¿Se equivocan las encuestas?

Luis París Chaverri *

Luis París

Hace algunos años comenté que las reacciones del público sobre los resultados de las encuestas son muy similares a las que suscitan los fallos de la Sala Constitucional, ya que cuando son coincidentes con nuestras preferencias políticas o con nuestra propia opinión, estos son aplaudidos y exaltados, pero en caso contrario, son denigrados y vilipendiados.

En su análisis, interpretación y evaluación, por lo general, nos dejamos llevar por el sectarismo, la subjetividad y la parcialidad, lo que hace que los cuestionamientos no se limiten a los resultados o a las sentencias, sino que devienen en ataques e insultos a las empresas encuestadoras o a los jueces constitucionales, actitud que casi siempre resulta contradictoria, pues quienes un día critican, desacreditan e injurian, en otro momento aplauden y elogian.

Con perplejidad hemos visto a dirigentes políticos poner en duda la validez de las encuestas y al mismo tiempo utilizar y resaltar algún dato que les favorece. Hace poco, un prematuro precandidato presidencial trató de restarles importancia poniendo de ejemplo algunos casos en los que, según él, estas habían “fallado”, pero expresando, ipso facto, su alegría porque las opiniones favorables sobre su persona habían aumentado.
La información política de una encuesta realizada con antelación, ya sea de años, meses o aun de semanas, aunque en ocasiones sea convalidada por el resultado de las urnas, no debe tomarse como un pronóstico definitivo, pues existen fenómenos o circunstancias que pueden variar sustantivamente la conducta de los electores.

Cuando los datos de la encuesta no son ratificados por los resultados electorales, se afirma con ligereza que esta estaba equivocada y se desatienden, o no se analizan a profundidad, las eventualidades que pudieran haber incidido en la variación.

Por ejemplo, en las elecciones de 1982 y 1998, las diferencias que se dieron entre los datos de las encuestas y los resultados finales se pueden atribuir al fenómeno de la “espiral del silencio”. En la primera, según las encuestas, Rafael Ángel Calderón Fournier tenía apenas un 18% de intención de voto y en las urnas obtuvo un 32%. En el segundo de los casos, Miguel Ángel Rodríguez le llevaba una ventaja de 10 puntos porcentuales a José Miguel Corrales, siendo que el triunfo del primero fue por una diferencia de solo un poco más del 1%.

La “espiral del silencio” es una teoría expuesta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, que básicamente sostiene que las personas sondean el clima de opinión, observando la relación que guardan sus propias opiniones con las de las mayorías, alentándolas cuando se acercan a estas o cohibiéndolas si ven que forman parte de las minorías, a tal punto que la tendencia de la espiral es a enmudecer a quienes tienen posiciones diferentes a las mayorías.

En los dos procesos electorales citados, muchos de los partidarios del PUSC y del PLN, no manifestaban públicamente su simpatía, se enmudecieron, por cuanto la opinión mayoritaria era desfavorable a los gobiernos precedentes de esos partidos, tal el caso de las administraciones de Carazo y de Figueres Olsen, ambas muy impopulares. En otras palabras: se avergonzaban de expresar su apoyo al partido que, en la opinión de las mayorías, había sido un fracaso en el gobierno.

Otro caso muy citado que se usa para desacreditar las encuestas, es el del proceso electoral del 2006, en el que los datos de estas le daban una enorme ventaja a Óscar Arias, ventaja que se desvaneció en el mes de enero de ese año, al punto de que el primero logró obtener la presidencia por un escaso margen y superando por poco el mínimo exigido.

En esa oportunidad –y entendiendo que los medios de comunicación son el mecanismo que usa la sociedad para informarse de aquello que no pertenece a nuestra esfera personal y que lo que en ellos se diga tiene repercusión en la construcción de la opinión de los individuos- un reportaje de Telenoticias de Canal 7, que abordaba el tema de las denuncias de corrupción contra algunos expresidentes de la República, tuvo una influencia determinante en el comportamiento de los electores.

La utilización de la imagen del expresidente Arias junto a la de sus colegas Calderón, Rodríguez y Figueres, señalados por supuestos actos de corrupción a finales del 2004 y principios del 2005, fue un evidente intento de asociarlo con esas denuncias y una perversa insinuación de que él también podría verse envuelto en algún escándalo, lo que indujo a la ciudadanía a cuestionar las razones por las que Arias volvía a la política.
En las semanas finales de esa campaña política, el contenido de ese reportaje fue utilizado profusamente por sus adversarios, principalmente por el Movimiento Libertario, lesionando severamente la popularidad del exmandatario y minando el apoyo de los electores.

Se ha explicado hasta la saciedad que las encuestas políticas reflejan la opinión pública de un determinado momento, que son una “fotografía” de ese momento dicen los expertos, pero también se debe tener claro que los datos puede ser similares o diferentes posteriormente, que no son necesariamente una predicción.

Este es, indudablemente, un método válido y útil, cuya información se utiliza para definir estrategias y tácticas con la finalidad de afirmar o modificar las percepciones de las personas y apuntalar o variar los resultados.

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