacional.

El ser humano ha pasado a ser una fuerza geológica del planeta capaz de alterar los ciclos naturales del mismo y eso ya empieza a traer consecuencias directas en la seguridad nacional. Los eventos climáticos cada vez más extremos a los cuales se enfrenta la región, sumados a la escasez de ciertos recursos naturales indispensables para la vida y el desarrollo de las naciones, vuelven a América Latina y el Caribe una zona vulnerable y predispuesta para posibles crisis económicas, sociopolíticas y de seguridad. La migración climática, por ejemplo, es una realidad, en 2020 hubo en Guatemala 340 mil desplazados forzados por este tema, y expertos en la materia prevén que, para el istmo centroamericano, un total de un millón de personas sean obligadas a dejar sus hogares por estas razones en el año 2050.

La degradación de la Tierra hace democracias frágiles, Estados débiles y poblaciones vulnerables, lo cual es el caldo de cultivo perfecto para el auge de fenómenos políticos poco deseados y el advenimiento de caos social a escala planetaria. Esto también podría convertirse en la excusa perfecta para justificar cambios en el ordenamiento jurídico y la democracia misma de nuestros países, limitando aún más las libertades políticas, colectivas e individuales de un Estado Social de Derecho ya de por sí debilitado por el neoliberalismo. Esto no es algo nuevo, cabe recordar que después del 9-11 se llevaron a cabo una serie de “ajustes” poco democráticos en democracia, bajo la excusa de la lucha contra el terrorismo.

Esa triste historia puede repetirse una vez más, solo que con la amenaza ontológica que representa el tema ambiental. Existe una clara relación entre colapso ambiental, escasez de recursos y eventos climáticos extremos con el auge de conflictos locales o regionales (nuevos o de larga data), debilidad institucional, y son factores todos que deben incorporarse dentro del análisis de los riesgos y oportunidades para el fortalecimiento de la democracia y de la Paz en el siglo XXI en América Latina y el Caribe.

A estos retos, se debe agregar una pandemia intermitente que sigue generando problemas no solo con la salud, sino también con la reactivación económica y educativa. Las profundas brechas estructurales arrastradas históricamente por la región y relacionadas con la desigualdad, la pobreza, inseguridad nutricional y falta de oportunidades para ciertos sectores abandonados por el modelo de mal-desarrollo existente, se suman para generar altos niveles de vulnerabilidad social en gran parte de la población latinoamericana y caribeña.

El presidente Xi Jinping ha expuesto una metáfora muy válida hace unos meses, al referirse sobre el tema del desarrollo y la seguridad en el mundo interconectado de hoy, afirmando que “los países son como pasajeros de un barco que comparten el mismo destino, y el pensamiento de echar por la borda a alguno es simplemente inaceptable”. A esto yo le agrego que; no puede haber paz y estabilidad mientras exista un desarrollo desigual marcado por el individualismo, las prácticas comerciales de suma-cero, donde unos ganan mucho y otros pierden todo, un modelo económico excluyente que expulsa a millones de seres humanos a la miseria, el hambre, la desesperanza y finalmente, al crimen y la violencia.

Por esta razón, no se puede entender la seguridad y el desarrollo en el siglo XXI sin un adecuado enfoque internacional, sociológico, económico, político y ahora también ambiental, que permita visibilizar lo que académicos expertos en el tema llaman la violencia estructural por la cual atravesamos y que hace referencia precisamente, al grave déficit en inversión social a lo largo del tiempo sobre los territorios más periféricos de cada uno nuestros países. Construir presentes y futuros ambientalmente responsables con una economía más inclusiva y equitativa vienen a ser pilares estratégicos para cualquier propuesta seria, para que nadie se quede atrás y donde el diálogo, la cooperación y los grandes acuerdos vuelvan a ser los protagonistas de un periodo lleno de sombras e incertidumbres.

Académico

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