Que mi voto refleje mi pensamiento

Por Leonardo Garnier

Si uno no vive como piensa, termina pensando como vive
José Figueres, La pobreza de las naciones.

Leonardo Garnier

El próximo primero de abril a los costarricenses nos toca ejercer el derecho y cumplir con la obligación de elegir nuestro próximo presidente. Como a muchos, no me resulta una decisión fácil. Siento que debemos elegir entre dos opciones que no nos parecen las mejores; aunque – reconozcámoslo – tampoco el primer domingo de febrero, con trece opciones, parecía que pudiéramos encontrar con facilidad “la mejor opción”. Pero es así. Tenemos dos opciones y, hoy, abstenerse no es una de ellas. Renunciar a tomar partido no sería más que una forma de tomar partido sin tomarlo. Dejar que otros decidan, es decidir también.

Esta coyuntura es particularmente dura para las y los liberacionistas que, por casi dieciocho años, hemos tenido que soportar todo tipo de acusaciones por parte del Partido Acción Ciudadana, que parecía obsesionado con encontrar en el PLN la causa de todos nuestros males. Ya en gobierno, el PAC siguió denostando y persiguiendo indiscriminadamente todo lo que oliera a liberacionista, como se manifestó en el tristemente célebre discurso de los cien días del presidente Solís. Esto ha generado un entendible resentimiento que hace muy difícil que los liberacionistas puedan considerar darle sus votos al candidato del PAC.

Más aún, al PAC le ha costado entender que, si bien se puede tener discrepancias con los gobiernos del PLN y hasta encontrar casos en los que no se actuó correctamente (algo que también ha ocurrido en el primer gobierno PAC), lo cierto es que fue también en esos gobiernos del PLN donde se gestaron muchas de las decisiones y políticas que han contribuido a construir la Costa Rica de hoy, con sus retos, sí, pero también con sus indudables logros. Al PAC le ha costado entender que, en el fondo, es más lo que nos une que lo que nos diferencia; y no ha tenido reparo en aumentar el antagonismo entre partidos y personas que, en realidad, comparten muchas ideas y valores.

La entendible reticencia para poder apoyar al candidato del PAC ha llevado a algunos a ilusionarse con la posibilidad de un “pacto pragmático” con Fabricio Alvarado y su Partido Restauración Nacional, creyendo que sería posible aportarle el equipo económico al tiempo que se le ceden a don Fabricio temas como los de educación, cultura, derechos y seguridad. Esta ilusión no es más que eso: una ilusión, un espejismo ingenuo que no parece entender lo que nos estamos jugando en esta elección. De don Fabricio no nos separan meras discrepancias ideológicas o tácticas. El suyo no es un simple “partido franquicia” que se pueda llenar fácilmente desde fuera. No. Don Fabricio y su partido son parte de un proyecto político, religioso y mercantil de enorme envergadura. Un proyecto en el que la mezcla del poder religioso, el poder económico y el poder político constituye un peligroso coctel de intolerancia que socava las bases mismas de la democracia, del estado de derecho y del respeto a los derechos humanos.

Por supuesto, tengo claro que, en política, se trata de ganar. Pero no de ganar para cualquier cosa, ni de ganar a cualquier costo. En política, se trata de ganar para hacer realidad nuestros ideales. Ganar renunciando a los ideales es la peor forma de perder. Por eso, hay pactos de los que es preferible quedar fuera.

Esto es algo que me preocupó desde la campaña misma del PLN, donde yo sentí que, para ganar, nos íbamos convirtiendo cada vez más en un un partido conservador de derecha. Esa habría sido la peor de las derrotas para el PLN: ganar siendo la antítesis de lo que fuimos. Por eso mismo, apoyar ahora a Fabricio Alvarado o buscar un pacto con él para ganar, sería como renunciar a nuestros ideales por un plato de lentejas.

Hoy los costarricenses enfrentamos el reto histórico de rechazar la opción que más se opone a lo que hemos llamado el estilo costarricense de desarrollo, la opción que pone en riesgo la esencia misma de la democracia y el respeto a los derechos humanos. En consecuencia, nos corresponde apoyar aquella opción que, al menos, puede garantizar que Costa Rica siga buscando en democracia el tipo de sociedad que queremos ser.

Es por eso que el domingo 1 de abril votaré por Carlos Alvarado, la persona que, en este momento, mejor representa la posibilidad de seguir construyendo nuestro país con una visión inclusiva y respetuosa de los derechos de todas las personas. No es una decisión fácil para mí y al tomarla, como bien dijo mi amiga María Luisa Ávila, espero que don Carlos haya aprendido lo suficiente como para no repetir los errores de su partido y entender que la ética y la lucha contra la corrupción no son propias de un solo partido político.

Independientemente de quién gane las elecciones, a los liberacionistas nos queda la urgente tarea de mirar hacia dentro, de reconocer tanto los méritos como los errores de nuestro movimiento político; y de volver a imaginar y reconstituir el PLN como un partido progresista, como un partido socialdemócrata, como un partido de centro-izquierda fiel a sus principios y capaz de convocar a los costarricenses en la construcción de una sociedad dinámica, solidaria, sostenible y respetuosa de los derechos humanos.

Finalmente, estas elecciones son un reto y una responsabilidad para todas y todos los costarricenses, independientemente del partido con el que simpatizan o si no simpatizan con ninguno. Es por esto que quisiera terminar convocando a cada una de las personas que me leen para que, más allá de banderas, de colores y de nombres, voten por un país para todos. Lleven sus principios a las urnas, lleven sus voces, lleven a sus familias. El primero de abril, votemos juntos, hagamos que nuestro voto refleje lo que pensamos y construyamos, con el voto, el país que queremos ser.

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Un comentario

  1. Luis Fernando Diaz

    Claro, pertinente. Hay que repetirlo. Hay que difundirlo.
    «Fabricio y su partido son parte de un proyecto político, religioso y mercantil de enorme envergadura. Un proyecto en el que la mezcla del poder religioso, el poder económico y el poder político constituye un peligroso coctel de intolerancia que socava las bases mismas de la democracia, del estado de derecho y del respeto a los derechos humanos.»

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