Renato y sus razones

Por Yayo Vicente

Yayo Vicente

El Ministro de Agricultura y Ganadería, Luis Renato Alvarado Rivera, se refirió el último sábado 2 de mayo, a la incongruencia que existe entre un sector agropecuario alicaído por la política de apertura de mercados y la demanda al sector para proveer alimentos a raíz de la crisis sanitaria creada por el SARS-CoV-2. [1].

El Ministro Alvarado tiene razón.

El Sector Agropecuario es complicado y complejo. Sin yacimientos de cobre, plata u oro, sin un canal, sin mano de obra esclava, Costa Rica no tuvo opciones económicas durante buena parte de su historia. Básicamente solo contaba con una agricultura de subsistencia. Fue en la primera mitad del siglo XIX, con el café, que se transformó en un país agroexportador.

“El mejor Ministro de Hacienda es
un buen precio de café”. RICARDO JIMÉNEZ

Fuimos una sociedad que producía más de lo que consumíamos y que consumíamos más de lo que producíamos. Es en el mercado internacional donde logramos balancear nuestros excesos y nuestra escasez. Antes de 1982, los equilibrios se hacían en un contexto de transporte limitado y controles mediante impuestos. No se importaba más de lo requerido y se exportaba el sobrante.

Durante el gobierno de Luis Alberto Monge (1982-1986), se inició un cambio radical en el modelo económico. De la sustitución de importaciones a la apertura de mercados. El proceso se fue profundizando en las siguientes administraciones. Un acierto sin duda alguna.

El modelo impulsado por CEPAL [2], de sustituir importaciones, se había agotado y el nuevo gobierno (mayo de 1982) había heredado una aguda crisis económica. A Costa Rica le urgía un cambio. Es necesario recordar que el agotamiento del modelo sucedió primero en el Sector Agropecuario.

Efectivamente, el país pasó en 38 años, de exportar unas cuantas cosas, a colocar en los mercados internacionales más de cuatro mil productos. Pasó de exportar a pocos países, a comercializar prácticamente con el mundo entero. En 1982 el PIB per cápita era de US$ 1.033,00 y llegó a US$ 12.027,00 en el año 2018. Los beneficios para la nación, no dejan lugar a dudas.

En todos los grandes cambios existen ganadores y perdedores. Ninguna duda que el Sector Agropecuario puso los “heridos y los muertos”. Ante la tragedia, se pretendió compensar, amortiguar y motivar la reconversión, para adaptar la producción agropecuaria al nuevo contexto económico. Los esfuerzos, por mejor intencionados, no fueron suficientes o no resultaron exitosos.

“Con café se podían pagar antes las hachas y los trapiches de bueyes, pero no se pueden pagar ahora los automóviles ni los computadores. Para que unos pocos disfrutemos de lo superfluo y usemos lo eficiente, necesitamos que muchos otros carezcan de lo útil e indispensable”. JOSÉ FIGUERES

Un campesino, hijo de un campesino y nieto de otro campesino, no siempre puede pasar de cubaces a floricultor, apicultor o “chino” de un turista. Tampoco un joven de ciudad se acostumbra fácil a un trabajo donde los feriados y los fines de semana, son lujos inimaginables. “Palmar la noche” por el mal parto de la chancha, el cólico de la yegua, volver a conectar -montaña arriba- el agua para asear la lechería.

El progreso en ámbitos como salud, educación y material; no le permiten al país subvencionar al Sector Agropecuario con pobreza, pero tampoco hay como subvencionarlo con plata.

Conforme se consolida el modelo de apertura comercial, algunos mitos se comienzan a desmoronar. La vocación agropecuaria del país no es tal. Costa Rica cuenta con poca tierra arable, muchos microclimas y una producción de baja escala, todo genera un marco rígido y limitante. Tampoco los nuevos y atractivos mercados, están esperando con ansias nuestra producción y los llamados “mercados ventana” deben ser descubiertos y trabajados.

Con el cambio del modelo económico comenzaron a suceder espirales virtuosas y también círculos perversos. Comenzamos a ver que el entramado institucional, comenzó a flaquear y ser insuficiente.

Las excepciones como el banano y la piña no son la generalidad. Para empezar, los mercados destino no producen esos cultivos tropicales, no hay por lo tanto desplazamiento de mano de obra en el país destino y por lo tanto no hacen cabildeo para evitar la entrada de banano y piña. Por otro lado, estos cultivos, no los realizan agricultores o campesinos, los ejecutan “obreros agrícolas”, especializados en una sola práctica, manejados con subordinación, disciplina y supervisión (“apuntalador”, “embolsador”, “deschirador”, “cortador”, “conchero”, “mulero”, “carrero”, “pericos”, etcétera). Su mejor eficiencia y rentabilidad, les permite continuar a pesar de los cambios y hasta favorecerse con nuevos y mejores mercados. Las empresas grandes suelen ser más resilientes.

Hoy, el negocio agropecuario debe competir por recursos humanos, económicos y apoyo político con actividades más rentables y atractivas. Otros actores económicos pagan mejores intereses a los bancos, mejores salarios a sus empleados y compiten con ventaja por el apoyo político. El trabajo de sol a sol, a la intemperie, mal comiendo en la incomodidad de la labranza, no se compara con el aire acondicionado, el comedor y el reconocimiento social que ofrecen otras actividades.

En el Sector Agropecuario no existe relevo generacional. La gente se está envejeciendo sin dejar nuevas generaciones que los sustituyan.

Dos conceptos, parecidos y distintos

La “soberanía alimentaria”, tiene más un origen militar. No depender de las importaciones y con esa medida sobrevivir a un aislamiento. Ni antes ni ahora, podemos ambicionar esa meta. Antes porque no podíamos tomarnos todo el café que producimos, ni comernos todo el banano que plantamos. Ahora, porque nos metimos a un mundo globalizado y nuestro consumidor nacional y visitante se acostumbró a saborear alimentos que nuestra tierra no produce.

La “seguridad alimentaria” es garantizar comida con nuestra producción e importación. Parece obvio, deseable y posible, pero al mismo tiempo ponemos en riesgo al Consejo Nacional de Producción (CNP) y hasta queremos cerrarlo. La importación de comida requiere de controles, para no traer con ella plagas y enfermedades, ni tampoco problemas a la salud de las personas. Para eso es necesario robustecer al Servicio Fitosanitario del Estado (SEFITO) y al Servicio Nacional de Salud Animal (SENASA), el asunto es que el dreno presupuestario del Ministerio de Agricultura y Ganadería, no lo permite y sostener a estas instituciones con tarifas, nos resta competitividad.

El Ministro Alvarado tiene razón.

Mientras nuestra economía orbitaba alrededor del Sector Agropecuario, se hicieron las instituciones públicas y privadas necesarias. Hoy se produce y exportan bienes agropecuarios, como nunca antes. Claro que en proporción su aporte a la economía parece haber disminuido, por la sencilla razón que con el modelo de apertura, otras actividades crecieron. Más producción agropecuaria y menos aporte presupuestario. ¿Chocolate sin cacao?

¿La comida debe entrar al libre mercado? ¿Oferta y Demanda?

Los países ricos y militarizados, dicen que no. Hacen mil malabares para zafar del libre mercado a los alimentos. Establecen requisitos sanitarios y fitosanitarios rigurosos y sofisticados y subvencionan a sus productores con montos astronómicos.

Para que nuestros productores coloquen sus productos a esos mercados, se tienen que cumplir con el rigor sanitario y fitosanitario que se nos exigen. Una barrera no arancelaria que complican año tras año. Para mantener nuestros productos en esos, que son los destinos que mejor pagan, el esfuerzo de acompañamiento del MAG a través de SENASA y de SEFITO debe mantenerse y aumentarse.

Los pequeños y medianos productores son “carne de cañón”: horticultores, cebolleros, paperos y hasta cafetaleros. El esfuerzo nacional para la innovación y la tecnología, va de más a menos. En un mundo globalizado se requiere inteligencia de mercados, capacitaciones en gestión de negocios y desarrollo agroindustrial. La competitividad no puede basarse solo en el productor, es necesario repartirla en toda la agrocadena.

En este novedoso mundo en el que metimos al Sector Agropecuario, se necesitan procesos de certificación, etiquetado, facilidades y servicios de laboratorios que deben llegar a todos los productores. Las prácticas agropecuarias deben ser amigables con el ambiente.

Es también una responsabilidad ética y social invertir en infraestructura: riego, drenajes, caminos, escuelas, servicios bancarios, centros de mercadeo mayoristas y minoristas.

La comida no debe ser un juguete del mercado. Si las Fuerzas Armadas de los EE. UU. deciden dedicar la producción de maíz para alcohol combustible, en Costa Rica nos quedamos sin leche, carne de cerdo, huevos y carne de aves. Si un residuo de pollo en el mercado internacional nos inunda con precios bajos, destruye la industria avícola con más de treinta mil empleos directos, y al año siguiente no encontraremos proveedor y mucho menos precios baratos.

La mayor parte de la producción agropecuaria no son rábanos que cosechamos a los 21 días. La vaca que vamos a ordeñar 2023, todavía está en el termo de semen congelado. El café gourmet que cogeremos en el 2025, debe seleccionarse y clonarse desde hoy.

La crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 nos deja enseñanzas y preguntas. Se debe repensar si la comida debe seguir sujeta a los vaivenes del mercado, si debemos de almacenar, determinar el porcentaje del consumo que queremos producir en el país. ¿Debemos renovar el compromiso nacional con el Sector Agropecuario? ¿Queremos una clase media rural, con salud, educación, bienestar material y esperanza en el futuro?

Estoy convencido que el Ministro Alvarado tiene razón.

Notas:

[1]Comentario de Renato Alvarado Rivera, Ministro de Agricultura y Ganadería, sábado 2 de mayo del 2020. https://cambiopolitico.com/de-verdad-estan-hablando-en-serio/125083/

[2]La Comisión Económica para América Latina y el Caribe -CEPAL- es una de las cinco comisiones regionales de las Naciones Unidas.

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